Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (8)

in #cervantes6 years ago (edited)



Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo

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-¿Quién asegura la eternidad después de la muerte señor Cannabis? ¿Podría vivirla antes de que ésta me llamase? La verdad es que así ha sido. Cada momento al lado de María es infinito. No puede ser que todo tenga que terminar; ¿qué será de ella?-, hizo una pausa a la espera de una mínima reacción del animal que le brindase un indicio. Obtuvo la mirada inquisitiva de mi compañero que le instaba a continuar su monólogo. -A veces creo que han pasado siglos desde el día que la conocí, acompáñeme-. Le seguimos unos pasos, paramos frente a una ventana. Observé en el descampado la figura de un niño caminando a brincos y lanzando piedras por el mero gusto de verlas volar. Trepó a un árbol frondoso para brincar entre las ramas; en un mal cálculo perdió el equilibrio. La considerable altura a la que caería podría ser fatal. Pasó un par de ramas sin detener su brusco descenso y cuando parecía que el impacto sería inminente me encegueció un destello, un intenso haz luminoso. Al diluirse pude observar de nuevo el árbol. El niño se sostenía de una de sus ramas. Se descolgó con cuidado para sentarse recargado en el tronco, se quedó del todo inmóvil.

-Estuve esperando por mucho tiempo pero la luminosidad no volvió a aparecer. ¿Qué fue esa luz que en el momento preciso guio mi mano y le brindó la fuerza suficiente para sostenerme? ¿Sabe usted acaso, señor Cannabis?

-Se le presentó a usted su ángel de la guarda.

-Es posible; pero podría usted explicarme también, ¿por qué experimenté la misma sensación de fortuna y gratitud cuando me encontré con María?-, hizo una pausa para beber, quizá también para escuchar una respuesta. -Sus primeras manifestaciones las tomé como obras de mi propio descuido; la ventana abierta, los cambios en el orden de mis revistas, o a veces un plato o cubiertos fuera de lugar. Después la escuché; una tarde dormía la siesta de una comida pesada cuando un susurro a muy alto volumen retumbó en mi cabeza. Desperté confundido, un poco asustado, intenté despabilarme para entender qué sucedía. Como eco escuché apagarse el sugerente imperativo, una sola palabra me había comunicado María: “Ámame”. Extraño mandamiento a mis setenta años, lo creí imposible. Por entonces ya había acondicionado el piso como vivienda personal, aunque la habitaba nada más en cortas temporadas. A nadie le confié, señor Cannabis, que escuchaba sus pasos en el cuarto de baño, o en la cocineta, de manera cotidiana. Una noche, parecida a esta, salía a la tertulia mensual con los viejos conocidos, cuando al bajar las escaleras un repentino mareo me hizo resbalar, sin poder sostenerme del pasamanos, caí. Sentí el dolor de las contusiones al tiempo que vi mi cuerpo aporrearse al repasar uno a uno los escalones, para terminar impactado contra la puerta. Me vi tirado en el suelo escaleras abajo y supuse que había llegado el fin. Sufrí un dolor de cabeza intenso y escuché de nuevo la voz de María. Estaba a mi espalda, por primera vez la tuve a la vista. “Permíteme cuidar de ti” dijo, me acercó a su regazo y besó mi frente para después llevarme a una cama. Cantó canciones de cuna mientras curó mis heridas, me acercó un vaso de leche y una pieza de pan que comí con deleite. Me conminó a que no tuviese miedo y volvió a besarme. Sus gruesos labios mojaron los míos, experimenté una erección tan firme que llegó a ser dolorosa. María se dispuso entonces a apagar mis humores desbocando los suyos propios. Consumado el acto amoroso empezó nuestra amistad y desde entonces la amo-. Volteó al techo por donde se observaban algunas estrellas. -¿María, ya está lista la cena?- gritó con energía. Ella se presentó y con un gesto sumiso le hizo saber a Arnoldo que la mesa estaba lista. Dejó su asiento y nos pidió acompañarle al comedor.

