El Baco (mi primera novela) 43

in #spanish3 years ago (edited)

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—¡Venga, que me estás impacientando demasiado!
El padre le tomó una mano:
—El Vasco, como tú lo llamas, te ha mentido; lo que pasa es que se siente avergonzado y no tendría por qué. Su madre está loca y su tío, no es que sea tío. ¡Es su verdadero padre!
Se desplomó Eva en su fuero más íntimo recordando en segundos todas las conversaciones al respecto:
—Es imposible que me haya mentido, se lo habría notado. El que le ha mentido, sin duda, ha sido su tío; bueno, su padre, mejor dicho.
— Yo no lo creo. Ya te dije una vez que los curas son curas pero no mienten; lo más que hacen son restricciones mentales, como ellos llaman; es un sello indeleble que llevan grabado en sus corazones. O mejor, si quieres, no mentir supone para ellos el verdadero patrimonio en el que se apoyan para sus conquistas, por eso tienen éxito; y a la postre, todo el mundo les perdona los pequeños fracasos e incluso los grandes. No todos los sobrinos de los curas son sus hijos naturales, pero todos los que han tenido hijos pasan por tíos ante la gente si habitan en el mismo hogar.
—Me has dejado de granito. Vamos al psiquiátrico —se apresuró Eva en dos frases.
—De cuarcita me quedé yo cuando me lo contó el secretario diocesano, pensando, sobre todo, en el disgusto que te llevarías.
Atravesaron la ciudad llena de semáforos sin apenas palabras. Eva, hundida, en el asiento confortable mirando a la derecha pero sin ver a nadie.
La entrada del manicomio se asemejaba a un campo de rastrojos donde no hay pájaros que picoteen las espigas. En el aparcamiento con letrero: «sólo para médicos», dos coches; en el de enfrente, únicamente el suyo.
Detrás de un mostrador de la recepción una enfermera asomaba la cabeza. A lo lejos, un quejido de animal enjaulado. A Eva se le encogió el alma. El padre no se impresionó absolutamente nada:
—¿Podríamos visitar a una enferma?
—¿De quién se trata? —respondió la señorita de la cofia blanca.
—Se llama Itziar Marculeta Etxeverría.
—Me temo que no va a ser posible; no obstante llamaré al médico de guardia. Hoy, Nochebuena, no hay ningún psiquiatra; y hasta el día veintiséis no vienen. —Pues... ¿No dice que se encuentra uno de guardia?
—Pero no es psiquiatra y esa enferma nunca está tranquila. ¿Son ustedes familiares?
Se adelantó el padre, porque Eva no podía decir nada:
—No exactamente; bueno, algo nos toca. Ya le explicaremos al médico. Haga el favor de llamarlo.
Quedó cortada la enfermera:
—¡Miren! Pasen al fondo. Al lado de la sala de espera ya verán un letrero: «Médico de Guardia».
Las pisadas brillantes, casi resbaladizas, rompían el silencio por el pasillo ancho. A Eva le palpitaba el corazón muy deprisa. Se adelantó otra vez el padre a llamar a la puerta porque Eva no podía sacar las manos de los bolsillos de la trenca.
—Marculeta...Etxe...verría. Aquí está, —el médico leía en voz alta consultando el fichero de las historias clínicas—. Viniendo desde Málaga y tratándose de la futura nuera, les permitiré que la vean desde lejos, porque responde con agresividad. Estando yo de guardia se hizo una herida, y al intentar curarla, se tiraba a morderme; y la tuve que dejar por imposible hasta que llegó el psiquiatra doctor Lakunza, que es con el que muestra confianza. Si vienen ustedes pasado mañana, él les podrá informar mejor de su enfermedad. Yo, lo único que puedo hacer es leerles la historia, pero no siendo médicos, no van a entender casi nada. ¿Ven? —leía el cartapacio—. Aquí dice: «Neurosis traumática por deprivación... Afasia irreversible, por lo que no se puede practicar psicoanálisis... Conducta agresiva...» ¡Bah! Ya les digo: mejor que vengan pasado mañana, —quería desentenderse y evitar responsabilidades.
Eva y su padre se apostaron tenaces en la espera, ya que antes les había asegurado que la podrían ver desde lejos; y el médico seguía leyendo con los folios cara a la luz de la ventana inclinando la cabeza cuarenta y cinco grados al mismo tiempo que comentaba los datos:
—Hace dos años, por las fechas que constan en el informe, vino un hombre a visitarla, pero no quiso identificarse; y la dirección del Hospital no consintió la visita. Nunca más ha vuelto.
Sin atreverse a decirles que se despidieran, en el folio siguiente leyó:
—«Responde al nombre con la mirada...» —se rindió el galeno—. ¡Vengan! ¡Pasen conmigo, que estará sentada donde siempre!
La calefacción se hacía insoportable y el padre se quitó la gabardina. El médico los condujo al pasillo cerrado con grandes cristaleras que daban al jardín con una fuente de chorro constante. El médico delante, no avanzaron más de un metro de la puerta. La madre del Vasco, de espaldas, sentada en una silla de madera negra, con albornoz blanco, acunaba en su regazo un muñeco que nadie podía arrebatarle. El médico gritó sin desparpajo:
—¡Itziar…!
La madre del vasco, volvió bruscamente la cabeza despelujada, con restos de una trenza larga que no se dejaba cortar; abrió la boca dibujando tres arrugas largas y profundas en cada comisura y enseñó los dientes. Lentamente volvió la atención a su cachorro y lo tapó con mimo. A Eva se le clavó aquella estampa en el área diecisiete de su cerebro. Las pulsaciones se le dispararon.

