Mi padre dijo una vez que Samarcanda era, junto con Estambul, la ciudad más bella de todo Medio Oriente. La razón no le faltaba para semejante declaración; su mirada nostálgica y su voz llena de recuerdos eran evidencia suficiente para dar cuenta de que efectivamente aquella ciudad del Bujará* había dejado una honda huella en su corazón.
Y lo rectifico ahora que estoy parado en sus magníficas puertas lapislázuli. Lo rectifico ahora que camino por sus calles, maravillándome de su arquitectura de los tiempos del Imperio Persa, recordando cada descripción de mi padre, quien caminó antes que yo y mis demás hermanos por esa misma ruta en sus tiempos de viajero.
Mi padre sin duda estará contento cuando le cuente que esa ciudad aún conserva la belleza de los ayeres y la sabiduría de los siglos que la vieron pasar por grandes edades de oro.
Fuente de la imagen: Wikipedia
Anotación:
(*)Nombre con el que se le conocía anteriormente a Uzbekistán.