-En lugares insospechados aparecen mensajes que yo escribo; muy en el fondo escucho mi voz decirlo pero me cuesta aceptarlo. Con ustedes es distinto, no son producto de mi imaginación. Es verdad que no he muerto-, hizo una pausa ausente para volver con una sonrisa. -Adelante, que los platos se enfrían- dijo y abrió la cena; Cannabis y yo nos miramos a los ojos para hacernos fuertes entre sí. Nuestros platos estaban colmados de frijol y mole. Cannabis se deshacía al ver la pieza de pollo, a mí me tuvo en vilo el color del espeso mole y la espuma del chocolate que acompañaba los alimentos. -Le hice saber a María lo que ahora confirmo. Sufrió mucho al enterarse, por lo que le aseguré que nunca la abandonaría. No lo creyó, me dijo: "Te irás. Pero si de veras me quieres, antes de que te vayas quiero de ti un favor". Yo estaba dispuesto a entregarle mi vida, aún ahora. María me puso al tanto; sabía de un alma en pena de espíritu perdido, me pidió le recibiera y ayudase. Fue una experiencia extraordinaria para mí. Estuvo aquí una noche parecida a esta, llegó una piltrafa lacerada que conforme la noche avanzó fue ganado en forma y salud; con el sólo hecho de tratarle como sujeto y brindarle confianza, su conciencia fue despertando al punto de tenerse en pie por sí mismo y poder atender el presente. Escuché sus preocupaciones cuando por fin pudo expresarse. A pesar de verse liberado de su pobre condición, todavía vivía un desequilibrio continuo que decantaba en angustia. Me aseguró sentía quemarse por dentro y que a su vez experimentaba un pavoroso vacío; debía realizar algo, tenía toda la disposición y la energía, pero no sabía qué. Deduje que tenía dos opciones, sentarse a esperar que el futuro le diera la respuesta o internarse en el pasado a buscar la solución. María le había conocido en su niñez en la hacienda donde cortaba limones, allá por Zapopan. Había podido reconocer al guiñapo como parte de una imagen persistente en su memoria; el pozo de la huerta y él recargado en el brocal, fumando. Las menciones le despertaron recuerdos que aliviaron un poco su suplicio, decidió entonces optar por el pasado. Casi para amanecer pedí un carruaje que habría de llevarle a encontrarse consigo mismo. Cuando le despedí era otro, o por decirlo mejor, era alguien. No sabía que se ahorcaría, pero ahora que sé, lo celebro-, hizo una pausa que evidenció su recelo. Saqué el mensaje de la billetera, se lo pasé a Cannabis.

-¿Arnoldo este mensaje es suyo?-, preguntó al tiempo que se lo mostraba.

-Sí, lo reconozco. Y esos garabatos pudieran ser míos, pero tendrían que ser muy antiguos-, terminó de decir con una sonrisa nostálgica. Cannabis le secundó también sonriente, pero de contento. Arnoldo se levantó de la mesa y fue directo con María, le esperaba al pie de las escaleras.

-Señor Cannabis la velada ha sido muy agradable, es una lástima que no haya probado bocado. Nos retiramos, quisiéramos pasar lo que resta de la noche juntos-. Arnoldo abrazó a María y se dirigieron a la planta alta.

-Que pase buenas noches licenciado-, le despidió Cannabis. Quedamos en silencio por un momento breve; enseguida se escuchó una ventolera y el ruido de diversos objetos golpear contra el piso y los muros, como si una fuerte tromba se desarrollase en la planta alta, se oyeron también fuertes gemidos, algunos azotes y alaridos placenteros.

-Será mejor esperar en el taxi-, le dije a Cannabis y salimos de la casona. Entramos al carro, me recosté en los asientos delanteros,  mi compañero se tendió en los traseros. Intenté analizar la situación pero los hechos rebasaban cualquier reflexión; suponía que Arnoldo no cambiaría su edén ni su imagen joven, enérgica; por una cama de hospital y un cuerpo añejo y bastante golpeado. “Sus distintas naturalezas han formado una simbiosis de frágil equilibrio. Hemos llegado a la cita”, irrumpió Cannabis en mi pensamiento. Sopesé la posibilidad de quedarnos entrampados en la recreación que Arnoldo generaba, las condiciones en que se encontraba el taxi complicaban una posible retirada. "Lo que tu poderosa visión no capta, mi olfato registra con facilidad. Percibo la duda impregnada en cada minúscula porción de este mundo imaginario".

-¿No te puedes mantener ajeno? Trato de encontrar una salida por si se da el caso y te obstinas en interrumpirme, coartas mi derecho a pensar-. Le reclamé a Cannabis, estaba malhumorado por una espera que sentía inútil. “Piensa correcto”, insistió Cannabis.

-¿Cuánto tiempo esperaremos?

-No será mucho. La duda genera desasosiego. Sólo estamos nosotros para auxiliarle.

-¿Duda de su fiel esclava?

-Duda de su papel de amo, empieza a caer en cuenta que es el esclavo que da las órdenes. No desesperes, que casi piensa que María fue quien provocó el accidente que le tiene postrado, pronto vendrá agradecido a nuestro encuentro. Sube los vidrios-. Atendí su orden mientras analizaba sus argumentos, la única duda que yo percibía era la que yo mismo tenía por su olfato. Me resultaba muy positivo su planteamiento. Cannabis sacó de debajo del asiento la pipa, la prendió.

