Bruma
El viejo se cuidaba, decía lo justo y lo mínimo. Cada encuentro con Carmen era una prueba. El arreglo seguía en pie. Le daría la casa y las tierras a cambio del vientre.
La elección del candidato, del donante masculino, era importante; uno digno para esa hembra; que le hiciera un hijo fuerte, con un cuerpo sano, un buen envase.
Y lo hizo.
Carmen quedó preñada.
El arreglo siguió en pie. Algunas mujeres se arrepienten, pero ella no. Ella quería la casa y las tierras. El viejo, el cuerpo del hijo.
Al tercer mes del acuerdo, se concretó el trato.
En un galpón alejado de la estancia, Mercedes, la curandera, mató al viejo y lo ató al hilo de las ánimas. Se ocupó del cuerpo en el vientre. Leyó el contrato para iniciar el corte específico: dejar el cuerpo sin su alma.
Entre las ánimas, también sujeto a la misma cuerda y flotando, estaba Raúl: un nenito que había muerto ahogado. Curioso, como son los nenes, observaba con atención cada paso del rito de la curandera desde ese limbo.
El vientre ya tenía algo. Mercedes lo iba sacando y cada pedacito de ánima que cortaba con sus palabras mágicas se iba pegando a la cuerda.
Raulito los despegaba y los guardaba en su mano. Le hacían cosquillas y el nene se reía.
Mercedes no sabía que había arrastrado a todos los ahogados de un barco que, de casualidad, compartían esa cuerda con el viejo. Todos colgados y observando lo que pasaba.
—Ya está —dijo Mercedes—. Sacó las manos del vientre de Carmen, las juntó como en un rezo, y con un gesto que agitaba aire hacia el vientre pronunció otras palabras mágicas a las que agregó el nombre del viejo.
Ansioso por llegar al vientre, el viejo se retorcía para alcanzar la punta de la cuerda que se sostenía enroscada en la muñeca de Mercedes.
El viejo quería ese cuerpo, sólo el cuerpo, un cuerpo nuevo para habitar.
Los movimientos en el aire que habían provocado las exhalaciones de la curandera al pronunciar las palabras del rito hacían tambalear la gran fila de los ahogados que estaban con el viejo. Esas palabras lo llamaban. El viejo se desesperaba por llegar a la punta de la cuerda.
El capitán del barco hundido tomó el control y sacó de un empujón al viejo, que ya casi estaba al lado de Raulito para correrlo.
—¡Cobarde! —gritó el capitán con voz de mando.
—Paso yo. Tengo contrato firmado —dijo el viejo. Y mostró su marca en la muñeca.
En el gesto del capitán leyó que había sido engañado. Era un muerto más. Uno como cualquiera de los que estaban esperando un regreso.
—Sobre mi cadáver —dijo el capitán sonriendo—. En mi barco primero se salvan los niños.
Una bruma envolvió a las ánimas, la misma que había provocado el hundimiento del barco. Un cambio en el destino de las vidas de los vivos y de los muertos estaba a punto de suceder.
Mercedes esperaba el paso muy satisfecha. Había creado la cuerda y vaciado el vientre. El cuerpo estaba listo para que el viejo lo habitara.
El capitán sostuvo a Raulito por los hombros. Lo ubicó primero en la fila y se quedó firme para que nadie intentara pasar primero.
Entonces, como se hace siempre en el mar para vencer la bruma, pidió tres veces viento, raspando el hilo de la cuerda con su mano traslúcida. Como si fuera el filo de un cuchillo, había apoyado el canto de la mano sobre la cuerda y la frotaba para acelerar la llegada.
El viento sopló enseguida. El capitán soltó al niño y sostuvo al viejo para que no saltara. La cuerda siguió su rumbo. Raulito cruzó el umbral.
—Yo pagué por ese vientre —se oía el eco del grito del viejo, alejándose.
Muy bueno. Qué tremendo es "Patrón", un cuento muy perturbador, y que, como la buena literatura, se resignifica en estos tiempos de lucha feminista. ¡Saludos!
Gracias por la lectura! Viste? Es un cuenazo,"Patrón". Y sigue vigente, claro. Un saludo!!!!
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