El Baco (mi primera novela) 42

in #spanish3 years ago

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49
(F. Liszt. «Ensueño de amor»)
Clara y Leo quedaron en verse el día de Navidad a mediodía en el Paseo Marítimo.
—¿Qué tal la cena?
—En familia, como todas las Nochebuenas; todo el mundo cantando villancicos, hasta mi abuela, que se quedó ronca.
—Estás como para comerte ¿Qué te has hecho en el pelo?
—¡Bah! No seas tonto, que me pongo colorada.
—Desentonamos un poco. Yo, como un pobre con estos pantalones viejos; y tú, preciosa. Tendré que ir a cambiarme.
—¡No seas tonto! Me gustas de cualquier manera —por primera vez se expresaba Clara directamente al entrecejo, porque los ojos eran demasiado profundos y temía delirar en ellos.
Hablasen de lo que hablasen, se entretejía en las escuetas expresiones de Leo mitificando su inteligencia. Escuchó sorprendida:
—Me has cortado, tía. No me salen las palabras. Me siento molécula de agua. Sólo me salen fórmulas químicas. Creo que saben declararse mejor los de letras por las novelas que han leído. En eso me aventajas.
—Sólo te he dicho que me gustas de cualquier manera —se dejaba coger la cintura interrumpiendo los pasos lentos contra el viento de levante, y reclinó la cabeza sobre el hombro de Leo.
—Acabas de hacer una metáfora perfecta: tendremos que decidir quién es el oxígeno y quién el hidrógeno —concluyeron la broma con un beso corto. Siguió Leo:
—Mira, ¿ves aquella barca rota, debajo de la palmera más alta? Allí me reveló Pablo asuntos importantes. Creo que ahorrarás tiempo en redactar el trabajo de Historia.
—No me hables, que me trae loca. Por cierto, mañana tengo que ir a la biblioteca a consultar dos mamotretos.
—Te tengo preparada una sorpresa. Te digo que te ahorrará tiempo.
—¿De qué se trata?
—Vas a tener el trabajo terminado en cuatro días, ya lo verás. Le regalaron a Pablo la traducción de una colección de documentos medievales que están inéditos. No los conoce nadie y menos el profesor de Historia. Te dará sobresaliente sin pensarlo. Lo de la cojera y el encañije de la pierna, todo fue un rollo, que sólo él y yo sabemos.
Le contó todos los detalles del viaje a Astorga en el verano, por lo que Clara no salía de un asombro para entrar en otro.
—Vamos, vamos a ver la traducción de los documentos, ya no puedo con la intriga. Sois geniales.

50
(H. Berlioz. «Sinfonía fantástica»)
Eva aborrecía las fiestas navideñas. Desde la separación de sus padres siempre la asaltaba una monomanía que nunca vio cumplida: dormirse el veintidós de diciembre y despertarse el siete de enero. Durante este periodo perdía la eterna sonrisa linda y no podía deshacerse del recuerdo de su primera infancia; aunque asumía la impresión de desasimiento, no se acostumbraba; y cuanto más crecía, más intensa se asentaba en ella la sensación de pena.
Ese último año, el día veintidós de diciembre por la tarde, la llamó su padre por teléfono, le propuso cenar juntos en un restaurante de la costa y le anunció un plan para pasar las vacaciones, pues él había reservado quince días de las del verano. La madre nunca opuso la más mínima resistencia cuando el padre deseaba reunirse con su hija.
Durante la cena escuchó Eva la propuesta:
—¿Cuánto hace que no esquías?
—Desde que me llevabas a Sierra Nevada cuando era pequeña. Seguro que se me ha olvidado mantenerme en equilibrio.
—Te deslizabas como una sirena. Esquiar no se olvida aunque pase mucho tiempo, lo mismo que montar en bicicleta. Mañana me voy a los Pirineos. Tengo la reserva con un grupo organizado para quince días. El autobús sale a las seis de la mañana para llegar a dormir a Pamplona. Si vienes conmigo cancelo el viaje y nos vamos en mi coche.
No dudó Eva un ápice aunque le contestó:
—Los esquíes que tengo son pequeños, de cuando era niña; tendré que preparar el equipaje rapidísimamente.
—Por los esquíes no te preocupes que allí se alquilan. Y el equipaje: lo imprescindible. Los Reyes Magos traerán adelanto: en Pamplona te habrán dejado pasado mañana un nuevo equipo de ropa y calzado de montaña. Más fácil no lo encuentras.
A Eva le dieron ganas de darle un beso pero reprimió sus sentimientos; siempre se mostró muy dura con su padre. Como una idiota recobró la eterna risa perdida y la mezcló en la probeta con dos inmensas lágrimas: con tal brebaje, se le indigestaba el plato de mero que había terminado. Al padre se le contagió el estado anímico, síntesis de innumerables recuerdos; tragó saliva para no convertirlos en sollozo, abrochó las manos, y con el gurruño tapó nariz y boca e hincó los codos a ambos lados del plato.
—Tengo una hija que es la chica más bella del mundo —dijo el padre por salir airoso del atolladero.
—Ya lo sabía. ¡De tal palo tal astilla!
Terminaron envueltos en una carcajada amplia. Eva no se contuvo, se levantó