Tengo muy claros mis pilares literarios, autores de todo el mundo y de diferentes épocas que para mí son indispensables y cuyas bibliografías intento leer a plenitud. He leído decenas de libros de Vargas Llosa, Cortázar, Baricco, Bolaño, Saramago, Faulkner y aún tengo algunos títulos suyos por leer en mi librero. Confío en ellos y en su calidad porque los conozco y son, para mí, garantía de lecturas placenteras y maravilosas.
Sin embargo, también me gusta aventurarme de vez en cuando con autores nuevos y con libros de los cuales no había oído hablar hasta tenerlos en mis manos. El punto es que para que un título llame mi atención al punto de dejar para después algún libro de Paul Auster por ejemplo, tiene que tener algo especial en la sinopsis, algo que me cause una gran curiosidad.
Tal fue el caso de Kentukis de la argentina Samanta Schweblin a quien conocí por Distancia de rescate, un libro con un estilo diferente, y que consguió llamar mi atención con esta otra novela que explora el lado más inquietante de las nuevas tecnologías. En algunos aspectos me recordó a la película Her por tratarse también de un drama concernista (el concernismo "propone y analiza posibles futuros cercanos a partir de la exacerbación de algunos aspectos de la vida contemporánea" ) con la diferencia de que lo planteado en el film de Spike Jonze no era posible en el momento de su lanzamiento mientras que, en mi opinión, es muy posible que la realidad de Kentukis ya exista o esté a punto de existir.
La infancia es el momento de la fantasía, los juegos y por supuesto los juguetes. Pero cada vez más nos encontramos con juguetes que también pueden ser utilizados por los más grandes (¿cuántos treintañeros conocen que son asiduos a la PlayStation?). Kentukis parte con la existencia de un juguete. O bueno, casi. Porque a pesar de su apariencia de animales de peluche los Kentukis no son mascotas (no son seres vivos), a pesar de sus componentes electrónicos no son robots (porque alguien los manipula) ni fantasmas, porque dentro de cada Kentuki hay una persona, ¿qué son entonces?
Vamos a entender el contexto. Imagina que compras una especie de peluche robótico que funciona como una mascota, pero que a pesar de no poder comunicarse contigo a través del habla tiene cámaras en sus ojos y todos sus movimientos son manipulados por otra persona como si se tratase de un juego de video. Es decir, en alguna parte hay una persona conectada a ese Kentuki y es quien lo manipula, quien te ve y te escucha como si estuviera contigo porque en cierto modo lo está. Entonces, hay personas que compran un Kentuki para tener la ventaja de que, al contrario que un perro o un gato, "un kentuki no ensuciaría ni dejaría pelos, y que no había que sacarlos a pasear". Pero del otro lado hay personas que quieren ser Kentukis, conectarse a uno de estos juguetes y ser la mascota de otra persona. Por si eso fuera poco no hay elección, la asignación es completamente aleatoria y como los Kentukis son un fenómeno mundial nos encontramos con casos como el de Emilia, una mujer de 64 años que vive en Perú y maneja el Kentuki de una joven alemana llamada Eva, o el de Marvin que vive en Guatemala y es un Kentuki en algún país nórdico.
¿No les parece una posibilidad un poco espeluznante? Porque sí, parece un juego, una mezcla de plataforma interactiva, mascotas y redes sociales, pero también es una situación que puede comprometer la intimidad, la privacidad del individuo, dar espacio al voyeurismo, al exhibicionismo y al morbo que puede ocasionar espiar y ser espiado, ¿qué tipo de personas somos? ¿los que queremos tener un Kentuki o los que queremos ser uno?
“¿De qué se trataba esa estúpida idea de los kentukis? ¿Qué hacía toda esa gente circulando por pisos de casas ajenas, mirando cómo la otra mitad de la humanidad se cepillaba los dientes?”
La sobre exposición a la conexión comienza a generar la identificación del sujeto con el objeto, es decir que los que son Kentukis suelen desarrollar el pensamiento de que ellos viven lo que hacen sus avatares, razón por la cual pareciera que estas mascotas tienen personalidad, pero ¿la tienen? Algunos amos los tratan como mascotas, como seres vivos, pero ¿son seres? ¿están vivos? Las líneas divisorias entre realidad y fantasía, espacio y ciberespacio, se van difuminando hasta casi desaparecer y se llega a los extremos de un mercado negro en el que puedes escoger qué tipo de Kentuki quieres ser y en qué lugar del planeta quieres estar, asociaciones de emancipación de Kentukis (¿tienen derechos? ¿son libres? ¿deben serlo?) y demás situaciones que, aunque pertenezcan a una obra de ficción, nos ayudan a reflexionar sobre nuestra realidad actual e imediata.
Es fácil imaginar una adaptación cinematográfica de esta novela y no es descabellado pensar que quizás en Japón existan aparatos parecidos a los Kentukis. Parte del encanto (y terror) de esta novela es que la autora logra concebir las implicaciones que tendría una situación como esta y lo hace con gran eficacia y realismo. Da la impresión de un futuro próximo. En caso de que algún día existan los Kentukis, ¿te gustaría tener uno? ¿o preferirías manipular una de estas mascotas? Los leo en los comentarios.