El Baco (mi primera novela) 47

in #spanish3 years ago

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—Ya es hora de que te cuente todo lo que me ocurre.
Loli escuchaba de sobresalto en sobresalto cuanto el Vasco soltaba a borbotones y se sinceraba contándole su verdadera historia con cabal minuciosidad, la excursión a Astorga, su meta de encontrar el retablo de El Baco para poder llevar a su madre a los mejores psiquiatras americanos... Y se convenció de que no era Eva la que, en definitiva, preocupaba al Vasco; por lo que quedó mucho más tranquila. Pensó en casarse con él y pedirle ayuda a su padre, que era un industrial de conservas agrícolas en Murcia, imaginándose que, así, ya acabarían los tormentos del Vasco.
—A mis padres les has caído como agua bendita para su niña —sonrió pensativa—; para ellos siempre seré la niña pequeña; mi padre tiene tanto dinero que no escatimará nada por ayudarte, pero creo que eso ocurrirá cuando nos hayamos casado —se le adivinaba un cuidado exquisito en no dar un traspié durante el discurso; a pesar de lo cual, el Vasco apretó los cartílagos de las ventanas nasales con matiz interrogativo—, porque mi padre es muy tradicional; pudiste comprobarlo durante las Navidades. Yo ya le he dicho que eres algo más que un buen compañero de trabajo, y mi madre no pone ningún obstáculo. Mi madre es mucho menos misoneísta que mi padre —al Vasco le extrañó la palabreja y trató de corregir la pedantería en la que a menudo incurría Loli:
—¡Guarda ese adjetivo, mujer! No puedes tratar a nadie de ñoño mientras no quites el jodío hábito de intentar sorprenderme con grecismos y otros vocablos de poco uso.
Loli no tuvo recursos para paliar su aturdimiento y siguió desesperada intentando que el Vasco se olvidara de lo dicho:
—Yo no tengo la culpa de ser una repipi; además tú me has hecho cambiar mucho —se aceleraba—; vamos a lo importante y deja de corregirme; por dinero no tienes que preocuparte, porque ya te he dicho que mis padres nunca me han negado absolutamente nada.
El Vasco recompuso los ademanes:
—Pero habría que decirles previamente que necesitaremos dinero para llevar a tu suegra al mejor hospital psiquiátrico del mundo.
Loli se alborozó al comprobar que el Vasco parecía dispuesto a aceptar la solución que para ella resultaría muy fácil una vez casados. Pudiera interpretarse que Loli estaba ofreciendo un matrimonio de conveniencias para el Vasco por la torpeza de sus expresiones; pero no debía de ser esa su intención porque daba por sentado que el Vasco la quería y deseaba legalizar sus relaciones íntimas. El Vasco engullía bocado tras bocado con ansia desmesurada y no encontraba salida airosa con propuestas aceptables. Por el contrario, Loli no terminaba el consomé con yema y frivolizaba interesándose hasta la ofuscación:
—No merece la pena que te angusties con una empresa tan difícil. Tal y como están las cosas, con Pablo en América, y Leo que no suelta prenda, puedes encontrarte un camino que no va a ninguna parte, porque en definitiva, ellos son los ladrones y ya está todo en manos de la policía. Mejor que dejes que los pergaminos se pudran y nunca más se sepa nada.
El Vasco no podía encajar estas razones. Loli, con la eterna cuchara en la mano, seguía intentando abrirle los ojos y se imponía a sí misma tratarlo con la mayor delicadeza:
—Mira, mi amor: yo creo que por ti mismo, cuando se hayan calmado las últimas tormentas, te irás convenciendo de que cuanto más te empeñes, peor será el resultado, y a lo mejor no lo encuentras. Lo que nos preocupa es el tratamiento de tu madre; y luego, sin desasosiego, ya nos dedicaremos los dos a buscar tu herencia, sin prisas —esto último, lo decía con un deje que se adivinaba ficticio, como si no estuviera muy convencida—. Imagínate que no lo encuentras y te pasas la vida sin dar remedio a lo verdadero: nuestra vida, que es lo único que debe importarnos; aunque, por supuesto, yo no quiero forzar nada, porque la decisión ha de ser sólo tuya.
El Vasco, en el titubeo, encontró un resquicio:
—¿Y va a quedar así para la historia? Se perderá definitivamente.
Aprovechó Loli la debilidad pasajera:
—A la historia, que le den morcillas. Lo importante, te repito, es lo importante. ¡Cuántas cosas se habrán perdido, y aquí estamos!
El Vasco retrocedió diciendo:
—No es imposible encontrarlo; prueba de ello es que si hubiera medido un poco mejor mis pasos, a estas horas ya tendría demostrado que me pertenece. Unicamente me faltan unos datos que casi los he tenido en la mano. Totalmente cierto es que El Baco se encuentra en una bodega en Tierra de Campos, pero es inútil encontrarlo hasta que no acredite, con los pergaminos, que el retablo medieval me pertenece por herencia. El gasto que supondría la curación de mi madre, nadie podría soportarlo y aunque tu familia aceptara sufragarlo sería una ruina. No, no, de ninguna manera. Yo me encontraría atado, sin libertad de movimientos.
El Vasco rascaba la barbilla y miraba fijamente el salero de las vinagreras mientras seguía reflexionando en voz alta:
—Además, yo soy Arias. Teniendo las pruebas de los pergaminos, sería irrefutable cualquier pretensión en contra de mí. Cuando mi padre ejercía de cura en la diócesis de Astorga, los tuvo en sus manos, y él sabe ciertamente que allí dice que son míos, porque un antepasado nuestro llamado Arias Didaz era el dueño absoluto. Después, los avatares por los que mi padre se vio obligado a sobrellevar tragedia tras tragedia, hicieron que no pudiera quedarse con ellos, pues le coincidió con las marejadas de su marcha para la diócesis de Bilbao y después a Arequipa. Ya nunca volvió a España. ¡Pobre mi viejo! —el Vasco, consecutivamente, decaía en su ánimo sin que Loli pudiera levantarlo, a pesar de que seguía intentándolo:
—Aunque aparezcan los pergaminos, El Baco puede haber desaparecido en todos estos años.
Reaccionó el Vasco con ceño duro y mirada al suelo:
—En el año cincuenta lo vio mi padre con sus propios ojos en una bodega. Me decía que era como un Pantocrátor Románico con figuras a los lados. Cualquier museo me pagaría una fortuna.
—¿Es posible que no se acordara del lugar exacto de la bodega?
Sesgó el Vasco la boca con acre desdén: