Al atardecer recorríamos el sendero marcando paso rápido y firme antes que la noche arreciara y nos abandonase a nuestra suerte.
Entre el musgo de las piedras descubríamos hacia donde debíamos orientar nuestro camino. Sabíamos que en esa zona desaparecen muchos peregrinos, se despistan seducidos por lo desconocido, por lo prohibido, pensando que tras las líneas establecidas contemplarán paisajes inauditos. Pobres...
Media vida entre árboles , rastreado palmo a palmo, conociendo los peligros a los que hay que dejar a un lado.
Siempre reconforta llegar a la choza del Tito Juan, sabe como cuidarnos en esas noches de evasión tras la larga caminata.
Ese bálsamo preparado con cariño , donde nos perdemos y encontramos a partes iguales, donde descansan nuestros miedos e inseguridades, donde reposan los nervios y se abre camino la imaginación , la creación y el viaje a uno mismo.
El pago es continuar con su trabajo, al alba le acompañamos para conseguir los ingredientes , la búsqueda incansable del Eucariota, ni los perros tienen el olfato tan fino para encontrarlo, solo el trabajo minucioso.
La recomenpesa está servida.
Fotografía de mi autoría.