-Esta vez pasas-, predispuso invitándome a la resignación. Después de varias bocanadas ahogó la pipa y se tendió con ganas de dormir. Saqué uno de mis cigarros. Lo guardé sin terminarlo. Sentí refrescarse mi cabeza, mis pensamientos se alejaron de Arnoldo y María. Descansaba recostado cuando a lo lejos observé por el parabrisas un par de luces que se acompañaban, luciérnagas creí. Conforme se fueron acercando el resplandor aumentó; a lo lejos, tras las luces, se veía otro par, alineadas a una misma altura también. Entonces me percaté que estaba amaneciendo y que aparecían los primeros vehículos por la de Munguía. Empujé el taxi hasta una esquina para sacarlo de la avenida. Con la luz de día pude apreciar el completo deterioro del carro y quedé perplejo. Cannabis tuvo que ladrar para sacarme del trance.

-Tendremos que llamar a la mutualidad.

-No debemos alejarnos de Arnoldo-, observó sin hacer caso a mi señalamiento; bajó veloz del carro. “Será mejor esperar arriba” me sugirió mientras subía la escalera. Cuando le alcancé estaba sobre un sillón en posición de alerta. Escuché un rechinido y después unos pasos arrastrados. Se abrió una puerta y salió la señora obesa. Al verme se sorprendió y quiso cerrar la puerta tras de sí, Cannabis interponiéndose no se lo permitió.

-Ah, es usted y trajo otra vez a su perro- comentó fastidiada. -¿Dio con el pasaje? ¿Llegó a destino?-, preguntó con sorna.

-Terminemos de una vez María. ¿Dónde está Arnoldo?- Cannabis entró en la recamara. María tuvo la intención de ir tras él, pero su robustez la frenó.

-En el hospital- contestó triste. A sus espaldas se oyeron los ladridos de Cannabis y la risa de un niño. Por entre la mujer se escurrieron ambos para salir a correr por el piso. El perro efectuó una serie de sorprendentes cabriolas que tenían fascinado al pequeño. No tuve duda, aunque más joven, era el mismo que había visto trepado en el árbol.

-Nos lo vamos a llevar- le dije a María.

-Dígaselo usted- replicó a manera de reto. El niño se acercó.

-¿Ya viste? ¡Un perro volador mamá!

-¿Cómo te llamas?- le pregunté al niño, asustado se recogió entre las carnes de la obesa mujer. Con la mirada le permitió contestar.

-Arnoldo.

-¿Quieres ir al parque a jugar con el perro?- Sonrió contento y volteó para con María, ella refunfuñó en desaprobación. Su mirada se ensombreció.

-No puedo-, contestó desilusionado. Saqué de la billetera el mensaje.

--¿Habías visto antes este papel?- se lo di en la mano. Lo extendió y lo miró por ambos lados.

-Los monitos de abajo parecen nubes que se deshacen, así sueño yo-. Me devolvió el papel para después correr al baño, donde el perro despedazaba el papel higiénico. Observé a María, fijé bien mis sentidos con la intención de adentrarme en su persona. En la medida que concentraba mis percepciones su cuerpo obeso se tornó en centenares de coloridos filamentos en movimiento, en ocasiones los circuitos se chocaban iluminando de manera espontánea el conjunto de energía. Seguí uno de los filamentos y pude ver una vida muy corta pero ordenada, de gran disciplina, mucho trabajo y entrega religiosa, rodeada de afecto y bullente de alegría. Por último, como si me hubiese vuelto a asomar al pozo vi el cadáver de María. 

-No tuviste marido, ni tienes hijos. Eras apenas una niña.

-No es mi vida lo que ves, esos son sólo antecedentes. Esta es mi casa, aquí esperaré a mi esposo y criaré a mis hijos; yo soy una mujer.

-¿Te vengarás otra vez?-, le pregunté. En silencio me contestó con una mirada agresiva, como si estuviese invadiendo su intimidad. El perro se acercó corriendo y tras él el niño.

-¿Entonces vamos al parque?- le pregunté a Arnoldo.

-Tiene que ir a la escuela- contestó tajante María. Brillaron los ojos del niño y resolvió al terciar.

-¡Que me lleven ellos!- casi gritó. María parecía querer llorar.

-¿Y si ya no vuelves?-. Al escuchar la pregunta Arnoldo estalló en júbilo, tomó la expresión como una venia implícita. -Antes de que te vayas tómate tu leche, tienes que desayunar- le sugirió con mermada autoridad.

-No tengo hambre- dijo el niño y corrió hacía las escaleras donde le esperaba Cannabis, bajaron con rapidez.

