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La suerte de Sara
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Marco González no supo cómo reaccionar cuando, en sus meras narices y por segunda vez, Sara Pavía le dijera a la encargada de Recursos Humanos de la empresa que él había leído el correo y que solo estaba haciéndose la víctima de mujeres villanas que no quieren trabajar, y que no iba a regresar a la empresa debido a que no tendría tiempo por su nuevo trabajo.
Se dejó caer en el sillón de su escritorio y se pasó las manos por el rostro, frustrado ante la situación.
Nadie sabía que Pavía presentó su renuncia hace un par de días, ni siquiera Laura Calvo, quien de repente se ausentaba por "problemas de salud", y Julio Obregón, quien argumentaba tener "mucho trabajo". Lo peor era que su renuncia tuvo lugar en el momento en que debían entregar el reporte mensual de actividades a Recursos Humanos. Dicho documento corría a su cargo, pero lo delegaba siempre a la Calvo, quien a su vez se lo delegaba a Julio, quien a su vez se lo delegaba al primero que pasaba y, por último, a Sara, la más responsable de la oficina.
Y debían entregarlo en dos días.
Un par de golpes interrumpieron sus pensamientos. Un hombre joven estaba en el umbral con un par de carpetas en mano.
Con señas, González le indicó que pasara y le dejara lo que tuviera qué dejarle. El joven obedeció, informándole que el Departamento de Compras le enviaba esos documentos para su chequeo y visto bueno. Luego de firmar los documentos y sellarlos, se los entregó al joven, quien se retiró de la oficina.
"¡¿Pavía renunció?!", exclamó Julio Obregón, sorprendido.
"Sí. Renunció antier. Está trabajando ahora en otro lado", replicó González, visiblemente incómodo.
"Oh... Una lástima. Me caía bien. Pero ¿qué pasará con el reporte? Ella era la encargada de hacerlo", comentó Lucila Arriaga.
"De eso me encargaré yo. Ahora, en cuanto a los pendientes que Pavía dejó, los dividiré entre todos ustedes".
Los empleados quisieron protestar, pero González les cortó las palabras diciéndoles que si no les gustaba, que podían irse a la calle sin goce de liquidación. Todos guardaron silencio, pues sabían que González no amenazaba en balde.
Una vez reasignadas las actividades que Pavía había dejado abandonadas, González se retiró a su oficina. Por desgracia, descubrió que no estaba solo.
"¡Señor Jiménez!", exclamó con sorpresa al ver al presidente de la empresa en persona sentado en su escritorio.
"Cierra la puerta, González", le cortó la palabra Óscar Jiménez.
Solícito, González obedeció y, sentándose frente a Jiménez, le preguntó en qué podía ayudar. El hombre fue directo al grano: Había recibido quejas anónimas con respecto a cuatro empleados de su área, las cuales fueron evaluadas por una comisión de ética y por el propio Jiménez, quien tomó la decisión de despedir inmediatamente a esas cuatro personas.
González estaba aterrorizado cuando Jiménez, indiferente, le dijo que él se encontraba entre esas cuatro personas.
"¡P-pero, señor Jiménez! Yo..."
"Cállese, González. No quiero oír sus patéticas excusas, mucho menos toleraré su maldito comportamiento asqueroso. Si esa estúpida de Menéndez hubiese hecho su jodido trabajo desde un principio, usted no estaría aquí. Dele gracias que le encubrió sus puerquezas a cambio de nada. Ahora, empaque sus cosas y lárguese de mi compañía antes de que llame a la policía".
La situación plateada está muy bien resuelta narrativamente. Es un caso que seguramente se presentará a menudo en nuestro tiempo de relajamientos éticos. Gracias y saludos, @vickaboleyn.
¡Muchas gracias por tus palabras y el apoyo, @celf.magazine ! Este tipo de situaciones siempre estuvieron presentes en la cultura empresarial moderna, sobre todo en el ámbito asiático (concretamente en Japón). ¡Saludos y bonito fin de semana!
@tipu curate 2
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¡Muchas gracias por el apoyo, @jesuspsoto !
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