Sobre la banalización de la desgracia

Los seres humanos somos animales de hábitos. Nos acostumbramos a los lugares y las experiencias comunes porque la reiteración le resta sorpresa a las cosas, por eso conservamos en la memoria el recuerdo feliz de las primeras veces y no de las miles de imitaciones que le sucedieron. Si ajustamos ese enfoque hacia las desgracias, las desventuras, el panorama es áun más desolador. Recientemente leí la novela Mujeres que matan de Alberto Barrera Tyszka y encontré allí un párrafo que inicia con la siguiente frase:

"A veces las desgracias se repiten de forma automática. Así dejan de ser desgracias".

El venezolano, autor de Patria o muerte, no quiere decir con esto que las desgracias dejen de ser malas en la repetición, sino que se hacen menos degracias cuando se suceden una tras otra porque esa compañía en el registro genera la sensación de un dolor compartido. No se siente igual una víctima sola entre mil rostros sonrientes que rodeada de otras personas en su misma condición. El párrafo continúa y profundiza:

"La reiteración las banaliza; domestica el asombro y transforma el dolor en un hábito. La reproducción logra que la realidad pierda importancia, que sea rápidamente catalogada como un lugar común. La supuesta falta de originalidad, en vez de aumentar una desgracia, la minimiza"

Lo que el escritor sintetiza en pocas palabras es lo que los venezolanos hemos vivido durante años: la banalización de la desgracia, el hábito del dolor. Cuando en un pequeño pueblo de Suiza ocurre una muerte violenta, la sociedad se conmociona, se alarma y se asusta porque no es común, porque es un suceso extraño, aislado. Pero en una realidad en la que mueren y matan a decenas y centenares de personas cada día, un asesinato es apenas un línea en la pared, un número, una estadística. Piensen en la primera vez que, viviendo en Venezuela, escucharon que habían robado a algún concocido, ¿les dio miedo? ¿les sorprendió? Seguramente sí. Ahora bien, si hoy día escuchan que a alguien lo robaron en un bus o que secuestraron a un emrpesario, ¿les sorprende? No, porque se ha hecho común, se nos ha vuelto hábito entender todos estos hechos como si fuesen normales, como si fuesen nuestra prerrogativa como venezolanos.

Tristemente, hay que decirlo, hemos perdido la capacidad de asombro ante los infortunios y gracias a (o por culpa de) ese carácter fresco y muchas veces despreocupado, tan característico de nuestro gentilicio, nos expresamos en términos ligeros. Si alguien cuenta su experiencia traumática, puede aparecer un compañero o un amigo que, buscando darle ánimo, le diga "No, eso no es nada, a mí una vez..." y siga con el resto de una anécdota más trágica que la anterior, minimizando la desgracia del otro. Una mancha negra sobre una pared blanca resulta evidente, repulsiva, pero ¿y si hay demasiadas manchas? ¿y si hay tantas manchas negras que el blanco de la pared ya no se ve?

Fallas en los servicios públicos, instituciones corrompidas, muertes violentas, delincuencia exacerbada, escacez de algunos productos y en epecial de medicinas, elevados precios de algunos bienes de primera necesidad, kilométricas filas para cargar gasolina en las estaciones de servicio, la realidad actual de la sociedad venezolana (más allá del agregado de una pandemia global) es un desfile perpetuo de desgracias tan inmenso que ya no parecen ser tan graves. Nos acostumbramos, como pueblo y como sociedad, y ahora son las buenas noticias las que son recogidas como una rosa en medio de la nieve. Ojo, no nos culpo, no somos los responsables; después de todo, el ser humano se adapta a su entorno para poder sobrevivir y si nos acostumbramos a estas cosas fue porque esa realidad subvertida se nos impuso con todo su peso y la fuimos asimilando en nuestro organismo como la luz del día.

Creo que el camino para que eso cambie es el retorno por la misma senda a través de la cual llegamos a esta situación. Si la repetición de los dolores minimizó el impacto de cada uno de ellos, en la medida en que las desgracias disminuyan en número, en frecuencia, en intensidad, quizás podamos recuperar el espacio que se nos ha quitado. Un día, cuando las condiciones sociales, económicas y políticas mejoren, quizás podamos pensar en desbanalizar la violencia, en condenar la corrupción a pesar de su normalidad y en volver a sorprendernos por lo que no está bien, sin importar cuántas veces ocurra. Todo acaba y aunque quizás no sirva mucho de consuelo ahora, esta realidad cambiará y dará paso a una nueva serie de condiciones que, esperemos, serán mucho más favorbles. Mientras tanto, no pido que nos alarmemos por cada infortunio que tengamos (nuestros días serían muy pesados) sino que aunque los veamos suceder una y ora vez, no olvidemos que están mal, no domestiquemos el dolor.

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¡Que publicación tan profunda, oportuna y adecuada a la realidad venezolana! Estoy totalmente de acuerdo contigo, se banaliza la desgracia, el dolor, la violencia, la impiedad, y eso cada día nos erosiona como sociedad. Un gran abrazo.

Es que apenas leí la frase, no pude sino pensar en el país. Gracias por leerme y por su amable valoración. Saludos.