El éxito (Cuento corto)

in #cuentos6 years ago

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Éxito. ¿Qué es realmente el éxito? Me lo he preguntado por mucho tiempo. Si ustedes creen que terminar secundaria, proseguir con la Universidad y obtener una carrera es éxito, se me hace algo muy vago. Insulso. Nunca he tenido éxito en mi vida. Trabajo de lunes a viernes en una aburrida oficina. El trabajo es simple: solamente tengo que llevar registro de ventas, clientes, etc. La paga no es mala. Vivo solo, no tengo mujer ni hijos, así que me da para lo indispensable y algún que otro gasto extra. No tengo vehículo, prefiero ir caminando a ese lugar aburrido donde me espera esa maldita silla en la cual apoyo mi culo por ocho horas cada día. De igual forma, no queda lejos de mi apartamento.

Siempre tomo el mismo camino. Hay un puente que por debajo está desolado, excepto por algunos vagabundos que lo toman como un buen lugar de descanso en invierno. Tampoco entiendo esto muy bien, la corriente de aire bajo los puentes es mucho más grande que fuera de ellos. Últimamente sólo he visto a un vagabundo tomando ese lugar para dormir y comer cualquier cosa que haya recogido de la basura. Seguramente sale durante el día a pedir limosna para comprar alcohol. ¿De qué otra forma sería uno capaz de dormir bajo un puente con ese aire gélido en invierno mas que estando borracho en un intento de calentar la sangre?

-Oye, Diego, ¿has oído que Laura se va? Aún no me entero si la despidieron o decidió renunciar. Es una pena, está muy buena. Estaba esperando la oportunidad para pedirle a salir y tal vez acostarnos, ya sabes-. Manuel es uno de mis compañeros. Pura habladuría irrelevante. Realmente no me importa si Laura renunció, la despidieron o si le ha pasado un tren por encima, pero decidí seguirle la conversación sin buena gana.

– ¿Ah, sí? No lo sé, la verdad.

-Estoy seguro de que ha decidido renunciar. Qué porquería, le quería echar un buen polvazo. Maldita sea.

-Hay muchas otras trabajando aquí, tal vez te ayuden a sacarte las ganas de acostarte con una compañera de trabajo en algún momento.

-No. Laura es especial. ¿La has visto, verdad? Qué pedazo de mujer- asentí mientras elevaba una de mis cejas en forma de desinterés.

Finalmente, luego de media hora de “conversación”, Manuel se hartó de que no le respondiera y siguió con su trabajo. Yo quería terminar con el mío rápido y poder irme a mi casa sin nada pendiente.

Al terminar pasé por el supermercado, iba a comprar algunas cosas para hacerme la cena, pero luego de un rato de indecisión dejé el lugar, me fui para mi casa y acabé por llamar a un lugar de delivery. Solía llamar a menudo. Si es cuestión de confesar: soy muy perezoso a lo que se refiere a cocinar y tareas de la casa. Pedí carne asada junto con papas cocidas y condimentos. Al teléfono me dijeron que demorarían veinticinco minutos, pero esta espera se alargo a una de cuarenta minutos. En este intervalo de tiempo me vi a mí mismo cambiando de canal a cada rato en la televisión, y pensando en aquel vagabundo. ¿Qué estaría haciendo ahora?

2

Estaba volviendo del trabajo cuando vi al vagabundo durmiendo debajo del puente. Se escuchaba el eco de mis pasos y el de sus ronquidos. A su lado tenía una botella de agua con vino y él se estaba cubriendo una manta que tenía en sí agujeros, además estaba durmiendo sobre una caja de cartón desarmada. Estaba lloviznando, supongo que sí, dormir debajo del puente no es tan malo como refugio. Algo comenzó a crecer en mí.

Llegué a casa y llamé al delivery. Esta vez pedí pollo asado y variedad de legumbres. Llegaron en pocos minutos. Estaba rico, no delicioso ni digno de un restaurante gourmet, pero se podía tragar. Seguía pensando en aquel vagabundo. ¿Tendría hambre?

Esta vez, al ir al trabajo, el vagabundo no estaba allí, pero sí la caja, la manta y una suerte de almohada hecha con envase de agua de seis litros envuelta con una ropa sucia y vieja. Llegué al trabajo y me enteré, ya que me interesaba muchísimo el tema, que Laura había sido despedida por haberse acostado con uno de los asistentes del jefe. El asistente también fue despedido. Interesante historia. Seguramente no pasa en ninguna otra oficina. Hoy me llenaron el escritorio de papeles con nombres y números para pasar al sistema. Un día atareado. Pero como siempre, hice mi trabajo diligentemente. Al terminar me dolía la espalda y tenía el culo hecho una plasta acalambrada. Ya era hora de ir a mi casa.

