El héroe discreto (Libro): Vargas Llosa reciclado

El autor leyendo su novela

De todos los escritores que he conocido durante los últimos años, el peruano Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010, probablemente sea el que más he leído. Ha escrito cuentos, obras de teatro, ensayos y sobre todo novelas y yo me he leído más de una veintena de sus obras: La ciudad y los perros, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, Conversación en la Catedral, La guerra del fin del mundo, El hablador, ¿Quién mató a Palomino Molero?, Historia de Mayta, La fiesta del chivo, Cinco esquinas, Los cuadernos de Don Rigoberto, Travesuras de la niña mala, La civilización del espectáculo, La orgía perpetua, Cartas a un joven novelista, Conversaciones en Princeton, Medio siglo con Borges, Los jefes, Los cachorros, La tía Julia y el escribidor, La llamada de la tribu, Las mil noches y una noche, El sueño del Celta, Elogio de la madrastra... esos son los que puedo recordar ahora. Lo que quiero decir con esto son dos cosas. La primera es que me gusta mucho cómo escribe Vargas Llosa y la segunda es que estoy familiarizado con su obra y su estilo.

Ahora bien, eso no significa que haya amado todos sus libros. Si bien sus primeras novelas me parecieron una obra maestra tras otra con una calidad y frecuencia que no he encontrado en ningún otro autor y me parece un cuentista notable y un ensayista lúcido, algunas de sus últimas novelas no me han parecido estar a la altura de sus predecesoras. Me ocurrió con Cinco esquinas (2016) y recientemente con El héroe discreto (2013).
La novela cuenta dos historias en paralelo que en algún punto convergen. De un lado está la de Felícito Yanaqué, empresario fundador de Transportes Narihualá en la ciudad de Piura quién un día recibe un sobre con una nota de extorsión en la que le piden una vacuna de quinientos dólares mensuales a cambio de no atacar a su empresa. Y del otro lado tenemos a Ismael Carrera, también otro empresario exitoso (pero que vive en Lima), que quiere casarse a sus setenta y ocho años de edad con Armida, su sirvienta cuarenta años menor, a pesar de - o más bien motivado por - la oposición de sus hijos mellizos, Miki y Escobita, a quienes siempre ha considerado unos buenos para nada.

Pero además de estos personajes, hay otros que también adquieren cierto protagonismo y que ya conocemos de otras obras del autor. Felícito pone la denuncia ante el Sargento Lituma (a quien ya conocemos de Lituma en los Andes, La casa verde, La tía Julia y el escribidor, ¿Quién mató a Palomino Molero?, Historia de Mayta) y un empleado y amigo de Ismael Carrera es nada más y nada menos que Don Rigoberto (a quien conocemos, junto a su esposa Lucrecia y a su hijo Fonchito, de Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto).
Aunque la aparición de estos personajes han sido considerados por una parte de la crítica como muestra de un universo vargasllosiano, los sentí, dentro de esta historia, como relleno. Las historias de Felícito y de Ismael habrían podido contarse sin los recuerdos del Sargento Lituma que en algún momento habla por Vargas Llosa cuando se acuerda de Josefina Rojas y La Casa Verde o piensa en La Chunga y reflexiona sobe el tiempo que ha pasado muy rápido desde entonces.

También sentí que sobraba esa historia secundaria de Fonchito y sus encuentros con un sujeto diabólico llamado Edilberto Torres (en la que hay evidentes ecos del Doktor Faustus de Thomas Mann) que desespera tanto a su pade y a su madrastra. En un escritor menos experimentado algunos podrían pensar que estos personajes fueron empleados para alargar la trama o para hacerse auto publicidad al mencionar personajes de otras obras. En Vargas Llosa creo que puede atender al deseo de contar historias pendientes o a la nostalgia de encontrarse con personajes muy queridos por él, como Lituma, pero en mi opinión, esta novela no era el lugar para ello.

En la novela, como en otras de su autor, están presentes la superstición (Felícito consulta a Adelaida, una bruja que conoce hace veinticinco años), el clasismo y el racismo (en la boda de Ismael), la infidelidad, los celos, la prostitución, el amor, la política, el terrorismo y varios temas que se repiten en algunos personajes convirtiéndolos casi en espejos. Felícito es un hombre mayor que tiene una relación amorosa (fuera de su matrimonio) con Mabel, una mujer más joven, al igual que Ismael con Armida; Ismael tiene dos hijos (Tiburcio y Miguel), igual que Felícito; de la misma forma en que Felícito no se deja amedrentar por La Arañita (el terrorista que le envía amenazas), Rigoberto no se deja amilanar por sus sobrinos, los hijos de Ismael, quienes lo amenazan para impedir la boda de su padre; Miguel chantajea (o lo intenta) a su padre; y en la actitud de los mellizos queriendo anular el matrimonio de Ismael y en Fonchito exasperando a Rigoberto con las apariciones del diablo, se percibe la novela de los hijos contra los padres.

Otro lugar común con otras de sus obras más recientes es al análisis del papel del periodismo hoy día. Escribe Vargas Llosa, a través de uno de sus personajes, que “el periodismo vive de escándalos” y si se hace algo para denunciar esta situación, los medios abogan a la libertad de prensa. Esta visión denunciante del periodismo también se vio en Cinco Esquinas y se condensa en este extracto de El héroe discreto:

“La función del periodismo en este tiempo, o por lo menos, en esta sociedad, no era informar, sino hacer desaparecer toda forma de discernimiento entre la mentira y la verdad, sustituir la realidad por una ficción en la que se manifestaba la oceánica masa de complejos, frustraciones, odios y traumas de un público roído por el resentimiento y la envidia. Otra prueba de que los pequeños espacios de civilización nunca prevalecerían sobre la inconmensurable barbarie”.

Aparecen también otras frases moralistas como la lección que el padre de Felícito, el señor Aliño, un trabajador humilde que se sacrificó para que su hijo estudiara, le legó a su retoño: “Un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida”; o “La codicia volvía locos a los hombres, era cosa sabida”; o también esta que parece ser el dilema central de la historia principal en la novela:

“Yo creo que a los bandidos y ladrones como ustedes las personas honradas, trabajadoras y decentes no debemos tenerles miedo, sino enfrentarlos con determinación hasta mandarlos a la cárcel, donde merecen estar”

Es una novela que denuncia el terrorismo, la extorsión, el mal periodismo, pero cuya trama no terminó de engancharme a pesar de leerse rápido y cuyos personajes no me resultaron memorables (ni siquiera aquellos que ya conocía). Quienes conozcan poco o nada de la obra de Vargas Llosa pueden acercarse a este libro y disfrutarlo bastante, pero a quienes se maravilaron con obras como La Casa Verde o La guerra del fin del mundo, esta novela les puede dejar insatisfechos, pero es que cuando se ha coronado una cumbre tan alta, si se sigue caminando, en algún momento comenzará el descenso.

De las últimas novelas del autor solamente me falta terminar Tiempos recios (una de mis lecturas actuales) y tras eso confirmaré o negaré mi sospecha de que el autor peruano, uno de mis ídolos literarios, ya escribió lo mejor de su obra. No es de lamentarse, con el aporte que Mario Vargas Llosa ha hecho a la Literatura Universal somos nosotros, los lectores y escritores del mundo, quienes tenemos una deuda con él y allí están todos sus otros libros para que los visitemos una y otra vez.

Reseñado por @cristiancaicedo


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