LITERATURA - "Aquel pueblo entre las montañas"

in Cervantes4 years ago

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Era una mañana soleada, lo sabía porque por las pequeñas rendijas de las persianas de su ventana entraba los rayos del sol.
Un nuevo día igual que ayer - dijo en voz baja. Se levantó de la cama, se puso sus zapatillas y abrió la persiana. Miro el reloj, marcaban las 8.23, era hora de ponerse en marcha, había que ir a trabajar.
Se puso la ropa del trabajo, un café con leche con espuma y una manzana sería suficiente para empezar el día.

Cuando llegó a la oficina, la luz blanca de las lámparas parecía molestarle aún más de lo normal. Luego Eduardo le aclaró que ayer por la tarde estuvieron unos electricistas cambiando las bombillas y pusieron unas Leds con luz blanca. Madre mía pensó, era casi hasta cegador.
Se sentó en su mesa y comenzó a trabajar, tenía una montaña de papeles a su izquierda que resolver. Al encender el ordenador y abrir el email, era casi increíble que de un día para otro tuviese más de cincuenta emails que resolver, comenzaba a pensar si realmente merecía la pena, si realmente esto era vida.

De repente un email, se salía de lo normal. Ven a vivir a un pueblo decía el asunto. Eso no tenía nada que ver con su oficina, parecía ser simplemente publicidad, pero la curiosidad y la llamada que sintió a darle a botón de abrir en vez de al de eliminar era demasiado fuerte.
Al hacer "click" pudo leer la oferta, hay muchísimos pueblos rurales en el país que están apunto de ser despoblados, solo queda la gente mayor y van muriendo, pueblos con encanto rodeados de montañas, de ríos, de prados. Con posibilidad de adquirir una casa a la que habrá que hacer algún arreglo, alguna reforma, pero no gran cosa, donde empezar de nuevo, trabajar el campo, la tierra o quizás alguna idea para emprender un negocio que dé vida al pueblo de nuevo.
Y más abajo, si está interesado contacte al siguiente email o llame por teléfono.

No pudo contenerse, de hecho a día de hoy aún no se explica como sucedió. Pero se levantó de su mesa, se dirigió al despacho de su jefe, entró de golpe sin llamar y le dijo: se acabo, lo dejo.
Giro y se fue, sin decir más nada, mientras todos sus compañeros los miraban con la boca abierta de par en par.
Se montó en el coche, paró en una tienda de maletas dos calles más arriba, compró una, ni demasiado grande, ni demasiado pequeña.
Cuando llegó a casa, lleno la maleta, algo de ropa, algo de dinero, un peine, el cepillo de dientes, una libreta y un bolígrafo, y poco más.
Y se fue. Empezó a conducir rumbo a los pueblos perdidos.

Después de seis horas de carretera, las vistas eran impresionantes, ya estaba cerca, el último tramo, solo una dirección, aquel pueblo, entre las montañas.

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