Sobre la poesía y los oficinistas (Pequeña metáfora hecha historia)

in #posh4 years ago

*¿Sería muy extraño ver a un oficinista poético? *

Este mundo es extraño, no cabe duda de de eso. Hoy puede ser un día espléndido en alguna parte del mundo mientras que en otra es un día no tan bueno.

Sobre seguir las convicciones es un tema que muchos debaten: ¿Se debería seguir a los gustos, o simplemente caer en la cotidianidad de lo seguro? ¿Lo que te da dinero o lo que te hace sonreír mientras lo haces?

Siguiendo esto, imagina que el mundo bonito y el mundo feo del que te hablé antes fuese a acabarse en seis meses, o mejor aún, ¿si mañana murieses no te arrepentirías de no haber hecho algo?

Mi respuesta personal a esto es un gran y rotundo sí.

Por eso tracé para mí un camino en el que lograra ir tachando todas las cosas de las que me arrepentiría si mañana muriese, y si no lo logro, entonces se cumplirá ese viejo dicho de: "Morir en el intento", pero lo haría feliz.

Entonces, sobre la poesía y los oficinistas, es una pequeña historia que cree referente a estos locos pensamientos filosóficos a las 12 de la madrugada. Va algo así:

"La poesía es el arte de los incomprendidos, los reservados y lo amantes. Si quieres descubrir un mundo a través de los ojos de alguien más, tan solo ve y compra un libro de poesía.

Pero las artes han sido odiadas por las personas aburridas desde hace miles y miles de años; ellos no creen en palabras bonitas mientras que aceptan a la realidad como a una religión. Ellos crearon las oficinas, con la falsa promesa de estabilidad para aquellos que se les unieran, la única condición era que jamás escuchasen a las palabras de los poetas.

Entonces hubo un hombre, como todos, que fue a la escuela en la cuál le enseñaron como ser oficinista, luego a la universidad donde perfeccionó el tipo de oficina en la que quería estar y por último, como es previsto, se convirtió en oficinista.

El hombre seguía la doctrina de la religión a la perfección: 8 horas de trabajo equivalían al esfuerzo duro que le proporcionaría la estabilidad tan buscada. Se preocupada de dormir temprano, para estar preparado para el culto a la sobriedad al día siguiente, y lo más importante, cuando veía a algún poeta no perdía la oportunidad de criticarle por lo que había escogido.

El oficinista se convencía todos los días de que era feliz, pero la verdad es que notaba que sonreía cada vez menos.

¿Qué estaba haciendo mal? ¿No era eso acaso lo que siempre se había esperado de él? La vida perfecta que siempre soñó.

Abrumado por lo que descubría de sí mismo, se permitió desviarse un día de su camino habitual. Terminó en un parque, donde más oficinistas pasaban apurados de un lado a otro sin dejar de ver sus teléfonos y con su portafolio en mano, perfectamente cerrados.

De repente, entre tantos oficinistas, se hizo paso entre la multitud una poeta, a diferencia de la multitud ella corría, esquivaba a las personas y dejaba que las hojas de un bolso mal cerrado escapasen. Frente al hombre una de las hojas pasó volando, y a pesar de que no quería, no pudo evitar tomarla en el aire. Extrañamente en ella no habían números y cuentas, solo rayas trazadas a las cuáles por más que dió vuelta no logró darles sentido. Era un dibujo, pero los oficinistas no ven eso, así que el hombre lo desechó rápidamente al no encontrarle sentido, porque así eran los oficinistas, desechaban todo lo "no lógico".

Pero en ese momento otra cosa extraña sucedió, entre tantas personas, el oficinista vió algo en el horizonte. Intrigado comenzó a caminar más y más hacia eso, era brillante pero parecía estar cayendo. El cielo dejó de ser azul y se tiñó de naranja, ¿qué sucedía con el cielo? Debería de ser azul y luego oscurecerse, como su ciclo normal.

Caminó y caminó, pero por más que lo hizo nunca alcanzó a la bola brillante. Se detuvo entonces exhausto y contempló lo que cambiaría su vida para siempre:

Una explosión de colores surcó el cielo: Púrpura, naranja, azul, amarillo, rosa. Era hermoso, y aunque intentó darle un nombre no encontró alguno para tal maravilla. Era un atardecer, pero el oficinista había pasado toda su vida estudiando para ser lo que era que nunca tuvo tiempo para fijarse lo que sucedía cada tarde.

Cuando acabó y el cielo oscureció, el oficinista se sintió triste, entonces volvió al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Y de repente, el oficinista dejó de ir a la oficina.

Se había vuelto un artista que pintaba al atardecer cada tarde, que hablaba sobre la maravilla de los colores del cielo a esa hora.

Se había vuelto un poeta."

Cada quién puede interpretar este cuento a su manera, y sin embargo solo tengo una cosa que decir sobre ésta metáfora inconsciente que he creado:

Mi contemplación del atardecer ya sucedió y cegada, solo puedo volver todas las tardes como el oficinista a verlo.

¿Tu atardecer ya ocurrió?