Tengo miedo torero (Libro): un clásico contemporáneo de la literatura chilena

Fotografía de mi galería personal

Chile es el único país de Suramérica que cuenta en su palmarés con dos premios Nobel de Literatura: Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Aunque ambos son poetas y el país austral tiene gran tradición en este género (Nicanor Parra, Enrique Lihn, Pablo de Rokha), existen también narradores, cuentistas, novelistas y novelas que han dado de qué hablar alrededor del mundo durante los últimos años.

El más célebre quizás sea el inmortal Roberto Bolaño, quien con 2666 y Los detectives salvajes atrajo de nuevo la mirada de la Literatura universal sobre el cono Sur del continente americano. Pero además, Chile también es la cuna de Pablo Simonetti, Luis Sepúlveda, Alejandra Costamagna, Lina Meruane, Hernán Rivera Letelier y uno de mis escritores favoritos, de Chile y del mundo, Alejandro Zambra. A ello hay que sumar el éxito y la calidad de algunos libros que han sobresalido en la tradición literaria de su país y que han significado un hito en la narrativa chilena contemporánea. Aunque pudieran nombrarse decenas, hay tres que han sido especialmente reverenciados por sobre todos los demás: la joyita literaria que es Bonsái de Alejandro Zambra, el fantasma del desierto y las salitreras del Norte del país en La Reina Isabel cantaba rancheras de Hernán Rivera Letelier y la autobiográfica, política y subersiva Tengo miedo torero de Pedro Lemebel.

Ambientada en los últimos años de la dictadura de Augusto Pinochet, la novela inicia en un “Santiago comprimido por el patrullaje”. Hay un clima de tensión, con toques de queda, algunos conatos de rebelión y una sensación colectiva de que algo tiene que pasar muy pronto: el país no puede seguir así. El protagonista es un alter ego del autor a quien llaman La Loca del Frente por ser homosexual, algo que le provocó castigos por parte de su padre, quien le pegaba "por maricón" (incluso intentó meterlo en el ejército para corregirlo). Esa intolerancia de su progenitor en su más temprana infancia no dista mucho de la condena social que, como en todo régimen autoritario ultra conservador, vive cuando sale a la calle.

Algunos libros del autor

La Loca tiene pocos amigos. La mayoría son como ella y sufren las mismas injusticias: La Rana (quien le enseñó a bordar), La Lupe, La Fabiola, son sus amigas más cercanas. Pero también está Carlos, joven, hermoso, un universitario con quien mantiene una relación (secreta, por supuesto). Lo que la Loca no sabe al principio, e incluso no llega siquiera a advertir antes de que el lector se de cuenta es que esos universitarios y “su ternura molotov inflamada de rabia” quieren un cambio y forman parte del frente Manuel Rodríguez, un grupo subersivo que planea un atentado contra el primer mandatario.

A lo largo de la novela hay varios contrastes. Por un lado hay una población joven que desea luchar por valores que ellos creen primordiales y se muestran deseosos de que haya un nuevo orden social, una nueva forma de vida en el país. Del otro lado, un sector de personas adultas mayores para quienes los tiempos nuevos son un demejoramiento de una vida que era más cómoda y una sociedad más correcta, con más valores y principios: “Mire estos zánganos que no tienen respeto y no le dan el asiento a nadie. Lo único que saben es andar tirando piedras y prendiendo barricadas”.
Clasismo, economía, política, el contraste entre la gente del centro de Santiago y las del Este de la ciudad, son escenarios que se ven en repetidas ocasiones en esta novela y en otras ambientadas en la misma época, al igual que las denuncias contra los cuerpos de seguridad del Estado, contra los carabineros, “sin motivo, sin ninguna razón, estos desgraciados apalean, torturan y hasta matan gente con el consentimiento del tirano”. Una frase cuyo eco retumba hasta la actualidad en la que muchas personas aún mantienen vigente esta valoración sobre la policía nacional.

Sin embargo, al final de los años ochenta hay una reacción, un despertar. La Loca del Frente dice “yo creo que alguien tiene que decir algo en este país”. Y lo hacen, con protestas, conflictos, redadas, bombas lacrimógenas, heridos, torturados y asesinados de por medio, lo que vamos conociendo desde los dos lados porque la novela va alternando los sucesos que ocurren entre La Loca y Carlos con los que le suceden a otra pareja, Augusto y Lucía: el dictador y su mujer. Al inicio, en los capítulos, están bien separados unos de otros, pero hacia el final, ambas historias corren casi en paralelo.

Pedro Lemebel

Con la tensión creciente por los preparativos y la ejecución del atentado, los obstáculos que deben sortear Carlos y La Loca para permanecer juntos, estrofas de boleros y baladas (Contigo en la distancia, Reloj, La media vuelta) y un lenguaje poético, se configura una de las novelas más vendidas y comentadas en los últimos veinte años, no sólo en Chile, sino también en otras partes del mundo, un referente literario ineludible para comprender un poco mejor, no sólo el pasado y el presente del pueblo chileno, sino también el alma humana y su anhelo de libertad cuando vive encarcelado dentro de su propio país y dentro de su propio cuerpo.

Vuelvo brevemente a lo del lenguaje poético. Esta misma historia contada por Jorge Edwards o Pablo Simonetti habría sido muy distinta. Habría ganado por la experiencia de novelistas consumados (Tengo miedo torero es la única novela de Lemebel) pero le habría faltado ese leguaje que es poesía en el que las escenas más triviales se convierten en visiones olímpicas inspiradas por las musas; una de mis favoritas es cuando el narrador habla de una lágrima, diciendo “como una perla amarga que se quedó sin mar”. Hermosa frase. Sin embargo, en lo personal, no disfruté tanto este lenguaje durante las casi doscientas páginas que tiene la novela y en cuanto a la voz narrativa, si bien es diferente a la mayoría, no logré conectar con ella como sí lo hice con cada obra de Alejandro Zambra o con esa otra joya de la literatura chilena que es La Reina Isabel cantaba rancheras de Rivera Letelier.

Ahora bien, aunque no amé el libro ni la historia y aunque no creo que lea algo más de Pedro Lemebel sí creo que este es un libro obligatorio (ya sabemos lo que dijo Borges sobre la imposición de las lecturas) para todos los chilenos o las personas de otras nacionalidades que viven en Chile y que aman los libros. Aunque existen muchos nombres de autores y obras que forman parte de la literatura chilena contemporánea, hay algunos que sobresalen, que se han convertido en material de estudio, éxitos de ventas y son considerados clásicos contemporáneos (aunque parezca un oxímoron) y paradas ineludibles en el ánimo de los lectores. Tengo miedo torero es uno de esos clásicos.

Reseñado por @cristiancaicedo


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