Sembrando dudas - Relato

in Cervantes3 years ago


Fuente

Sombras infinitas


IV
Sembrando dudas

Juana era una mujer callada, de baja estatura y cabellos largos, oscuros como sus cejas pobladas. Su rostro estaba cubierto de prominentes arrugas que la hacían aparentar más edad de la que seguramente tenía. Las manos estaban llenas de pequeñas cicatrices y cayos que indicaban haber soportado trabajo duro, aunque también parecían tener fuerza para resistir cosas difíciles. Aunque lo que más atraía de su rostro sin duda eran esos ojos marrones compungidos, pero después de verlos por tanto rato y disimuladamente, Anastasia se preguntó si es que acaso no se habría imaginado la emoción equivocada en ellos.

No parecía compungida, sino reservada y algo molesta, como si con su sola presencia pudiera lograr hacer que le saltara encima. Pensando en esto, la muchacha decidió salir pronto de la cocina, en cuanto acabara de terminar de picar la comida. Se sentía incómoda ante la señora que contrató Max para que cocinara, aunque él aseguraba que era un amor, ya que la conocía desde que era niño.

De haberse podido marchar de la granja, sus servicios hubiesen sido prescindibles, pero había surgido un imprevisto con el carro de Max, por lo debían posponer el viaje hasta que consiguieran repararlo. Había sentido un escalofrío cuando lo supo. ¿Y si aquello no era producto de una casualidad? Pero Max la tranquilizó, asegurándole que el auto había estado fallando desde hacía tiempo y que no era bueno ponerse paranoicos, que todo iba a estar bien y que había hombres armados vigilando por todas partes.

Para hacerla sentir menos desprotegida le entregó una navaja. Por si acaso, dijo, aunque le aseguró que eso no iba a hacer falta. Llegado el caso, él la protegería, por lo que debía quedarse siempre cerca.

—Este sitio no es tan feo como parece —comentó Juana de pronto. Anastasia se sorprendió ante el inesperado comentario, pero la sorpresa no le impidió dudar de la afirmación que hacía la mujer.

—¿Es por eso que no se marchan? —preguntó, refiriéndose a todos los que aún vivían ahí.

—Este es nuestro hogar. Pese a las cosas malas, lo es —dijo, y Anastasia no pudo evitar acordarse de su propia casa, de ella, yéndose con la maleta a toda prisa, llorando—. Sería maravilloso que las desgracias se fueran, no nosotros. Mientras tanto hay que esperar y aguantar, firmes, a que acaben.

Anastasia sonrió sin ganas, más que todo por eso que parecía ser optimismo viniendo de la mujer, o terquedad. Ella no era optimista, nunca había conseguido ver la esperanza en las cosas con tanta facilidad.

—¿Usted dónde vive?

—A unos cuantos minutos de aquí, aunque cuando trabajo suelo quedarme en las casas donde lo hago.

Anastasia asintió.

—Es lo mejor que puede hacer. No solo le ahorra tiempo, sino que resguarda su vida. Con todo lo que está sucediendo…

Juana la miró extrañada, sin entender.

—Ya sabe, esas muertes… Los asesinatos.

Juana se quedó callada por lo que pareció una eternidad, como si meditara algo. Cuando Anastasia empezaba a pensar que no hablaría más, lo hizo:

—Nada me sucederá, Anastasia.

Anastasia se quedó petrificada ante la seguridad con la que dijo sus palabras, pero sobre todo porque dijo su nombre como si la conociera. No esperaba que lo supiera o recordara, en caso de que Max se lo hubiese dicho, ya que ella no lo había hecho. Se olvidó de esto cuando la mujer la miró con esos ojos oscuros que parecían albergar secretos, misterios y dolores.

—¿Cómo está tan segura?

—Porque hasta ahora las víctimas solo han sido hombres. No hay razón para creer que eso va a cambiar.

