Saludos queridos amigos de Hive Blog. Siempre me ha encantado el misterio, lo impreciso que surge de manera imprevista en las historias, aunque todo tenga una chispa de la realidad. Por este motivo les comparto un breve cuento que espero sea del agrado de todos ustedes ¡Abrazos¡
Las calles del oeste de la ciudad habían amanecido despobladas, como nunca antes. Todos los viernes eran alborotados por la llegada de nueva mercancía proveniente del puerto y las ofertas que los comerciantes hacían de los productos rezagados, pero aquel fue un día diferente; las frutas, legumbres y verduras llegaban y se les veía con más frescura. La noche anterior había fallecido el alcalde de la ciudad, específicamente en esa zona, luego de un misterioso accidente.
Juan Francisco, como le gustaba que solo le llamaran al alcalde, tenía un hobby muy interesante que a todos llamaba la atención, la fotografía. Era que en cualquier acto público, actividad de gestión o lo que fuere, sacaba su cámara y sin contemplación ni pena daba con energía al botón que activaba el flash de su cámara profesional, olvidándose de todo para entregarse a lo que verdaderamente le apasionaba. Así logró captar momentos inigualables como lágrimas de gente llana escuchando sus discursos, el vuelo de un ave en plena tranca vehicular, o el abrazo de un niño a su padre en medio de una marcha política.
Juan Francisco había captado con su lente, días atrás una espectral figura dentro del ascensor de la alcaldía cuando este se abrió. Otras personas que le acompañaban fueron también testigos de aquel instante de fugaz revelación, pues la forma fantasmal no solo era oscura y alta, sino que llevaba en su mano izquierda un corazón que latía con fuerza y dejaba salir su sangre como brotes de pétalos de rosas rojas.
Días después, el alcalde había perdido el entusiasmo que antes le caracterizó, su ímpetu casi infantil se volcó en tétrica mirada, sus manos no tuvieron más espacio que para sujetar su Cannon, con la que comenzó a ser visto con estupor por los pasillos y oficinas cercanas a su despacho, temiendo así que la locura se apoderaría pronto de la ciudad.
Tratando de captar con su lente nuevamente a la espectral presencia, con la firme intención además de arrebatarle el corazón, Juan Francisco calló al vacío como quien luego de un largo recorrido se postra cansado en su cama. Los técnicos de reparación no advirtieron su curiosa presencia en busca de lo desconocido, y en plena faena de desmontaje abrieron la puerta, que fue lo que esperó el alcalde para avanzar con su cámara que llevaba como mascarilla que cubría su hermoso rostro, anhelante de lo que muchos como él carecían, y él reciente lo había hallado.
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