Un amor que pudo haberse salvado sacando algunas cuentas

in #castellano6 years ago (edited)

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I

Martín juró que más nunca vería a Dalila con los mismos ojos de antes. Que la odiaba con la intensidad con que la amaba y que jamás le perdonaría la humillación que ella le hizo a él y a su familia. “Eres despreciable, llevarás dolor en tu alma hasta que el Sol se acabe, porque cuando mueras seguirás penando hasta que se mueran todos los espíritus”, le dijo a Dalila el día de la ruptura de su relación.

Olvidé decirles: en esta historia no hay cabida para las matemáticas, una dictadura prohibió su enseñanza en el pueblo hace cuatro décadas porque estimulaba la acumulación de dinero, lo que abría la brecha entre ricos y pobres. Se acabaron los números pero no los pobres y se quedó la norma. Los abuelos que habían aprendido las operaciones aritméticas no se atrevían a enseñarlas a sus nietos por temor a ir a la cárcel como ocurrió en tiempos de la revolución, que aunque ya era cosa del pasado, dejó su huella en la mentalidad de la gente. Más nadie habló de sumar, restar, multiplicar y dividir, de las medidas, de guarismos, de fracciones.

Es un lugar en donde no se celebran cumpleaños, no porque sus habitantes estén tristes, sino porque no se lleva esa cuenta, no hay calendario, así que cualquier día es bueno para festejar. Las actas de nacimiento del registro civil se escriben al tenor siguiente: “En la mañana, cuando ya se desayunó la gente del pueblo, nació una niña de nombre Juana Estefanía y sus padres son Inés Del Valle, ama de casa, muy joven, y José María Centeno, carpintero y músico los viernes y sábados, más maduro que ella”.

Tampoco hay relojes, las campanas de la iglesia anuncian las misas, que coinciden con el desayuno y la cena. El Sol cenital y el hambre avisan el momento del almuerzo.

II

En este extraño pueblo, faltan los números pero no el amor, que como es muy abstracto escapa de los rigores de la medición, no así de los placeres y sinsabores que este sentimiento trae consigo, como ocurrió con Martín y Dalila. La primera carta que le escribió Martín a Dalila decía:

Un día cualquiera, al salir el Sol
Dalila, no he podido dejar de pensar en ti, añoro como nada regresar al parque de los puentes para observar contigo esas maravillas de la naturaleza cuando los pájaros cantan de esa manera. Ayer, la más reciente hija de mi tío, Cecilia, me preguntó si querrías compartir con la familia cuando se acerque la campanada que antecede a la noche. Yo te llevaría de vuelta a casa cuando las ranas comiencen a croar. Te extraño...

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Tampoco faltaba la contraparte del amor, el odio, inmensurable como aquel y siempre presente donde hay humanos. De esa realidad no escapó la relación de Martín y Dalila, ya que al cabo de un tiempo de noviazgo, ambos se vieron envueltos en una trama que echó por tierra lo que prometía ser una linda historia entre dos seres únicos.

III

Ante la ausencia de numeración, la propiedad de las tierras se basa más en la costumbre y las agallas de los hombres, que en lo que establezca la justicia. La manera de demarcar un terreno se hace a la usanza del tiempo de la colonia: desde un punto natural (un árbol, una roca, la orilla de un río) parte un hombre a caballo hasta donde se pierda la vista, ése es el dominio de quien se auto designa las tierras. Sucede que si el suelo es más fértil en el lado del vecino, que también usó el mismo método, y que si con el tiempo se borran las fronteras naturales, vienen los problemas de posesión, problemas que suelen terminar mal.

Así ocurrió con los Corrales y los González, las familias de Martín y Dalila, respectivamente. Ni el árbol, ni la roca -si es que usaron algo como eso-, estaban ya en el mismo sitio, ni el río tenía el mismo caudal. Había, sí, documentos pero eran muy imprecisos con los linderos. Eso lo sabía el señor González, quien corrió su cerca hacia el terreno del señor Corrales, justo donde salía más bonito el maíz. Por alguna razón, en estos casos el usurpador está convencido de que su acción pasará inadvertida por el que éste ha usurpado y como siempre, no es así como acaban los cuentos.

Estalló el conflicto entre estas familias y, como suele ocurrir, en medio de los bandos en pugna nació el amor. Cuando Martín y Dalila se enamoraron ya tenían tiempo peleados los Corrales y los González. Simplemente de eso no hablaban los enamorados, lo importante no eran las tierras, ni el maíz, ni siquiera el orgullo de sus padres. Sólo importaban ellos dos, el uno para el otro. Así fue por un tiempo.

Un día como cualquier otro que no tiene fecha, el amor bonito de Martín se transformó en otro sentimiento. Algo visceral, una mixtura de desprecio y desencanto.

IV

Los gallos y las gallinas de ambos lados tampoco respetaban líneas divisorias, no tenían por qué hacerlo. Al problema de las tierras se sumó el de los huevos y los polluelos. ¿A quién le pertenece un huevo empollado por una gallina de los Corrales que fue “pisada” por un gallo de los González y que además, escogió el otro lado para poner sus huevos? A hurtadillas, los de una y otra familia llevaban las gallinas y pollos a sus tierras, generando más confusión. De uno y otro bando surgieron infundios de los que no escaparon los novios. “La Dalila nos está robando, se lleva huevos para su casa, si es capaz de eso, puede hacer cosas peores”, le machacaban a Martín sus hermanas. Del otro lado: “Es un Corrales, tarde o temprano se va a salir con la suya. Olvida a ese Martín, es gente mala”, advertían a Dalila.

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V

Por la cabeza de Martín empezó a dar vueltas la idea del amor traicionado. “¿Y si es verdad lo que dicen mis hermanas?”, se preguntaba. Después de que volvió al pueblo luego de un largo viaje que hizo para llevar un ganado, le embargó una extraña sensación de distancia de Dalila, hablaba menos, era como si su mente estuviera en otro lado. Apenas si se dejaba tocar y su mirada ya no se cruzaba con la del hombre como antes. Al poco tiempo, disminuyeron las visitas.

VI

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La madrugada en que Martín vio a Dalila con otro hombre en las tierras de los Corrales, sintió que la sangre le reventaría las venas.

Ni Dalila, llorosa, ni su hermano que llegó de visita la noche anterior, pudieron entender por qué unos huevos irritaron tanto a aquel hombre como para provocarle un infarto.


Gracias por leer.

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Que gran relato, aun añoro historias con Cartas, le dan un atmósfera diferente a la vida inmediata. Esa sensación de enviar una carta y luego esperar la respuesta, es un tiempo que genera un clima diferente.

Cuando las preocupaciones en los pueblos eran los huevos y las gallinas. Sin duda viaje por un momento al pasado.

Habra que ver como es vivir sin tiempo.

Amigo @ubaldonet, muchas gracias por leer. Es que no podemos renunciar al paisaje rural.
Un abrazo.

wow!!!! me atrapó en cada instante... Me identifiqué con las muchas cosas que ahora no se hacen por miedo a lo que te puedan hacer ...
Suponer no está bien puedes llegar a morir...

Llegar al corazón es un don que no todos tienen y sus relatos atrapan, mucas gracias por compartirlo

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