53
En el Seminario de Historia, el veintitrés de febrero de 1983, a las siete de la tarde, en la mesa camilla, con un brasero eléctrico, corregía Damián los trabajos de historia de la clase de Clara:
«¿...? ¡...! ¿...? ¡...!». Se estaba fraguando el sobresaliente de la novia de Leo por momentos. Al terminar de leerlo comenzó de nuevo concienzudamente y cuanto más se embebía en la lectura, más se ratificaba en la calificación máxima, dada la estructura y contenido del ejercicio dividido en tres partes: «Introducción», «Los documentos», «Conclusiones».
La tercera parte comenzaba así:
«Después de examinados los escritos recogidos en un cuaderno por un anónimo autor en los años cuarenta, deduzco la existencia de una civilización perdida, paralela en el tiempo a la cultura románico-medieval-contemporánea; por tanto, paralela también a los orígenes de nuestro idioma, mucho antes de que el Rey Alfonso X, el “Sabio”, recogiera el saber del mundo civilizado».
Después de este párrafo, corrigió Damián puntilloso con lápiz rojo:
«Debes cuidar al máximo la expresión, ya que se presta al equívoco la frase: “Cultura románico-medieval contemporánea”. Contemporánea, ¿de quién? Se puede entender que en la actualidad existe una cultura románico-medieval. No obstante, es el mejor trabajo de la clase».
En ese momento, el Vasco entró al seminario y se sentó a su lado:
—¡Vaya un montón que tienes! Luego dice la gente que tenemos muchas vacaciones. Nadie cuenta las horas que trabajamos corrigiendo ejercicios.
Damián colocó el de Clara debajo, no siendo que el Vasco echara una ojeada, pues se sintió sorprendido pensando utilizarlo en provecho propio, para su currículum, ya que no era posible que Clara hubiera inventado aquellos textos en latín monástico, leonés antiguo y algunos traducidos; aunque a veces, con los alumnos, se lleven los profesores grandes sorpresas. Salió airoso diciendo:
—¿Vamos al bar a tomar algo? Estoy hasta el gorro de corregir trabajos durante toda la tarde. Me llevaré algunos para seguir en mi casa.
Al salir del seminario y cerrar la puerta, al Vasco le extrañó algo que nunca había detectado en su compañero: comprobó cinco veces si había quedado segura la cerradura; habiendo avanzado dos pasos, se volvió e insistió de nuevo con la llave, por si acaso. El Vasco no le concedió importancia a lo que de momento consideró minúscula manía. Salieron los dos del Instituto dirigiéndose, vociferantes, a Alfonso Sierra, con un hasta mañana efusivo. Al Vasco lo esperaba Loli tomando un güisqui en la barra y leyendo el periódico del día. Damián se entretuvo poco tiempo, pues ansiaba seguir leyendo lo que a él le parecía la más apasionante historia que no viene en los manuales; tendría que preguntar a Clara el origen del cuaderno y desde aquí iniciar la búsqueda de los pergaminos originales, porque podría tratarse de una fantasía: algunas alumnas se muestran brillantísimas en las últimas generaciones; no

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