Hoy, sin motivo aparente he recordado una anécdota de hace algunos años. Caminaba de regreso a casa y una gota fría se posó sobre mis hombros descubiertos; el cielo estaba gris y había viento. Por instinto miré hacia arriba y me quedé de piedra a ver a una mujer sentada en el borde un balcón, un quinto piso. Estaba en bata de estar por casa, de esas que solía usar mi abuelita, pero no parecía ser tan mayor; llevaba el pelo revuelto y tenia la mirada perdida en la gente que pasaba sin mirarla. Balanceaba las piernas como cuando los niños juegan, mientras yo la miraba aterrorizada.
Me llené de preguntas ¿Nadie más la veía? ¿Estaba pensando en saltar? ¿Qué llevaría a esa pobre mujer a coquetear de esa forma con la muerte? y mientras yo temblaba sin poder moverme, ella ágilmente se puso en pie sobre el borde y se quedó mirando a la nada. Le grité con una voz que salió como un aullido: "¡No salté! ¡Señora, no salte!", entonces ella me miró y no solo ella, sentí que todos me miraban, murmuraban y hablaban a mi alrededor, pero yo solo la veía a ella. Sonrió, me hizo una reverencia y se bajó hacia el lado de adentro del balcón.
No me había dado cuenta de lo tensa que estaba, una señora me ayudó a sentarme en la acera; no recuerdo lo que me dijo la gente, pero me puse en pie y seguí mi camino a casa. Nunca volví a regresar por esa calle, me daba miedo que la próxima vez la señora saltara frente a mí o aun peor, que alguien me dijera que saltó después que me fui.