3

Al volver del trabajo vi al vagabundo. Estaba despierto, sentado mirando a la nada mientras bebía ese vino seguramente asqueroso que sacó de quién-sabe-dónde. Al llegar a casa me entró un deseo enorme de acometer contra el vagabundo. ¿Por qué? No lo sé, y no me importa. Sólo tenía ese sentimiento y si lo llevaría a cabo o no lo vería más adelante.

Esta vez me traje cosas del supermercado y cociné yo mismo. Hice una buena tortilla de papa, ensalada de huevo y carne frita. Me quedó bastante bien. No quiero alardear, pero lo de cocinar se me da muy bien, sólo soy perezoso. Resulta que hice más de la cuenta. Lo guardaría para la cena del día siguiente, pero se me ocurrió algo mejor. Se lo llevaría al vagabundo. Seguramente tendría hambre y esto le caería muy bien.

Salí de casa, ya era de noche y hacía mucho frío, por lo que llevaba un buen abrigo y una bufanda. La comida la puse en un tupperware y llevaba cubiertos envueltos en papel. Todo esto dentro de una bolsa. Al llegar al puente lo vi, al vagabundo, seguía con la mirada perdida y bebiendo el poco vino que le quedaba. Me acerqué a él con una sonrisa y le dije que traía comida para él. Me miro agradecido, de pronto sus ojos brillaban. Devoró toda la comida como si fuera la última que fuese a recibir en su vida.

4

Cada noche le llevaba un poco de comida al vagabundo. En eso fui conversando con él y conociéndolo un poco mejor. El vagabundo tenía nombre: Alberto.

Alberto tenía una vida feliz con su mujer e hijos, pero un divorcio le quitó todo de las manos. Una gran depresión cayó sobre él. Comenzó a beber alcohol en exceso, se quedó sin dinero, luego sin casa y ya hacía diez años que vivía en la calle. Pobre hombre. Sentí mucha lástima, pero ¿qué podía hacer yo? De todas formas, Alberto me agradecía la acción de llevarle comida cada noche. Me bendecía y me decía que más gente como yo debería existir en este mundo. Otros que ayuden a otros. Pero eso siguió creciendo en mí. Disfrutaba de llevarle comida cada noche y conversar con él. De hecho era de muy buena habla, pero el alcohol había hecho mucha destrucción en su cabeza.

5

Luego de regresar del trabajo Alberto estaba debajo del puente y me saludó, le dije que en un par de horas estaría ahí y que le daría una deliciosa comida caliente que disfrutaría mucho. Pero que esta vez los dos disfrutaríamos mucho. No entendió mi última frase, pero eso no tuvo importancia para mí, yo sabía a qué me refería.

En realidad esa noche no llevé nada para cocinar, sólo llamé al delivery y pedí comida. En los treinta minutos que demoraron en llegar me dio el tiempo necesario para preparar lo mío. Llegó la comida y salí a encontrarme con Alberto.

Alberto, como siempre, se devoró la comida. Comía muy rápido, casi ni degustaba lo que tragaba. Sólo hacía eso: tragar. Luego de haber terminado la comida, nos sentamos a conversar de todo un poco.

Miré a Alberto a los ojos y le dije que tristemente ya no sería capaz de traerle comida cada noche. Que sería imposible. Me observó detenidamente, bajó la cabeza y asintió lentamente.

-No importa, joven. Lo que has hecho por mí estas últimas semanas ha sido maravilloso. Agradezco de todo corazón la comida que me has traído. El invierno es voraz, el frío se siente hasta los huesos, y tú me has ayudado mucho. No sé cuál será la razón que te detendrá en este hacer, pero te agradezco mucho todo. Yo me las arreglaré. Lamento mucho no poderte pagar o devolver lo que has hecho por mí de alguna manera. De verdad lo siento.

-Alberto, no hay nada que debas agradecer. Pero en cuanto a devolverme el favor, lo harás enseguida, por eso no te preocupes.

-¿A qué te refieres?

Le dije a Alberto que me diera un abrazo. Olía horriblemente mal. Y podía sentir la mugre en su cabello. Pero ya me devolvería el favor, yo me sentiría agradecido esta vez. Tomé el cuchillo de cocina más afilado que tenía en mi bolsillo, cuando nos apartamos del abrazo, deslicé el cuchillo por su garganta. La sangre corría por su cuello y por su ropa como si fuera una cascada. Un poco de ésta salpicó en mi abrigo. Cerré los ojos y susurré, “Alberto, ya no sentirás más frío en los huesos de ahora en adelante. Gracias”.

Una satisfacción recorrió todo mi cuerpo, como si una clase de energía me inundara. Me sentía completo de alguna manera. Dejé el cuerpo en el lugar y me llevé la bandeja de comida. Al llegar a casa me di un baño. Un baño caliente que duró al menos unos cuarenta y cinco minutos. Sentía calma dentro de mí.

Entonces… Así es como se siente.

ESCRITO POR GERALDIN DALTO, 29 DE ENERO DEL 2018.

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