Tengo miedo. Miedo de ese que te paraliza. Y no es que no haya pasa por esto antes, realmente he perdido la cuenta de cuantas veces he estado en la misma posición.
Y siempre me digo que será la última vez pero caigo de nuevo. Así como estoy, paralizada en el piso solo puedo cerrar los ojos y esperar.
Esperar, con el corazón latiendo a mil por horas, que su puño se impacte una vez más contra mi espalda, mis muslos, mi abdomen. Donde se le antoje.
Lloro poco, cada vez es menos, creo que más que por dolor, lloro por vergüenza de no ser capaz de decir que basta. Aunque sí que lo he intentado, pero solo recibía aún más golpes.
Recuerdo que hace unos meses simplemente me encerró en la casa durante todo el fin de semana cuando le dije que no quería que me pusiera nuevamente un dedo encima. Se llevo a la niña con su madre y me dejó sin comida, solo con agua.
No tenemos vecinos que puedan interesarse en lo más mínimo, ya conocen mi situación, así que aunque grité mucho nadie llegó a ayudarme.
El ardor en mi costado me atrae nuevamente a la realidad y solo puedo sollozar. Me ha golpeado con un objeto, no sé con que ha sido... solo estoy en el piso sollozando cuando ataca una vez más. Frecuentemente respeta mi rostro, no quiere dejar marcas visibles en su muñeca para cuando salgamos a la calle, o eso es lo que me dice. Pero esta vez creo que no le importa mucho.
Me ha golpeado tanto en mi cara que uno de mis ojos no me permite ver... suplico, una y otra vez que me deje en paz, que no volveré a hacer aquello que lo haya molestado pero... no sé realmente que lo molestó.
No lo recuerdo, es que a veces lo más mínimo como una ropa mal planchada, o una comida un poco insípida desata una oleada de golpes que están cargados de insultos.
La niña solo nos ve a lo lejos, sentada llorando desde su corralito, y solo le pido que no le haga nada a ella.
Miro el cielo, implorando ayuda, implorando que alguien me rescate. Muchas veces sueño antes de dormir que alguien me rescata, un hombre que se enamora de mi bondad me aleja de tanta miseria. Como si eso fuese posible.
Un empujón hace que mi cara choque contra el sucio piso y lo veo, mi celular hecho añicos al lado de mi cartera y recuerdo que esa fue la causa de esta reprimenda. Le había comentado a mi amiga en un mensaje que quería irme de vacaciones, que quería que me llevaran a un restaurante a cenar y me dieran una noche de romance puro, uno que no tenía desde hace mucho tiempo.
Y él lo leyó. Era costumbre que revisara mi celular. No sé como pude ser tan tonta de no borrar eso antes de llegar a casa...
Mi sangre cae al piso, gotea y salpica la blanca porcelana y yo solo lloro y lloro y sigo llorando. Creo que ya no hay lágrimas solo súplicas, cuando veo que se aleja unos pasos y caigo tendida al piso, respiro hondo, pensando que por hoy le ha bastado, que ha considerado que ha sido suficiente.
Siento el frío de la porcelana en mi cara y ligeramente me alivia el dolor. Con el único ojo que me permite ver, distingo como sus pesadas botas regresan hasta mi posición y el miedo se apodera nuevamente de mí, no para, hoy no se ha detenido en mucho tiempo y ya no aguanto más. Grito suplicante pero es tarde, creo que se ha cansado de tanto pleito, creo que ahora me he ganado toda su ira.
Solo decido girar la mirada, cuando alza el pesado mango de la hacha y la baja hacia mi cabeza. Solo veo a mi hija, una última vez, porque sé que mi fin ha llegado.
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