Los niños caminantes

in #spanish4 years ago

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El sol se alzaba en lo alto de un cielo despejado. El azul del firmamento era hermoso, pero los pequeños niños que andaban debajo de él no le prestaban atención.

Solo miraban delante de si mismos mientras pateaban piedras y viejos embaces de refrescos vacíos. Dos de ellos iban descalzos; quizás para otra persona el andar con los pies desnudos sobre una tierra hirviendo con piedras que se entierran en la piel cuando caminas era insoportable, sin embargo, para esos niños eso era algo normal.

Diariamente hacían ese recorrido, y la piel de sus pies ya estaba totalmente endurecida y reseca. Su vestimenta estaba sucia, rota y maloliente, pero nada de aquello les importaba. Nadie les había enseñado a estar de otra manera diferente.

Así pues, se acercaron a las casas y tocaron las puertas de una a una, esperando que alguien saliera a entregarles un poco de comida, o lo que fuera. Pero la población no tenía mucho que ofrecer, y menos a seis pequeños. Algunos solo les pedían que se fueran, con mucha suerte, otros le daban mangos, otros un poco de comida para todos.

Sus días consistía en caminar y caminar las calles del pequeño pueblo. Casi todos los habitantes de aquel lugar los conocían, pero no podían hacer mucho más por ayudarlos. Al final del día, cuando el sol bajaba por el horizonte y el cielo les regalaba una hermosa puesta de color naranja, ellos contaban y se repartían todo lo que habían obtenido.

No era mucho, pero saciaba al menos un poco su hambre, para regresar luego a la casa de sus padres donde sabían no les esperaba nada.

Cada día era igual, cada atardecer terminaba de la misma manera. Sin embargo, ese viernes algo cambió. Mientras desanimados contaban el escaso botín, una sombra les tapó la luz y todos se volvieron a ver quien los importunaba.

Era un joven, alto y bien vestido, muchos lo conocían como el profesor. El hombre les sonreía y con amabilidad les entregó una bolsa llena de productos para cocinar. Entusiasmados rieron y empezaron a contar todo aquello, pero el hombre los detuvo, y les dijo que todo se debía pagar y el necesitaba que lo ayudaran con algo, les tenía una misión.

Sin objeciones, los niños lo siguieron hasta su casa, cargando con alegría todo aquello. Ninguno se negaría a hacerle el favor a aquel profesor, era la forma de agradecer todo lo que le habían dado.

Y nunca lo hicieron, no se negaron. Ni cuando los encerró en su pequeña casa, o cuando les pidió que se quitaran la ropa, o cuando les pidió diversas cosas que para ellos eran extrañas y desagradables.

Cuando en el cielo se encontraba oscuro, sin tener si quiera una estrella, los niños salieron cargados de alimentos, pero no tan felices como habían entrado a aquel lugar. Presentían que algo era incorrecto, y fue confirmado cuando aquel hombre les pidió que no dijeran nada, y él seguiría dándoles comida a todos.

Los unos a los otros se miraban mientras caminaban en la oscuridad, tenían miedo, pero llegaron al acuerdo de no decir nada, porque a fin de cuentas, era un mal momento, por un día de comida y ellos lo preferían así.

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