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Fuente de la imagen: Goodreads
Hace unas semanas había visto la adaptación fílmica de 2007, cuya reseña publiqué por aquí hace unos días; posteriormente vi también la versión de 1995, cuya reseña también publiqué por aquí. El libro lo empecé a leer por mera curiosidad después de ver la adaptación de Sally Hawkins y Rupert Penry-Jones. Incluso decidí reaccionar a ello en cuatro o cinco días mediante historias en mi Instagram personal, algo que no dudaría volver a repetir.
Página tras página, esta novela póstuma de Jane Austen nos muestra una historia de amor propiamente dicha narrada a partir de la perspectiva de una mujer que rebasó la edad casadera, con sus alegrías y tristezas, sus paces y sus conflictos, amando a unos personajes y odiando con demasiada pasión a otros. Una historia de amor real, en donde refleja con crudeza a su propia sociedad, en la cual la apariencia era la carta única de presentación de una familia entera y estaba a punto de sufrir grandes cambios a nivel estructural que no era del todo bien visto entre los miembros de la clase alta.
Esta última situación lo ejemplifica bastante bien sir Walter, el padre de Anne Elliot (la protagonista), desde las primeras páginas del libro. En el tercer capítulo, cuando los Elliot discuten con el señor Shepherd sobre cómo rentar Kellynch Hall como un modo de subsanar las deudas, sir Walter se expresa de forma denigrante su postura con respecto a los miembros de la Armada británica:
-No niego que esa profesión tenga su utilidad, pero deploraría que un amigo mío perteneciese a ella.
-¡Cómo! -respondieron todos, sorprendidos.
-Sí; me disgusta esa carrera porque tengo dos cosas fundamentales que objetarle; primero, que es un medio de elevar a posiciones inmerecidas a personas de humilde nacimiento, de que obtengan honores con los que sus padres y abuelos jamás soñaron; y segundo, que destruye de manera terrible la juventud y el vigor (pág. 52)
Así mismo, la autora explora cómo la persuasión puede ser usada como un arma poderosa para lograr lo que se quiere obtener de uno, en especial si se trata del ascenso socioeconómico en medio de un conflicto bélico (en este caso, las Guerras Napoleónicas) o en influir en las decisiones de la gente. En distintos puntos del libro podemos encontrar un ejemplo de su uso en la propia Anne, desde la "cariñosa" orden de su hermana Elizabeth a que se marchara a Uppercross para que cuide de su hermana menor, Mary Musgrove, hasta la influencia de lady Russell en la decisión de romper su compromiso con Frederick Wentworth en los ocho años previos a los acontecimientos del libro.
Ahora bien, uno de los aspectos más brillantes que Austen nos ha dejado con esta obra es la construcción del personaje y la crónica de su evolución. Anne Elliot es presentada al principio como una mujer tímida, falta de carácter, fácilmente manipulable y demasiado dócil. Aquellos aspectos dan pie a las reclamaciones indirectas de Wentworth, dolido por la ruptura del compromiso y por su falta de firmeza; así mismo, se nos da a entender que la joven anhela recuperar su afecto, aun cuando decide dejarlo ser feliz con otra.
A lo largo del libro vemos como Anne poco a poco va tomando la determinación de ser ella misma con sus acciones, siendo esta escena el momento cumbre de esta evolución:
No es para describir la conmoción que aquel hecho produjo en el ánimo de Anne. La carta, enviada a nombre de «Miss A. E.», era, evidentemente, la que con tanta prisa había cerrado. Mientras lo suponía ocupado en escribir al capitán Benwick, era a ella a quien escribía. En aquellos renglones se resumía todo cuanto la vida le reservaba. Todo era posible; todo debía esperarse, menos la incertidumbre. Mrs. Musgrove estaba ocupada en sus cosas, y Anne aprovechó esta circunstancia para sentarse en el sillón y procedió a leer la misiva, que rezaba:
Me resulta imposible seguir escuchando en silencio, y para dirigirme a usted empleo el único medio de que dispongo. Se me parte el alma y vacilo entre la desolación y la esperanza. No me diga, por Dios, que ya es tarde y que esos bellísimos sentimientos no anidan ya en su pecho. Nuevamente me ofrezco a usted, y mi corazón es aún más suyo ahora que cuando me lo destrozó hace ocho años. No diga que el hombre olvida más pronto que la mujer ni que en él el amor tiene vida más corta. A nadie he amado más que a usted. Podré haber sido injusto, he sido débil, y lo reconozco, pero inconstante, jamás. Sólo por usted he venido a Bath. Sólo en usted pienso y en usted sólo cifro mis ilusiones y proyectos. ¿No lo ha adivinado ya? ¿Es posible que no haya adivinado mis intenciones? Créame firmemente que no habría esperado estos días si hubiera podido leer sus pensamientos del mismo modo que usted, sin duda, ha leído los míos. ¡Qué difícil se me hace escribir! A cada instante llegan a mis oídos palabras que me dejan anonadado... Usted baja el tono de voz, pero yo percibo claramente esos acentos, aunque se pierdan para los demás. ¡Dulce y admirable mujer! Nos hace usted justicia al reconocer que también cabe en el hombre el afecto sincero y persistente. Crea en el amor ferviente e invariable de F. W.
P. S.: Tengo que marcharme sin saber qué me depara el futuro, pero no tardaré en volver o en buscarla donde se halle. Una palabra, una mirada bastarán para decidir si he de ir a casa de su padre esta tarde o nunca. (Pág. 281)
Este aspecto, en conjunto con su ritmo pausado y la generación de emociones encontradas con respecto a algunos personajes, enriquecen mucho la experiencia del lector. Incluso se debe señalar que Austen nos muestra una perspectiva sobre las dinámicas sociales a principios de un siglo que ha sido un parteaguas en el avance de la ciencia y en la intervención de las mujeres en el mundo literario.
En términos modernos, Persuasión nos habla implícitamente de las crisis sentimentales en la pareja, en el camino que ésta recorre en medio de la reflexión y la importancia de la comunicación entre las partes involucradas sin intervención de terceros. Una historia de amor realista que aún se repite en nuestros días, aunque cada vez con menor frecuencia.
