El Baco (mi primera novela) 49

in #spanish3 years ago

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de blasfemias contra Jesús de Nazareth, contra la Santísima Virgen, Contra la Sagrada Forma, contra las Jerarquías Eclesiásticas, contra los Vasos Sagrados, y también contra el Dios islámico Aláh, contra su profeta Mahoma, contra el Arcángel Gabriel y otras atrocidades)».
Siguió Damián leyendo más adelante: «Después de pronunciar las palabras, rociará con vino primerizo a lo hermanos(أخوأن); y todos los asistentes maldecirán a sus enemigos los tagarinos y a los cristianos, y a sus dioses y a sus costumbres».
Una vez leídas estas líneas concluía Damián:
—Es una lástima que ese traductor anónimo del año 40, por sus convicciones religiosas, no copiara aquí el pergamino de las blasfemias concretas.
Emilio, pensativo, le contestaba:
—Yo he ido relacionando exclamaciones que he recogido magnetofónicamente. No obstante, piensa tú, Damián, en una cosa: aquí siempre ha habido dos Españas. La historia de España es la historia de las blasfemias. No es que el español sea blasfemo por naturaleza, sino que se ha blasfemado para herir al contrario donde más le doliera. «Me cagüen la puta del obispo» sólo lo dicen los hombres con una copa en la mano, porque lo acuñaron los báquicos en contra de los cristianos, lo mismo que «Cagüen la Virgen» o «Me cagüen Cristo» o la blasfemia más original de todas: «Me cagüen el camino de Santiago». También he oído decir: «Me cagüen la puta del obispo de Izagre»; y eso que en Izagre nunca ha habido ningún obispo. Los báquicos clandestinos propagaron las mayores atrocidades verbales que todavía se conservan. Siempre se ha blasfemado por machacar al prójimo, lo que demuestra que los españoles no somos tolerantes. Nunca se ha blasfemado contra el Dios propio sino contra el Dios del prójimo. Pero los cristianos no se quedaron cortos. Así, cuando un islámico decía: «La ilahu, ila Lá» que quiere decir: «No hay más Dios que Alá», los cristianos empezaron a decir: «¡Cagüen Lá!». Cuando ha entrado un tercero, nadie ha aceptado las tres Españas porque la referencia del insulto se ha desdibujado y ha llegado el desbarajuste. Desde que no hay adversarios religiosos se han inventado cualesquier aspectos que diferenciaran a unos y a otros, aunque sólo fueran simbólicos: podían haberse escogido las rosas y las azucenas, o los blancos y los negros; y por el mismo motivo podrían haberse elegido, como símbolos diferenciadores, las mesas y las sillas, o el regadío y el secano. ¡Pues, no señor! se ha escogido lo que no tiene ni rastro de rasgo específico como el rojo y el azul, o la derecha y la izquierda.
Interrumpió Damián alterado:
—Pero, esta expresión procede de la República Francesa…
Emilio seguía queriendo caricaturizar lo más posible:
—Bueno, bueno... —y tomó definitivamente la palabra—: la cosa es exaltarse para zaherir al otro. Tan ridículo resulta decir «yo soy mesa o yo soy de azucenas», como decir que «yo soy rojo, o yo soy de derechas o soy de izquierdas». ¿Te imaginas, Damián, la risotada que nos pegaríamos si oyéramos decir a alguien, increpando al contrincante: «tú eres mesa pura y dura», y se ofendiera carcomiéndose, y respondiera: «No señor, yo siempre he sido silla y siempre seré silla hasta que me muera; aunque mi padre fuera mesa y mi abuelo fuera mesa yo he evolucionado a silla, y por favor, no pronuncie usted delante de mí la palabra mesa»? De la misma manera, llamarle a alguien cavernícola, es como llamarle trigémino o cualquier otro absurdo; y sin embargo, hay quien se ofende por ello. Tan idiota es el que lo llama como el que se siente ofendido. ¡La cosa es exaltarse aplastando al otro! Desde luego, esto lo han inventado unos listos para sacarle el dinero a los ignorantes y tenerlos entretenidos mientras que esos listos se comen la tortilla, muy española por cierto.
Se dieron tiempo para seguir pensando, y en dos minutos siguió Emilio: —Ahora voy entendiendo por qué, hasta hace muy poco tiempo, en muchos pueblos, a los niños se les ha seguido dando alcohol con el pretexto de hacerlos más adultos. Me ha llamado, muy especialmente, la atención, cómo un pueblo puede llegar a mitificar lo más inesperado, hasta las enfermedades o sus síntomas. Mira, yo tengo un buen amigo, jefe de servicio de medicina interna; estudiaba quinto curso en la Facultad de Medicina de Granada cuando yo empecé la carrera; tuvimos que convivir juntos durante dos años estudiando en la misma habitación. Me he tomado la molestia de preguntarle y leerle los escritos. Naturalmente me ha confirmado que ese color áureo con el que morían, corresponde a la bilirrubina en sangre, a lo que se le llama ictericia. También me ha proporcionado bibliografía suficiente sobre patología humana para comprobar muchos aspectos interesantes por lo inauditos, que aparecen en los escritos. Por eso no podemos abordarlo en un momento; la investigación será laboriosísima, porque el que escribiera esto, estaba traduciendo pergaminos; lo ideal sería que diéramos con ellos, con los originales.
Damián se iba convenciendo de las opiniones de su compañero a lo que nada replicaba. Sólo comentó:
—A mí se me escapan muchas cosas. Hay algo que no entiendo, por ejemplo: ¿quiénes eran los tagarinos?
A Emilio le pareció una minucia:
—Hombre, eso está muy claro: los cristianos llamaban tagarinos a los islámicos. Es decir: coexistían tres grupos en aquellas tierras: los cristianos, los islámicos y los báquicos. Los cristianos eran los dominadores, pues el rey de León era cristiano. Los islámicos eran descendientes de los colonizadores árabes que llegaron hasta Asturias. Y los báquicos eran grupos de cristianos e islámicos que se convertían a esa especie de religión mítica restaurada, que propagó la cultura del vino y las bodegas a toda la península, e incluso, allende sus fronteras. Sin entrar en más profundidades, concluyo que debió de subsistir durante varios siglos; tenemos que estudiar muy bien las fechas.
Lo que más me sorprendió al principio, con la primera lectura, fue algo que encontré como llovido del cielo, porque pertenece a las disciplinas lingüísticas, que es a lo que yo más tiempo he dedicado. Creo que los Reales Académicos se confunden en las etimologías y en estos escritos están las claves para muchas cosas, por eso es imprescindible preguntarle a Clara algunos extremos. Mira, por el momento, y sin más profundizaciones, el escrito más importante es, sin duda, el que hace referencia a Sájar y Aligmá. Fíjate qué belleza: Sájar significa roca y Aligmá significa desmayo; y así, todos los antropónimos. Creo que es el escrito más enigmático.

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