A la espera me condené al tiempo y me hice sublevado suyo. El olor a fresas no dejaba de llegar desde mi ventana, aun entorpecido por el sofocante aroma de fuego y azufre. Soñaba por las noches con gritos de gentes que perdían a sus familiares, invocando blasfemias que partían en dos el cielo.
La luna y el sol siempre me acompañaron afortunadamente, pero desgraciadamente la soledad era más espesa. Me causó un turbulento tifón en mi corazón, cuando me dijo sus palabras de que se iría por varios días. Yo le espero aunque mi corazón se marchita, mis ojos quieren nublarse y mi casa se derrumba. Pero me mantengo firme y a la espera del calor de sus brazos, una vez más aunque sea, y de sus dulces palabras de aliento de que ya está en casa.
Hubo fantasmas que murieron de desesperación. Lloran al verme porque saben de promesas. Tienen la certeza de sucumbiré con ellos mientras la tristeza me siga invadiendo. No existe sentimiento que pueda separarme de esta entrada, que resguardo como un guardián.
La noche de las aves llega inevitable y graznan con fuerza invocando a las estrellas para que las acompañen. Yo las escucho detenidamente porque siento que algún día, ellas me avisarán de su llegada y un soplo entrará por mi ventana, un olor fresco y más puro que con alegría resguardaré. El aroma a fresas que te llevaste y cada tarde cumple su juramento de volver, pero sin ti…
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