28-11-19 y 12-10-19

in #cervantes4 years ago
Segundo extracto de mis notas: 28-11-19

Iba todas las tardes con la ilusión de verla. Entraba en el Mallorca, en el cruce con la avenida Santa Maria, sumergiéndome en la oscuridad del local, como un lagarto en un pantano, en una penumbra de humo de tabaco y persianas a medio cerrar y sombras, que en realidad no eran sombras sino parroquianos, viejos parroquianos que se refugiaban del sol y del tedio en un rincón, y la veía... la veía detrás de la barra limpiando y sirviendo tragos y cobrando en la caja y sonriendo. Todos sus gestos y movimientos en un capullo de música lejana, brotando de un lugar que yo no podía ver pero intuía un lugar desconocido y misterioso y, sin lugar a duda, un lugar mejor. En esos momentos, momentos de más está decirlo fugaces, su rostro se iluminaba, sus ojos centelleaban con una veta clara y sus mejillas se coloreaban, sonrojada. Y en ese instante, solo en él, el Mallorca cobraba un encanto muy alejado de su verdadera naturaleza: un pobre local más de entre tantos restaurantes italianos y mercados portugueses de aquella calle serena constituida por quintas y residencias, guarecidas en el tierno calor de los árboles, de los expatriados y refugiados de la ciudades de Europa, constituido en fin, por nostalgias y añoranzas de tierras lejanas.
Llevaba dos meses de haber vuelto a Caracas de un infructuoso viaje. Me había ido en condición de cronista y corresponsal para El Nacional, y volvía con un testimonio triste, sórdido, sobre el mundo. En las camas de hoteles y albergues donde me hospedé cumpliendo mi labor periodística, soñaba con Caracas. Con la ciudad que un día había dejado atrás. Su ruido ensordecedor. Sus mediodías de sol blanco. En mis primeros paseos por la ciudad comprendí que lo que mis manos aferraban era tan solo una imagen, mas no, nunca más, un algo vivo. En todos lados había cambiado. Nada permanece, deberías saberlo, me dije.

El Hotel Santa Mónica fue mi madriguera. Una urbanización de prestigio. Pasillos alfombrados con tonos suaves y claros y macetas con gardenias guindando en los techos. Un restaurante afrancesado, donde alumbraban majestuosas lámparas de araña. Con jacuzzis dentro de los apartamentos y balcones con una vista excelsa del tráfico capitalino. El hotel, en realidad, no era tal, sino una residencia que fue cayendo en el abandono por parte de los propietarios que se marchaban a viajes interminables o simplemente un día recogían toda su prole, todos sus menesteres, y emprendían aquel camino tan andado, tan sabido por todos los Latinoamericanos en autobuses de mala muerte, en cabalgatas insufribles, con rumbo al olvido, me comentaban la recepcionista y ex conserje del edificio. Pensé que si me alejaba de la marisma diaria y refugiarme.
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Fuente: https://pixabay.com/es/photos/iluminaci%C3%B3n-luces-bombillas-731494/
12-10-19
Querida, X.

He pasado mucho tiempo meditando esta carta. Dudando entre la alternativa de enviártela o no. Escribirla me ayuda, creo. Todos los días al llegar de la universidad y salir del metro, ya ha oscurecido. El camino hasta mi casa atraviesa una larga avenida solitaria. Mientras la recorro mi mente fluye. Se deriva a cualquier parte y no puedo mantenerla en un punto fijo. Estas caminatas me dejan exhausto y tengo la impresión de haber presenciado un atardecer, la seguridad de un final. Cuando intento dar cuenta, sacar en claro a que conclusión he llegado, no puedo saberlo. Las palabras no lo pueden moldear aun, se resiste a salir a la luz de la razón, permaneciendo en el misterio.

La libreta debería servirme de confesionario, un santuario donde penetrar desposeído del todo. Debería poder fungir como una mente trasparente, una pecera en donde poder ver, nadando, los pensamientos. Sin embargo, es un campo vasto y embrujado, donde reverberan, horridos, los gemidos de los aparecidos, haciéndome perder mi voz. Los fantasmas son los potenciales lectores, los visitantes al acuario que, sin querer, terminan espantado a los peces. Todavía más: necesito a los otros para existir. Porque lo que uno es necesita la colisión, la erosión con los otros, tal a las corrientes de agua horadando una piedra, para pulimentar su forma única. Y la esencia, ese reducto del hombre, lo convierte en un artista. Va impregnando a cada paso y cada cosa de su lenguaje interior.

Has de saber que cuando estuvimos en el café de las Fuerzas Armadas y me mirabas extrañada ver la lluvia, no veía solo un aguacero. No sé si te lo había comentado, pero las Fuerzas Armadas y sus alrededores, fueron lugares muy visitados por mí. Y la lluvia de aquel día, repercutiendo en la acera, trayendo la humedad en el aire, me sirvió como pasadizo a una clase ya casi olvidada en mi memoria. (Me parece curioso pensar que, de no haberlo recordado, está clase se hubiera disipado en el tiempo, como si no hubiera existido jamás. Y que una lluvia ¡una simple lluvia¡ la hubiera traído a la vida. Cuantos mundos ignorados hay en cada gesto.) El profesor explicaba trigonometría mientras yo miraba, cansado, el césped de la universidad. Mientras explicaba el correcto uso de las propiedades, me levante y fui al balcón al final del aula. Comenzaba a llover y una pareja, con un periódico en la cabeza, corría para refugiarse. Y mientras él la adelantaba y le hacía gestos para que se apresurase, repase aquel semestre, mi primer semestre en la universidad.

Ciencias actuariales no era mi primera opción al salir de bachillerato, pero si mi alternativa más real. Al ser una carrera poco demandada, su acceso era muy asequible. No tenía ingresos económicos para costearme otra clase de estudios, mis padres acababan de separarse y mi madre había caído en un duelo oscuro que yo no sabía interpretar. La facultad de estadística de la universidad central es un edificio pequeño, casi olvidado, detrás de Plaza Venezuela. Tenía un curso introductorio en el que debías ser aprobado para poder ingresar oficialmente a la universidad. Recuerdo todas las madrugadas llegar y ver los edificios de aulas vacios, los pocos estudiantes a esa hora y preguntarme qué estaba haciendo allí. Poco a poco me di cuenta que no era el único con una situación similar. Para muchas personas esta sería su única posibilidad de estudiar.

Recuerdo aquel curso como una banda de desesperados que intentábamos atiborrarnos de conceptos lo más rápido posible para intentar pasar los exámenes bajo la mirada indiferente de los profesores. O lo que eran en aquel entonces: los jueces que decidirían la vida de cada alumno.
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Fuente: https://pixabay.com/es/photos/sal%C3%B3n-de-clases-la-escuela-2093744/

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