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Una mañana soleada, Ana decidió visitar a su abuela, quien tenía un amor especial por las flores. Al llegar, se encontró con un pequeño paraíso floral en el jardín de la abuela, colores vibrantes y fragancias dulces que llenaban el aire.
A la abuela le encantaba cuidar de sus flores, y Ana, contagiada por ese amor, se ofreció a regar el jardín esa mañana. Ana con su regadera en mano, charlaba con las flores como si fueran sus amigas. Les contaba historias, les daba ánimos y agradecía por la alegría que traían al mundo.
La abuela observaba con ternura mientras Ana se sumergía en el mágico mundo de las flores. Le enseñó el nombre de cada una y compartieron momentos especiales bajo el cielo azul y el brillante sol.
El día se volvió más brillantes gracias a la conexión entre Ana y las flores. La abuela, agradecida por el cariño de su nieta, con sus flores, la invito a quedarse hasta la tarde, para que la ayudara a recoger las flores, para despachar un pedido.
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