El banquete. Cuento / Una familia imaginaria II

in #cuento6 years ago (edited)

Estimados amigos, dejo, en esta ocasión otro relato de mi libro de cuentos inédito Una familia imaginaria. Es el primero de la segunda parte.

Espero que la lectura sea interesante (primero pensé en el adjetivo grato, pero como que no es apropiado en este caso).

Agradecida.


El banquete


Cornfield, porAlexej von Jawlensky Fuente


Contaba mi padre que en algún lugar oculto había un pozo que llegaba al centro de la tierra. No hay nada allí, es solo un hueco de sombras que se ha ido formando. Se alimenta de secretos culpables, voces de muertos, olvidos, desconocimientos, crueldades pequeñas y grandes; todo lo que deja de existir por mala voluntad va allí convertido en sombras. A veces un retazo de esa tiniebla viaja por las raíces, vuela por las esporas de las flores y contamina un pedazo de tierra, una vena de agua donde un cazador mata la sed y, luego, ese hombre sentirá miedo, tal vez miedo de la desnudez que supone la murmuración, como si un jirón de enfermedad se hubiese adueñado de su brazo, y el miedo desbocará en furia y matará a su mujer. A veces, contaba mi padre —sus ojos perdidos mirando hacia adentro, sus dientes musicales apagados brevemente—, ese retazo de veneno se mete en la sangre y pasa a los hijos, a los nietos. A veces se esconde por siglos. Espera en silencio y por eso, decía, nadie entiende por qué algunas personas vuelven de repente como salidas de un hueco de ira, como oscuridades que caminan, o convertidos en una ferocidad bajo las sombras de las matas, acechando a los niños con los ojos vacíos.

Las bocas del pozo existen en gran número repartidas por los tiempos. Maximilien, mi antepasado, dio con una de sus bocas en un maizal por donde todavía hoy los muertos caminan. Llegó allí persiguiendo a sus pollos.

Era muy pequeño y suave, y sus piernas eran muy cortas. Era frágil. Los pollos corrían en zigzag y se metían cada vez más en la oscuridad del monte. Luego vio toda la luz de oro sobre los campos amarillos. Los pollos comenzaron a picotear frenéticamente. Tragaron granos, tragaron hojas, se inflaron mucho, muchísimo. Algunos reventaron en un alboroto de tripas. El resto, el plumaje blanquísimo teñido de sangre, comenzó a picotearse, a sacarse los ojos parpadeantes, a comerse sus propias patas. Una orgía de plumas ensangrentadas y ni un solo ruido. Maximilien creyó que se había quedado sordo.

Llegó a la casa hablando de los campos de maíz, pero su madre no entendía. Ellos eran pescadores y no cultivaban nada. Luego, descubrió los cuerpos de los pollos, torpemente tapados con palmas. Los enterró. Una sospecha comenzó a comerse su corazón de madre, pero selló ese miedo en su corazón y lo olvidó. Definitivamente. O eso creía.

Maximilien siguió visitando el maizal. Veía a sus pollos picoteándose las carnes y salpicando las hojas de oro con el humor de sus tripas. Allí los muertos culpables susurraban desde el fondo del pozo con voces doloridas que los dejara en paz, que sacara a sus pollos de allí, pero él no sabía cómo hacer eso.

En el maizal, acompañado por el desespero de los muertos, conoció al otro que habitaba su cuerpo y que, como tendría oportunidad de comprobar a lo largo de su vida, sería, por agotadores, intensos, lujuriosos y ávidos momentos, el amo. Lo vio como lo vería siempre: el otro tenía su cara y los gusanos le estaban comiendo la cabeza.


Muchas gracias por la compañía. Bienvenidos sempre.



 


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Siempre es maravilloso leerte. Siempre es maravilloso encontrarse con tu narrativa cargada de historias posibles con un toque de realismo mágico. Te saludo y te abrazo @adncabrera

Igual la saludo y la abrazo bien apretado. Un placer inmenso contar con tu lectura.