2º concurso 4cuentos - Oro.

in #cuatrocuentos6 years ago (edited)
¡Por supuesto que no lo quiero! Gritó Mariel dejándolo caer al suelo. Tuvo suerte, la caída no le hizo daño pero sí fue lo suficientemente fuerte como para hacer que rodara hasta debajo del mueble. Al menos ahí estaba seguro o eso creía. Mariel se había alejado y Saúl corría detrás de ella. Escuchó más gritos, al principio no eran muy claros y no entendía nada de lo que estaban diciendo. Con el pasar de los minutos, oyó pasos que se acercaban de regreso y desde el suelo, vio cómo la sombra de Mariel reflejada en una pared se dejaba caer lentamente en una silla. Con los brazos apoyados sobre la mesa y la cabeza dentro de ellos, lloraba por su mala suerte, por su incapacidad de fijarse en tipos decentes, por el niño que nacería y por la vida que siempre soñó y nunca tendría. Al llanto de Mariel, se unieron unos pasos misteriosos, casi imperceptibles. Observó la sombra de Saúl acercándose lentamente hacia ella y también vio cómo con un rápido movimiento, sus manos le rodeaban el cuello, apretándolo hasta su último espasmo. ¡Y todo por un maldito anillo robado! Logró oír antes de que Saúl se quitara la vida disparándose en la boca con un revólver y un hilo de sangre le pasara por un lado. ¡Así que la culpa nuevamente era suya! Justo cuando creyó que su suerte no estaba tan maldita. La vida en el río siempre fue tranquila, era como soñar despierto, pero eso había sido hace tanto ya o al menos eso le parecía. El agua era fresca, los peces amistosos y los días cálidos. Por las noches brillaban las estrellas, cantaban las ranas y las luciérnagas revoloteaban sobre el río iluminándolo. Era una vida sumamente tranquila y bastante envidiable, aunque días antes había escuchado algunas voces y se dio cuenta de que el agua estaba un poco más revuelta que de costumbre, no encontraba motivos para preocuparse. Todo estuvo bien hasta una mañana donde se sintió sacudido, pudo notar que lo sacaban del agua dentro de un plato con arena y unos ojos entre emocionados y angustiados, se fijaban en él. De pronto cayó por un túnel, todo fue humedad y oscuridad. No había terminado de recuperarse del mareo cuando sintió de nuevo el aire fresco, otra vez había luz pero estaba bañado en tierra, sangre y excremento. ¡Niña estúpida y todo por una pepa de oro! , escuchó.