-No se puede ir sin desayunar, tráigalo de regreso- me ordenó la mujer. 

-Voy por él-, le aseguré. 

Salí de la casa, les alcancé metros adelante. Le comenté a Cannabis que pararíamos en el estanquillo, quería llamar a la mutualidad para citar al representante.

-¿Está cerca la escuela?- pregunté al niño.

-A veces es cerca, a veces lejos, mi mamá casi nunca me lleva a la misma; nomás voy al recreo y me paseo en los patios, o me escondo en el baño. La verdad, no me gusta la escuela-, terminó de comentar apenado y se emparejó a caminar con el perro.

Llegamos a los abarrotes, el tendero estaba ocupado atendiendo y un par de clientes esperaban turno. Arnoldo se despegó de Cannabis para meterse entre ellos y observar maravillado la confitería en los estantes.

-¿Quieres algo?

Presto me señaló unos chocolates. Se los acerqué, yo cogí una naranjada, Cannabis andaba bien. El tendero despachó a un último cliente.

-¿En qué les puedo servir?- preguntó con amabilidad.

-Buenos días amigo, ando por acá de nuevo, ahora temprano; necesito hacer una llamada a la empresa y no veo ningún público; no sé si pudiera hacerme el favor de rentarme el suyo-. El viejo me reconoció; no sin pesar accedió al favor que le pedía.

-¿Es local?-, mi afirmativa sería la suya misma. -No me gusta rentarlo pierdo el control con facilidad- dijo al cederme el aparato; marqué. Al quedarse sin interlocutor el dependiente reaccionó sorprendido. Enlazó ocupado. 

-¿Dónde está el niño?- preguntó al aire, contrariado, el dependiente. Colgué el aparato y alarmado busqué a Cannabis, le vi tranquilo husmeando en la entrada. "Le perdí de vista un segundo y ya no le volví a encontrar, mi olfato no detecta rastro alguno; se ha desvanecido", me comunicó.

-¿Cuál niño?

-El que venía con usted-, aseveró preocupado.

-¿Conmigo?- denoté extrañamiento, para añadir con timidez -bueno, ya me han dicho que estoy un poco loco por hablarle con tanta familiaridad a mi perro, pero sabe, es una costumbre.

-Clarito vi, estaba comiéndose un chocolate, usted se le dio- confundido, intentaba razonar para darse una explicación.

-A mi perro le encanta el chocolate-, le señalé a Cannabis que arrastraba la envoltura con la trompa. -¿Cuánto le debo?-. El tendero hizo la cuenta aún perturbado. Abstraído, parecía olvidar nuestro tema en común. 

-En el hospital tienen noticias importantes del licenciado, en este momento se las están comunicando a sus familiares-, le comenté para distraerle de su confusión así como para tenerle al tanto, como le había prometido.

-¿Ya falleció?

-No lo sé- contesté con sinceridad. El tendero no insistió con detalles. Le pagué y me despedí entre agradecimientos.

-Oiga, ¿Si le digo algo, no se ofende?- su pregunta me paró en la salida, esperé dándole la venía. -Veo que está empezando a asistir a la casita del licenciado. Le voy a decir lo mismo que le dije a él; esa casa esta embrujada, tenga mucho cuidado-. Cruzamos las miradas en una última despedida. Cannabis que había seguido la charla se echó a andar conmigo.

Nos encaminamos al sitio donde debía estar estacionado el averiado taxi, no lo encontramos. En su lugar se hallaba otro modelo, de alquiler también, pero con la carrocería intacta y pintura inmaculada; recién encerado, resplandecía. 

-Este no es el carro-, le dije a Cannabis.

-Prueba con las llaves-sugirió. 

El seguro botó y abrí la puerta; el encendido cedió y al contacto el motor comenzó a trabajar. Deslicé el acelerador concentrado en el rugido a manera de reconocimiento, el sonido que emergía parecía quemar el aire. Consideré el nuevo auto como retribución por el servicio y tuve entonces, igual que Cannabis, la misión por concluida.  Arranqué y doblé en la esquina, vi a María. Caminaba errática, llorando desconsolada preguntaba por su hijo a los transeúntes, que seguían su camino sin prestarle ninguna atención. En un reflejo instintivo aceleré para poner distancia, el auto respondió con sobrado rendimiento. Valoré la compensación como a mi medida, siempre había querido trabajar en un auto potente, fácil de reparar y cómodo sin ser voluminoso, me sentí agradecido de poder tripular ese dardo de cuatro puertas. El camino de regreso a casa lo pasé acoplándome a la nueva máquina.


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Psicodelia pura hermano!.. Voy a prenderlo para poder leerlo mejor otra vez... Buen post hermano, sigue asi