El Baco (mi primera novela) 44

in #spanish3 years ago

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obstante, por lo menos a primera vista, encajaban las piezas que faltaban en algunas incógnitas importantes; además, cualquiera puede comprobar la existencia de la lápida escrita en la catedral del vino, y el sepulcro —pensaba—, y desde luego, la Mesopotamia leonesa es cosa cierta, aunque en la geografía actual no se le asigne ese nombre. La toponimia podría confirmar algunos extremos —reconstruía mentalmente la comarca—; desde luego, en el atlas figuran lugares que podrían abrir el camino, como Castromudarra, Almanza... Se obsesionó tanto con sus hallazgos en el trabajo de Clara, que prefirió no entregar los ejercicios a los alumnos hasta pasados unos días. Ante la insistencia por saber las calificaciones, optó por la nimiedad en la que no había reparado: sacar fotocopias que durante los días siguientes aprendió de memoria de tanto leerlas, si bien se atascaba en la comprensión de algunas cuestiones de rango lingüístico, por lo que con denodado entusiasmo consultó bibliotecas de toda índole y trabajó más que en toda su carrera; a pesar de todo conservaba dudas, pero eran debidas a que era proclive a una desapercibida neurosis obsesiva. Durante varios días echó el bofe volteando los escritos y determinó pedir ayuda a alguien que no estuviera interesado en cuestiones históricas, por no darle ocasión de que le robara el tema. Repasó a sus compañeros, pero ninguno le inspiraba confianza porque no quería que nadie descubriera lo que traía entre manos. Pensó en Emilio, pero en vista de que tenía fama de derechas, y ambos habían mantenido una fuerte disputa, a Damián no le agradaba que observaran sus consultas aunque fuera en los pasillos. En esos años, los más débiles de carácter no resistían las censuradoras miradas siniestras de los que más presumían de antifascistas, cuando aquellos charlaban con alguien que no fuera del agrado de los que más vociferaban en las reuniones de claustro, porque le hubieran colocado el sambenito de adepto al largo régimen franquista. Algunos profesores se abobalicaban con un discurso huero, y citaban a diestro y siniestro autores revolucionarios que no habían leído, pero daba resultado para mantenerse fuera de toda sospecha. A pesar de lo cual, dado que Emilio era lingüista clásico, decidió Damián hacerle algunas preguntas sobre el latín de los escritos, arriesgándose a ser tachado por sus compañeros de sujeto dialogante con un profesor autoritario.

