Ficción: Los muertos no perdonan (Relato corto original de @nancybriti1)

in Hive Mexico21 days ago


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Los muertos no perdonan

Se le había olvidado a Darío lo que había ocurrido cinco años atrás, o tal vez aún lo recordaba, pero los efectos del alcohol le habían borrado aquel suceso, en aquel cruce lleno de polvo y maleza en el que había conocido a la muerte. El olvido lo llevó a escoger un viernes, día de los difuntos, para irle a reclamar a Santiaga, la madre de sus hijos, la traición que había vivido años atrás y que cada vez que bebía con sus amigos, recordaba.

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Vaya usted a saber qué le pasó por la mente cuando, así como hizo cinco años atrás, Darío fue a su casa y amoló un cuchillo carnicero que tenía en la bodega, y luego lo metió entre cintura y pantalón envuelto en un pañuelo sucio. Como aquella vez, en esta oportunidad no hubo testigo de la furia que había en sus ojos ni oídos que escucharan las palabras en contra de la mujer que lo había engañado. Estaba solo y solo se fue en su camión sucio de tanto transportar verduras.

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Hacía cinco años que Santiga había cerrado los ojos para siempre y aunque muchos dijeron que había sido Darío el que le había dado muerte, él mismo se encargó de repartir dinero para que todos cerraran la boca. Pero aunque la gente no decía quién era el culpable, sí hablaba de la razón por la que Santiga había recibido aquel castigo: Santiga le había sido infiel a su marido.

Y era ese peso lo que había jorobado la vida de Darío que aunque había logrado callar a la gente, no había podido silenciar su consciencia. Por eso se fue aquella noche, buscando terminar por completo la memoria de quien había sido su esposa. Fue en aquel cruce, justo donde habían hallado a Santiaga, que Darío detuvo su vehículo.

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Tambaleante se bajó del camión profiriendo blasfemias y tropezando con todo. De repente, como si una mano divina lo hubiese empujado, Darío cayó sobre unas piedras filosas. No tuvo tiempo de entender lo ocurrido, solo vio que un río de sangre comenzaba a brotar por donde tenía el cuchillo. Bajó la cabeza y luego, como si hubiese escuchado un ruido, la subió de repente: frente a sus ojos, después de cinco años, la imagen de una mujer, parecida a Santiga, se estaba riendo.

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HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS