Hay un Extraño en tu Mente y Cree que Eres Tú

in #autoindagacion27 days ago

En el núcleo de nuestra experiencia consciente operan dos funciones primordiales de la estructura cerebro-mente, dos impulsos fundamentales que dictan la naturaleza de nuestra existencia. La primera, y la más básica desde una perspectiva biológica, es la función de preservar la vida. Este mandato se manifiesta en la incesante búsqueda de evitar el dolor y procurar el placer, muchas veces esta actúa en contra de nuestro crecimiento cuando por ejemplo nos impide salir de nuestra zona de confort. No se trata de una elección deliberada, sino de un mecanismo inherente a nuestra constitución. Incluye la regulación homeostática que nos mantiene con vida a cada instante: la respiración, el mantenimiento de la temperatura corporal, los latidos del corazón. A un nivel más complejo, el sistema límbico entra en juego, generando emociones como el miedo o el deseo, las cuales están diseñadas para alejarnos del peligro y acercarnos a lo que es beneficioso para nuestra supervivencia. A través del condicionamiento y el aprendizaje, reforzamos este ciclo, repitiendo aquello que nos genera placer no importa si nos perjudica o no y evitando lo que nos causa dolor sin importar si nos beneficia o no. Este eje fundamental puede resumirse en una directriz simple y poderosa: "Sobrevive y repite lo que funciona".

La segunda función esencial del cerebro humano es la de resolver problemas y acertijos. Esta es la capacidad que nos ha permitido evolucionar más allá de la simple reacción instintiva. Nuestro cerebro se ha vuelto un órgano altamente especializado en identificar patrones en el entorno, en proyectar futuros posibles a través de la imaginación para anticipar consecuencias, y en diseñar estrategias complejas para navegar el mundo. Es la facultad que nos permite jugar con simbolismos, creando herramientas como el lenguaje, la lógica y las matemáticas. Esta función no solo nos da la flexibilidad para responder a desafíos novedosos, sino que también es la cuna de la cultura, el arte, la ciencia y la tecnología.

Es crucial entender que estas dos funciones no operan de manera aislada; por el contrario, existen en un ciclo constante de retroalimentación. La primera función, la de preservar la vida, actúa como el motor, el impulso crudo y biológico que nos pone en movimiento. Es el "¿Qué?" primordial: quiero seguridad, quiero alimento, no quiero sentir dolor. La segunda función, la de resolver problemas, asume el rol del estratega, el director que toma ese impulso biológico y le da un plan de acción sofisticado. Es el "¿Cómo?": ¿cómo consigo esa seguridad de manera sostenible?, ¿cómo elaboro un plan a largo plazo para garantizar que siempre tendré comida?

De esta interacción constante entre el motor y el estratega, entre el sistema límbico y el neocórtex, emerge el Ego. El Ego no es una entidad preexistente, sino el resultado de la forma en que el estratega, la mente pensante, interpreta y gestiona los impulsos crudos del motor biológico. Es en este proceso que se forman los cuatro pilares que sustentan la estructura del yo.

El primer pilar, y el más fundamental, es la identificación: el "Yo soy esto". Su origen yace en la función de preservación. Para sobrevivir, el cerebro necesita un punto de referencia, y la primera identificación es, por necesidad, con el cuerpo físico. La mente establece: "Este cuerpo soy yo. Si este cuerpo siente dolor, yo siento dolor. Debo protegerlo". Esta es una identificación básica y no negociable para la continuidad de la vida. Con el tiempo, se extiende al grupo más cercano, a la tribu: "Mi familia es parte de mí; su seguridad es mi seguridad". Sin embargo, la función de resolución de problemas toma este mecanismo de supervivencia y lo aplica a conceptos abstractos para resolver el acertijo de la identidad en un mundo social complejo. Así, la mente se identifica con etiquetas: "Yo soy médico", "Yo soy inteligente", "Yo soy mis opiniones políticas", "Yo soy mis posesiones". La misión de protegerse se traslada del cuerpo físico a esta identidad abstracta. Un ataque a nuestras ideas se percibe entonces con la misma intensidad que un ataque físico, porque el estratega ha decretado que "tú eres tus ideas".

Una vez que se ha establecido una identificación, el siguiente paso lógico es la diferenciación: el "Esto no es aquello". En su raíz, esta es también una herramienta de supervivencia básica proveniente de la primera función. Permite clasificar el entorno de manera rápida y eficiente: "Esta baya es comestible, aquella es venenosa"; "Este animal es una presa, aquel es un depredador". La diferenciación es binaria, inmediata y crucial para tomar decisiones de vida o muerte. El cerebro estratega, sin embargo, eleva este mecanismo y lo utiliza para analizar, categorizar, juzgar y, fundamentalmente, crear jerarquías en el mundo abstracto. Es así como surgen pensamientos del tipo: "Mi idea es mejor que la tuya", "Mi equipo es diferente y superior a tu equipo", "Este nivel de éxito es bueno, aquel es mediocre". La diferenciación se convierte en la base del juicio y la comparación, herramientas clave que la mente utiliza para "resolver el problema" de cómo navegar la estructura social y cómo autoevaluarse dentro de ella.

La separación, el "Yo estoy aparte", es la consecuencia emocional y filosófica que se desprende de la diferenciación. No se trata simplemente de observar que algo es diferente, sino de sentirse fundamentalmente desconectado de ello. Su origen en la preservación es claro: la sensación de un "yo" contenido dentro de los límites de la piel, separado del mundo exterior, es esencial para la autopreservación. "El león está allá afuera y yo estoy aquí adentro. Su existencia está separada de la mía, por lo tanto, debo huir para preservar la mía". Esta barrera sujeto-objeto es la base de la supervivencia individual. El pensamiento abstracto, producto de la segunda función cerebral, toma esta barrera física y la convierte en un concepto psicológico y existencial. Se solidifica la idea de que "Yo soy una mente, una conciencia, un individuo autónomo, fundamentalmente separado de los demás y del universo". Si bien esta noción de un "yo" aislado permite la planificación individual y fomenta la autonomía, también es la raíz profunda de sentimientos como la soledad, la alienación y la falta de conexión. Experimentamos la sensación de que "nadie puede entender realmente lo que siento", porque nuestra mente ha solidificado la creencia en una separación infranqueable entre nuestro ser y todo lo demás.

Finalmente, de estos tres pilares surge el deseo, que actúa como el motor de la acción del Ego. El deseo es el combustible que nos impulsa a actuar en el mundo. En su forma más pura, originada en la función de preservación, es el impulso del sistema límbico de "buscar placer" (comida, refugio, sexo, conexión social) y "evitar el dolor" (peligro, rechazo, hambre). Es un deseo biológico, un anhelo visceral o una aversión instintiva. Pero la función de resolución de problemas interviene y transforma este deseo en algo psicológico y conceptual. Una vez que el cerebro se ha identificado con una idea de sí mismo ("soy una persona de éxito"), la ha diferenciado de su opuesto ("no quiero ser un fracasado") y se siente separado del estado anhelado ("aún no tengo el reconocimiento que merezco"), entonces emerge el deseo abstracto. Este es el deseo de validación en redes sociales, el deseo de tener la razón en una discusión para proteger la identidad de "ser inteligente", o el deseo de un ascenso no solo por el dinero (placer/supervivencia), sino por lo que simboliza en términos de estatus, éxito y superioridad. El cerebro estratega proyecta un futuro en el que la obtención de ese objeto de deseo resolverá una "falta" o un "problema" percibido en su frágil identidad construida. El cerebro pensante, para satisfacer estos impulsos en un mundo complejo, crea una historia: la historia del "Yo", fundamentada en la identificación con etiquetas, la diferenciación para definirse, la sensación de separación que esto genera y el deseo constante de reforzar y proteger esa identidad.

Este modo de operación, impulsado por la mente y el ego, nos sumerge en un estado que se puede describir como "supervivencia". Este estado genera un falso sentido de sí mismo. El ego se percibe como un fragmento aislado en un universo hostil, buscando desesperadamente identificarse con elementos externos para sentir que existe: posesiones, trabajo, estatus social, apariencia física, relaciones o sistemas de creencias. Toda esta estructura se basa en el miedo y la carencia. Sintiendo una vulnerabilidad inherente, el ego vive en un estado constante de necesidad y amenaza. Este miedo no es una respuesta a un peligro real e inmediato, sino un miedo psicológico que siempre se refiere a algo que “podría” pasar en el futuro. Esto crea una brecha de ansiedad constante, un abismo entre el ahora y un futuro temido o anhelado. La consecuencia es una obsesión con el futuro como vía de escape de un presente que se considera insatisfactorio. Es una necesidad compulsiva de "llegar", de "lograr", de "conseguirlo" finalmente.

Esta disposición mental se manifiesta como la del "hambriento", una actitud ligada a la meditación sobre la propia finitud y a la persecución de deseos espurios. Se cree que incorporar ciertas cosas o circunstancias a la vida traerá una felicidad duradera, pero esta búsqueda es, por su propia naturaleza, infinita e infructuosa. Es una "actividad de aferrarse sin humor" a lo que no es real, una adhesión rígida a las construcciones de la mente que inevitablemente provoca una "caída de la gracia", una desconexión de un estado más auténtico del ser.

La razón por la que este modo de supervivencia es una farsa se debe a varias razones. Principalmente, porque es una ilusión. La mente crea un "yo", el ego, que no es más que una ficción, un constructo. La identificación con el cuerpo y la creencia de que somos esta forma efímera y vulnerable constituyen la "ilusión del yo". Toda una pantalla como una enfermedad que impide acceder a la consciencia, una añadidura innecesaria, completamente irrelevante para nuestra vida real. Además, este estado de supervivencia causa un inmenso sufrimiento e infelicidad. La mente, en su intento por suprimir el dolor emocional, paradójicamente lo agranda, ya que ella misma es parte del problema. Identificarse con la mente es, por tanto, elegir vivir en el sufrimiento.

Este estado descrito podemos definirlo como la adicción al sufrimiento. La primacía de la mente reflexiva en una etapa primaria de desarrollo que, si no se trasciende, puede llevar a la propia destrucción. Las ideologías y los sistemas rígidos de creencias que justifican la violencia en nombre de un "bien mayor" futuro son ejemplos claros de esta enfermedad. La mayor parte de la humanidad sufre de esta adicción en diferentes grados. La búsqueda de satisfacción a través de este modo es solo una espiral de decadencia ya que no solo es superficial, también es temporal y te priva de estar presente en tu condición real. Cualquier placer obtenido de la búsqueda de salvación en el futuro es, por definición, fugaz. El intento de añadir cosas a la vida para alcanzar la felicidad es infructuoso, ya que nunca podremos calmar nuestra "hambre" con cosas que, al final, nos dejan vacíos y debilitados. Esto impide la verdadera felicidad, pues la alegría derivada de fuentes secundarias y del apego a las formas es superficial, un pálido reflejo de la "felicidad de Ser" o la "paz de Ser" que se encuentra solo en la no resistencia al instante presente. Finalmente, nos condena a una existencia "subhumana". La humanidad, en su estado actual de inconsciencia, vive en una condición que aún no ha emergido plenamente. Solo los seres humanos conocen la negatividad y envenenan activamente la Tierra, a diferencia de otras formas de vida que existen en armonía con su entorno.

Este apego a la supervivencia obstruye directamente el desarrollo espiritual. Oscurece el sentir, esa función donde la vida se manifiesta con toda su verdad. La vida se ve disminuida, opacada por una mente obsesionada con el pasado y el futuro. El momento presente contiene la clave de la liberación, pero esta clave no puede ser encontrada mientras uno se siga identificando con la mente. El paso vital hacia la iluminación es aprender a desidentificarse de la mente y del ego, un paso al que la mente egotista se resiste con todas sus fuerzas porque amenaza su propia existencia. La verdadera salvación no es un evento futuro, sino la liberación aquí y ahora del miedo, del sufrimiento y de la necesidad del pasado y del futuro.

Este modo de ser, bloquea la presencia y el acceso a la conciencia que revela nuestra verdadera esencia: pura, perfecta y eterna. La resistencia al Ahora es una disfunción intrínsecamente ligada a la pérdida de la verdad del Ser. La inconsciencia ordinaria puede disolverse simplemente al darnos cuenta de que no la necesitamos, lo cual implica acceder al sentir real del Ahora. Mientras se está identificado con la mente, el dolor inevitable a la condición real, no conduce irreductiblemente al sufrimiento. La negatividad, que es resistencia inconsciente, no puede sobrevivir en la presencia consciente. Perdonar el momento presente, aceptarlo incondicionalmente tal como es, es la clave para evitar la acumulación de resentimiento y por lo tanto aceptar el dolor de la existencia nos revela que el sufrimiento es opcional. Este estado de negar el estar también niega el principio del sacrificio (El sacro oficio), no en un sentido de martirio, sino como un principio fundamental del Ser. La vida real implica un cambio del principio de supervivencia al de sacrificio, donde la ley de este reino terrenal exige que todo pase y sea ofrecido a una realidad mayor en cada momento; aferrarse a lo que no es real es una transgresión de esta ley.

En consecuencia, se impide el poder Ser parte activa del flujo de la gracia divina y por lo tanto La Sumisión A La Gracia Es El Único Camino hacia la realización de la Verdad. El miedo, al que el “Ateo Adicto" se aferra, impide la aparición de la verdadera inteligencia y la liberación. Nos mantiene en un estado "dormido", viviendo en un sueño de inconsciencia y sufrimiento que es destructivo y cruel. La búsqueda de "poderes y riqueza extraordinarios" o de un "cuerpo inmortal" son parte de la locura egoica que impide el encuentro con la Verdad, un encuentro que exige despojarse de todo. La transformación necesaria es un cambio en el uso de la mente a la presencia pura, orientando su funcionamiento a actuar desde el sentir del instante presente.

El camino hacia la liberación implica dejar de luchar contra el momento presente y el dolor que este pueda contener, y en su lugar, aceptarlos plenamente, porque cuando usas tu mente, sintiendo el eterno presente, y con toda tu atención al único acertijo verdadero “¿Quien Soy?”, “¿Que Soy?” ya no hay retorno al drama y la neurosis existencial, la identificación con la mente y el ego comienza a disolverse. Es en esta aceptación y rendición donde la conciencia pura puede emerger, transformando el sufrimiento en paz y la "ilusión" de la supervivencia en la realización del Ser en el Ahora, como Dios en Sí.