Colmillito
Marta despertó dolorida, había dormido incómoda. Lo que más le molestaba era el brazo. Se miró, tenía una marca y lo sentía dormido. Algo pesado parecía haberle dislocado el codo.
Saltó sosteniéndose el brazo y, al no ver a Colmillito a los pies de la cama, pensó que quizás ya había comido y salido a dar su paseo por el patio.
Improvisó un sostén con un pañuelo, llegó hasta el comedor, buscó un calmante, y lo vio. El gato estaba echado en el piso al lado de la mesa que parecía diminuta frente a tan enorme felino.
Marta ni sospechaba que su gato había cambiado a lo largo de esa noche. —¡Colmilli…! —alcanzó a decir, antes de ser devorada.
La transformación del gato tenía como finalidad una matanza.
Durante la mutación sobre la cama de Marta, Colmillito recordó todas y cada una de las torturas. Y su nuevo instinto asesino pudo más que su devoción. ¿Cómo había podido adorar a una mujer que le daba de comer lo mismo todos los días? Darle esa comida espantosa, que lo dejaba hinchado y estúpido podría haber sido la causa para matarla. Pero la escena de la castración fue la sentencia irrevocable.
Los mutados castrados eran los más sangrientos. Vengativos e implacables asesinos, mataban y comían a las personas, como a pichones indefensos en sus nidos. Familias enteras desaparecían en esas barrigas gigantes.
Ella, la creadora de la mutación, regresaba para oficiar su rito, admirar su obra: los gatos mutantes recorrían el pueblo buscando víctimas. Cazaban como podían, aprendiendo a matar y a comer personas enteras.
Colmillito también lo hizo y, después de la cacería, volvió a su casa a asimilar lo que había comido. Por costumbre, saltó al patio desde la vereda y quiso meterse en el agujero de la puerta, sin calcular su nuevo tamaño. Paró justo a tiempo. Sacó las garras, más grandes aún que sus colmillos, y arañó la puerta. La empujó destrozándola y entró en la casa. Con asco miró su plato de comida, rodeó los huesos que quedaban de Marta, se relamió de gula.
Fue al dormitorio y saltó sobre la cama para dormir. La destrozó por su nuevo peso, pero quedó tendido igual sobre el colchón. Un ruido en la terraza lo hizo saltar y correr por las escaleras. Tiró la puerta abajo y sorprendió al vecino de Marta que trataba de esconderse de su propio gato. Colmillito y el gato del vecino tuvieron su merienda.
Ella permanecía oculta disfrutando del trabajo de sus elegidos. Haciendo el conteo de víctimas para el sacrificio. Cuando logró la cantidad necesaria para oficiar el rito, les suministró el antídoto a los mutados y se alejó de esa comarca llevándose el secreto del desastre que provocaba con cada visita.
Allí, en ese paraje, había muerto Él, su amado felino negro. Ella atravesaba el universo para rendirle homenaje, lo revivía en cada mutante. Y con la caza, cumplía con el rito funerario de duelo que le exigían las costumbres de su raza alienígena. Lo hacía respetando las coordenadas fijadas, para siempre y por siempre, como la tumba de su adorado difunto.
LittleTusk “Colmillito” (traducción de Google).
Marta woke up in pain, she had slept uncomfortably. What bothered her the most was her arm. She looked at herself, she had a mark and she felt asleep. Something heavy seemed to have dislocated her elbow.
She jumped up holding her arm and, not seeing little Tusk at the foot of the bed, she thought that perhaps it had already eaten and gone out for its walk in the courtyard.
She improvised a bra with a handkerchief, she came to the dining room, looked soothing and she saw The cat was lying on the floor next to the table that seemed tiny in front of such a huge feline.
Marta didn't even suspect that her cat had changed throughout that night. "Colmilli ...!" She managed to say, before being devoured.
The transformation of the cat was aimed at a slaughter.
During the mutation on Marta's bed, Colmillito remembered each and every one of the tortures. And its new killer instinct got the better of his devotion. How could he have adored a woman who fed it the same thing every day? Giving it that hideous food that left him bloated and stupid could have been the cause to kill her. But the scene of the castration was the irrevocable sentence.
The mutated castrates were the bloodiest. Vengeful and relentless killers, they killed and ate people, like defenseless chicks in their nests. Entire families disappeared into those giant bellies.
She, the creator of the mutation, returned to officiate her rite, admiring her work: the mutant cats roamed the town looking for victims. They hunted as best they could, learning to kill and eat whole people.
Colmillito did too, and after the hunt, it returned home to assimilate what it had eaten. Out of habit, it jumped into the patio from the sidewalk and wanted to get into the hole in the door, without calculating its new size. It stopped just in time. It pulled out its claws, larger even than its fangs, and clawed at the door. It pushed it, destroyed it and entered the house. With disgust it looked at its plate of food, circled the remaining bones of Marta, licked its lips with gluttony.
Colmillito went to the bedroom and jumped on the bed to sleep. It tore it apart from its new weight, but it was still lying on the mattress. A noise on the terrace made it jump and run down the stairs. It slammed the door down and surprised Marta's neighbor who was trying to hide from his own cat. Colmillito and the neighbor's cat had their snack.
She remained hidden enjoying the work of her chosen ones. By counting the victims for the sacrifice. When he obtained the necessary quantity to officiate the rite, she supplied the antidote to the mutated ones and left that region, taking with her the secret of the disaster that she caused with each visit.
There, in that place, had died He, her beloved black feline. She crossed the universe to pay homage to him, she revived him in each mutant. And with the hunt, he fulfilled the funeral rite of mourning that the customs of his alien race demanded of him. She did it respecting the fixed coordinates, forever and always, like the grave of his beloved deceased.
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