Mi ángel del sur/ relato

in Cervantes4 years ago (edited)


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Mi ángel del sur

Ángel la vio llegar, tomaba un café en la tarde monótona e insípida cuando su vestido verde se atravesó en la soledad del estacionamiento. La vio subir al primer piso con su gran cartera, sus sandalias bajas y su aire de chica despreocupada.

En la hilera de cuartos de la pensión modesta ninguna puerta estaba abierta. El hombre miró el reloj, era temprano aún para que los inquilinos regresaran de sus lugares de trabajo. Arriba la chica volvió a tocar la puerta, él podía oír el sonido, no solo lo imaginaba. Podía observarla sin disimulos, en el anonimato de alguien que asiste, siempre, al mismo sitio a las mismas horas.

Arriba la chica también miraba su reloj, llevaba media hora de espera sentada en el último tramo de la escalera del primer piso. Un reloj de bolsillo, pensó Ángel. "¿Qué tipo de chica usa un reloj de bolsillo?", se preguntó, mientras la miraba recoger la cadena del reloj e introducirlo en el bolsillo de la cartera.

Son las seis y media de la tarde, en media hora cerrarán el café y caerá completamente la noche. Se dejó vencer por la curiosidad, le hizo una seña de anotar al encargado y atravesó el garaje.

Acompañando el saludo le mostró una sonrisa. La joven lo miró, un chico limpio que miraba de frente, la sonrisa de respuesta le salió naturalmente. Conversaron. Ella tenía pocos meses de haber regresado al país. Su esposo halló trabajo en esta ciudad del sur, mientras que ella, a 80 kilómetros, al oriente, lo esperaba los fines de semana. Cada quince días asistía a un curso en otra ciudad oriental. Ese día venía de regreso de sus clases y tuvo el impulso de desviarse desde el oriente al sur para sorprender a su esposo con su presencia y regresar juntos a casa el fin de semana. Era la dirección, pero él no estaba. Es raro, por el horario debía estar en casa. Comentó ella.

Él le preguntó cuánto tiempo esperaría y ella por respuesta le dijo que no conocía la ciudad. Él se ofreció a acompañarla a esperar. Ella le agradeció. En la media hora siguiente se presentaron, conversaron de cosas personales, de sus familias, estudios, ocupaciones, gustos… Pasaban de un tema a otro rápidamente, como si supieran que solo tendrían una amistad efímera.

Pocos momentos después de la caída del sol, cuando todas las luces de las viviendas estaban ya encendidas, Ángel le hizo ver que él debía regresar a casa pero que había un cierto peligro allí para una chica sola, que lo mejor sería que buscase un alojamiento para pasar la noche. Ella le respondió que no conocía la zona. Entonces él se ofreció a llevarla a buscar alojamiento. Ella la miró a los ojos sin decir palabra. Él le respondió que no temiera que solo quería protegerla.

Por algo te llamas Ángel… dijo ella, mientras recogía del escaño su gran cartera.

Llegaron al estacionamiento y él la ayudo a subir al auto tomando su cartera mientras le abría la puerta. Después de unos minutos tomaron un camino que a ella se le ocurrió como el más oscuro en el que nunca había estado. Desde afuera llegaba un fuerte olor a clorofila y a tierra mojada.
Llegaron a un establecimiento compuesto por pequeñas cabañas aisladas unas de otras.

¿Esto es un motel? Preguntó ella.
Sí. Conozco al dueño, no tengas miedo. Espérame aquí mientras busco una llave. dijo él como respuesta.

En un momento estuvo de regreso, abrió la puerta y le cedió el paso. Ella entró temerosa y expectante de la conducta de Ángel. Él le preguntó si podía quedarse un momento y ella le sonrió tímidamente, el entendió que sí. Ella se sentó a la orilla de la cama y el arrimó una silla.

Hubo un largo silencio. Después él le explicó que regresaría en la mañana a buscarla y le recomendó encarecidamente que no le abriera la puerta a nadie, bajo ninguna circunstancia. Ella solo asentía. Cuando no hubo nada más que explicar hubo otro gran tenso silencio. Al final Ángel pregunto crudamente: ¿Me voy? Ella dijo que sí, suavemente.

El suspiró, profundo, después tomó las llaves del carro y salió, no sin antes recordarle que cerrara bien la puerta, que no le abriera a nadie.

Al salir Ángel, ella pasó todos los cerrojos. Se sentía un poco confundida, preguntándose cómo fue a parar a un hotel de carretera. No quiso desvestirse. Se aseo un poco.

No podía conciliar el sueño, pasó el tiempo hora mirando el techo, atenta a los ruidos de afuera del albergue. El concierto de grillos y de ranas inundaba el espacio haciendo más patente la percepción de sentirse perdida en medios de la noche.

Su corazón dio un vuelco cuando sonó la puerta, instintivamente se sentó en la cama, trataba de dar explicación a aquella llamada. No respondió. Las recomendaciones fueron claras: no abrir la puerta a nadie.

Entonces escuchó la voz de Ángel. Pronunció su nombre, dijo Abre.
Ella se acercó a la puerta sin abrirla. Le preguntó qué sucedía. El hombre le dijo que al dejarla había regresado a la pensión de su esposo y lo encontró regresando del cine. Está aquí, conmigo. La voz de su esposo se sobrepuso a la de Ángel. Estoy aquí, abre.

En el trecho de regreso a la pensión hablaron como amigos. Su esposo se sentó en el asiento trasero.

Entre las palabras triviales, las miradas de Ángel y las de ella se cruzaban, hablando en ese idioma sin palabras.

Muchos años después ella lo evocaría, “Mi ángel del sur”, con los ojos aguados y un nudo en la garganta.


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@gracielaacevedo

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Hermosa historia, @gracielaacevedo, con la que se cuenta que los ángeles humanizados sí existen. Felicitaciones

Si existen, @alidamaria. Discretos pero dispuestos a ayudarnos.

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Muchas gracias,@cervantes, por este importante apoyo. Recibo su sello con gran alegria