Por fin se terminó, el confinamiento. O por lo menos eso es lo que dicen, pero yo, sigo sin sentir mi libertad. Aún estoy atrapado por todos lados…
El miedo aún perdura, la incertidumbre está más presente que nunca en nuestras vidas y las conspiraciones son cada día más alocadas al tiempo que aceptadas por una gran parte “inteligente” de nuestra civilización.
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¡No me toques! ¡No te acerques! ¡No respires junto a mí! ¡ALÉJATE DE AQUÍ! Nos tenemos miedo los unos a los otros. Ahora todos somos virus, ya no solo lo son los indigentes.
Vivimos bajo el temor del desconocimiento y nuestra sexualidad está muriendo. Los codos se han convertido en nuestro nuevo punto G, el único que ya es posible estimular por otra persona sin que todo sea un escándalo y nos lleve a la muerte.
Mi estridente música me confirma que ya solo es posible sentirla desde mi casa, las calles se han quedado vacías de arte, de sentimiento y en ellas solo ha quedado el odio hacia lo diferente.
Tal vez sobrevivamos para contarlo, para anotar lo ocurrido en libros con el objetivo de que jamás se olvide, pero cada uno contará su visión, su forma de vivirlo y sentirlo.
Pero, lo que nos une es, que seguiremos sin aprender la lección que la naturaleza nos ha dado y todo seguirá exactamente igual.
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