Lo buscaron por un rato, aunque sabía que no sería difícil dar con él, rogó con todas sus fuerzas volver al río. Jefe, aquí hay algo. Lo levantaron, le sacudieron la tierra y le limpiaron un poco la sangre de encima. Y de nuevo todo se oscureció. Acabo de sacar esto del estómago de tu hija. Fúndelo y haz un anillo hermoso para la mujer del jefe. Lo entregaron dentro de una bolsita que aún tenía arena y estaba húmeda. Pablo sintió náuseas y por poco se desmaya. Tuvo que sostenerse de la mesa para no caerse, mientras observaba al ‘Catire’ salir de su casa y cerrar la puerta tras él. Siempre se opuso a que Bárbarita fuera al río. ¡Con lo terca que era! y ¡cómo le brillaban los ojos al igual que a su madre cuando veía el oro! Y siendo así, su futuro no podía ser menos oscuro que el de su mamá, de eso estaba seguro. Pero aunque se opuso, lo obligaron a dejarla ir. Ya eran muchas las muertes por fiebre amarilla y a ese maldito pueblo no llegaban ni vacunas. Había un nuevo lugar por explorar, hacía falta gente que trabajara y mucho mejor si eran jóvenes. Trabajaban por más tiempo y eran más ágiles, lo único malo es que les gustaba tanto el oro que, disimuladamente se tragaban una que otra pepita cuando creían que no los estaban viendo, con la finalidad de llegar a su casa a purgarse, cagarla y así poder sacar un poco más de dinero. Esa mañana sería la primera de Bárbarita en la parte alta del río. Se los llevaban en un camión como si fueran cerdos, los vigilaban mientras los ponían a buscar pepitas de oro durante horas y al final del día le pagaban a cada uno un pequeño porcentaje de lo que habían sacado y los devolvían al pueblo por la noche, más llenos de tierra y sudor que de sueños. Pero nunca era suficiente para llegar a fin de mes, tenían que conformarse con el oro mal pesado –a conveniencia- de quienes les daban ‘trabajo’, si es que eso de verdad era un trabajo y no una esclavitud. Pero Bárbara era astuta, Adela ya le había contado cómo hacer para que no la descubrieran. Y aunque su padre no la dejaría ir al río, estaba preparada, porque en su ambicioso y pequeño corazón vivía la esperanza de que se la llevaran. Adela ya había ido cinco veces y en dos oportunidades le había enseñado cómo había cagado oro y lo contenta que estaba su familia por haber aprendido tan rápido. El secreto estaba en hacerlo cerca de la hora del almuerzo, cuando el calor sofocaba a todos y perdían la concentración también a causa del hambre. Pablo no iba al río porque era el mejor orfebre del lugar y porque gracias al robo que había cometido su mujer –el mismo que le costó la vida- estaría atrapado allí por 15 años trabajando para el jefe a cambio de conservar su vida y la de la pequeña Bárbarita. Porque si dejaban el sitio, los perseguirían hasta donde fueran y los torturarían lentamente hasta dejarlos morir. La situación del país los obligó a adentrarse cada vez más en los terrenos de la minería. Pablo sabía que mudarse hasta allí era un arma de doble filo, su mujer era sumamente ambiciosa, defecto que nos los ayudaría a salir ilesos, pero también había calculado que un par de años serían suficientes para regresar y poder pagarle los estudios a la pequeña Bárbara. ¡Sólo dos años y ahora serían 15 más! Se despidió de su niña en la mañana y en tan solo pocas horas estaba fundiendo oro al que tuvo que limpiarle la sangre de su propia hija para hacer un anillo. Trabajó en él durante toda la madrugada, sabía que por el incidente de la noche anterior tendría que hacer el anillo más bello que pudiese imaginar y mucho mejor que todos los que ya le habían encargado antes. Si al jefe no le gustaba, no lo matarían, pero sí lo harían sufrir durante un buen rato y ya era suficiente con haber perdido a su mujer y a su hija en menos de seis meses. Sé honesta , fue lo único que le pidió antes de salir. Ya no le quedaba nada más que su propia vida, ya no serían 15 años para pagar errores ajenos, seguro estaría atrapado allí para siempre. Lo sacaron de la bolsa y al poco rato sintió cómo el calor transformaba su cuerpo y se convertía en un líquido espeso. Durante horas, fueron dándole forma hasta hacerlo anillo. El anillo más hermoso del mundo. Al amanecer ya estaba terminado y lo dejaron sobre la mesa. Pensaba ahora que con esa forma, correría con mejor suerte.

La verdad es que Saúl no tenía donde caerse muerto, lo que sí tenía era unas ganas de hacerse rico sin mucho esfuerzo y una fuerte intención de casarse con Mariel. Y ahora más que estaban esperando un hijo. Si no le proponía matrimonio con un buen anillo, su padre se la llevaría del pueblo. Así que el plan era simple: Robaría la casa del orfebre, donde sabía que estaban las mejores joyas del pueblo, se llevaría algún anillo para pedirle matrimonio a Mariel, lo suficiente para casarse y montar un negocio lejos de aquel pueblo. Por suerte, todos dormían temprano. Las calles siempre estaban solas y conocía todos los caminos de memoria. Espero con ansiedad durante toda la noche, pues no sabía cuál sería su destino final. El sol estaba saliendo y alguien entró por la ventana, el sonido de un único disparo rompió el silencio, pero nadie se atrevió a salir. Sintió como lo arrojaban al interior de una bolsa ¡No otra vez!, pensó. Horas después fue trasladado de la bolsa a una más pequeña y delicada, mientras escuchaba a un hombre cantar de felicidad y también podía percibir el aroma a agua de colonia por la mañana. Te casarás conmigo… compraremos una casa a unas horas de aquí… tendremos un hijo que se llamará como mi padre… viviremos como ricos cuando termine de vender todo esto… desde donde estaba podía escuchar el interminable monólogo de Saúl, quien se metió en el bolsillo la bolsita donde lo había guardado y salió de la casa rumbo a la de su novia. Mariel, cásate conmigo, Mariel. ¿De dónde sacaste ese anillo? Escuché que anoche mataron a Don Pablo. No sé de qué hablas, cásate conmigo. Vámonos de aquí. Te compraré una casa, nuestro hijo no conocerá el hambre. ¡No lo quiero! ¿Estás segura? ¡Por supuesto que no lo quiero! Gritó Mariel dejándolo caer al suelo.




2º concurso 4cuentos

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Trágica y maravillosa historia de ambición. Como siempre, una joya sale de tu imaginación. Mucha suerte en el concurso @dalisett