54
Eva, desde que llegó a Málaga con su padre, después de las Navidades, anduvo errante vigilando los pasos del Vasco, que día tras día le daba largas. Su madre, al ver que adelgazaba casi un kilo por semana, la llevó al médico, quien diagnosticó en pocos minutos de consulta anorexia nerviosa.
Loli y el Vasco salieron del bar bien entrada la noche bajo la mirada de Eva, que se escondía detrás del buzón de correos para no ser vista. No encontraba ocasión de hablar a solas con el Vasco por más que la forzaba. Una vez más, no se atrevió a hacerse la encontradiza, porque la voz de Loli se le retorcía en las neuronas del Girus Limbi. Soportar su presencia cristalizaba en ella como hábito incorregible, sintiéndose estertorosa en la agonía del amor a su amado, que se escurría como mercurio entre sus dedos, con mucho peso y sin poder agarrarlo. Por la tensión acumulada lloró de rabia y se dio la vuelta.
Al día siguiente, intentó de nuevo trabar conversación donde nadie los oyera, y el Vasco no tuvo más remedio que atenderla porque le espetó, a la primera, que hacía dos meses quería decírselo y nunca había podido. Trataba Eva de que no le notara el sobrecogimiento que le ocasionaba su presencia y pasar como si nada le ocurriera en sus fueros internos. Siguió diciéndole que había visto a su madre casualmente en el hospital psiquiátrico. De esta manera pretendía ganarlo sentimentalmente; y si lo perdía para siempre, al menos esa confidencia, nunca podría olvidarla, ni podría olvidar aquel lugar donde se lo decía. Eva resbaló un poquito en sus palabras pues le dijo «casualmente», y desde luego, esa casualidad no se sostenía por sí misma; pero ese detalle le pasó al Vasco desapercibido, pues anteriormente había mencionado a su madre, y, en ese instante, al Vasco se le destrozaron sus esquemas sin que pudiera reflexionar en los pequeños detalles. El comportamiento del Vasco resultó diametralmente opuesto a como Eva había previsto, ya que se hizo el escurridizo evitando en lo posible hablar de su madre. Tenaz y ofuscada en su intento, Eva insistió de nuevo queriendo describirle lo que había visto en Bilbao, y no se explicaba el porqué de aquellos regateos dialécticos con los que el Vasco evitaba seguir hablando de lo que ella pretendía. Llegó un momento en el que el Vasco le dijo directamente, que tanto para el uno como para el otro, sería mejor olvidar los devaneos en los que juntos habían estado inmersos. Con esta confirmación, Eva se desplomó interiormente y recordó la conversación con el médico de guardia, quien le había dicho que un hombre había intentado visitar a la madre del Vasco en el manicomio; concluyó que no podía haber sido otro sino el mismo Vasco, y le dijo mascullando las palabras:
—¡Eres un cerdo hijo de cura! Dice mi padre que de tal palo tal astilla. Menos mal que lo del embarazo resultó una falsa alarma; de lo contrario, me habrías dejado con el niño, porque yo no hubiera sido tan estúpida como tu madre, que se lo dejó robar para ponerse loca. Sólo piensas en pasiones bajas a pesar de tu carita de ángel. ¡Eres un guiñapo mentiroso!

Con tales improperios, el Vasco no reaccionaba; sólo se le ocurría perder la compostura y pegarle una paliza, pero pensó que, de seguir adelante, él saldría perdiendo; y trató de explicarle calmando la ira:
—No es lo importante que te hayas enterado de mis secretos, sino el daño que te pudiera haber hecho. Tienes que perdonarme, porque, en efecto, ha sido culpa mía que nos hayamos comportado como dos críos dejándonos llevar de las circunstancias; pero yo creía que con la cantidad de chicos de tu edad a los que les gustas, y con tu carita seráfica, me olvidarías en muy poco tiempo.
Después de una pausa corta, el Vasco se descubrió con absoluta apertura:
—Efectivamente, mi padre me encomendó, cuando me vine a España, que cuidara a mi madre. El pobre ha vivido en un tormento constante. ¿Por qué crees que por todos los medios intento hacerme rico encontrando lo que es mío por herencia? Estoy seguro de que mi madre puede curarse. Tiene una vida por delante, ya que su edad es de cuarenta y siete años. La llevaré a los mejores psiquiatras de América cuando me hayan pagado por el retablo de El Baco lo que vale: la cifra puede ser incalculable. La sacaré de la pocilga en la que se encuentra. Tengo que sacarla y no sé a quién pedir ayuda, porque ya te digo que El Baco me pertenece por herencia y no soy capaz de hacerme con los pergaminos para demostrarlo; que mi padre sabe que en algún lugar existen. Es imprescindible, como previa, hacer un acta notarial de su existencia aunque sea a través de fotos de los originales. Ahí tienes la clave para hacerme un absoluto desgraciado: publicar mis planes a los cuatro vientos. Porque... te diré más: ya he localizado El Baco. Se encuentra en la bodega de un pueblo y, sin embargo, todo el mundo cree que lo quemaron cuando la guerra. Yo no vivo ni para ti ni para nadie; únicamente vivo para rescatar El Baco. La excursión a Astorga no tuvo otro objetivo. ¡Pobre mi viejo! ¿Te das cuenta de por qué sin los pergaminos no podré demostrar nada?
Eva se compungió de tal manera que rompió en un llanto amargo.