Anastasia se quedó muda, los ojos dilatados. Juana la miraba con algo parecido a la compasión, como si se sintiera mal de que ella no lo hubiese sabido, como si acaso tuviera por qué. Ella ni siquiera era de ahí, era cierto, aunque Max bien pudo habérselo dicho, bien pudo haberle contado más y mejor del asunto. Ahora que lo pensaba bien, en realidad no le había dado tantos detalles y ella simplemente se había conformado.

Pero ahora se sentía excluida, como si nunca pudiera saber lo suficiente, como si Max, pese a lo que le contara, no le decía nada en realidad, sino lo suficiente para que se conformara, para callarla…

—Señora Juana…

—Escúchame —la interrumpió—. Esta granja es muy grande. Hay mucho que ver. Yo te recomendaría que dieras una vuelta por los alrededores, que pasearas por ahí, que te acercaras a los graneros… Sobre todo a ese que no se usa ya. Quizá te sirva de algo a la hora de enterarte de esa superstición en la que Max «no cree».

—¿Está queriendo decir que todo esto es producto de…?

Pero Juana le había dado la espalda para dedicarse a sus tareas en cuanto escuchó que los pasos que se acercaban habían llegado hasta la cocina. Max cruzó el umbral de la puerta con un semblante lleno de preocupación, algo que no pudo ignorar y que hizo que también se preocupara.

—¿Anas, podemos hablar?

Anastasia asintió y lo siguió después de despedirse de Juana. Max se alejaba por el pasillo rápidamente, sin decir nada.

—Max, espérame. ¿Qué sucede?

Pero cuando Max se volvió, lo hizo con una sonrisa traviesa en el rostro. Se acercó bruscamente hasta ella y la besó. Luego le dijo, entre beso y beso, que el motivo por el que había ido a buscarla era para rescatarla de Juana.

—Además, te extrañaba —añadió—. Con todo esto casi no hemos tenido ni tiempo para nosotros. ¿Pero sabes qué? Podemos compensarlo ahora.

Anastasia correspondió a sus besos, no era que le desagradaran, pero en cierto modo se sentía extraña, como si algo no terminara de encajar. Se dio cuenta de que Max había asimilado rápidamente la muerte de Andrés, que había dejado esa mirada de preocupación abandonada, la expresión inescrutable de su rostro. Lo sentía lejano, diferente, como si no lo conociera en absoluto. Quizá, después de todo, su madre había tenido razón.

Una punzada amarga le recorrió el cuerpo, al saberse pensando mientras la besaba y no sintiendo. Pensó en las cosas que le había ocultado, y aunque en un principio creía que no había sido intencional, que quizá se le había olvidado mencionarle ciertas cosas, empezó a dudarlo, sobre todo después de sentirse excluida de aquel modo, como si Max fuera capaz de hacer lo que fuera por evitar que se enterara de toda aquella situación que rodeaba la granja, incluso fingir que nada había pasado y alejar las expresiones nuevas de su rostro. Incluso sonreírle y… besarla.

Continuará…
Sort:  

Literatos-estatico.jpg

Esta publicación ha recibido el voto de Literatos, la comunidad de literatura en español en Hive y ha sido compartido en el blog de nuestra cuenta.

¿Quieres contribuir a engrandecer este proyecto? ¡Haz clic aquí y entérate cómo!

Gracias por el apoyo. 💜

Excelente relato que nos deja a la expectativa de su desarrollo. La intriga y la tensión están muy bien trabajados, con un lenguaje y regularidad informativa de gran calidad, incluida la presentación esencial de los personajes. Gracias y saludos, @mariart1.

Tu post ha sido votado por @CELFmagazine, una iniciativa autónoma en favor del contenido de calidad sobre arte y cultura. Apóyanos con tu voto aquí para mantener y mejorar nuestra labor. Nuestra comunidad es #hive-111516

Your post has been upvoted by @Celfmagazine, an autonomous initiative in favour of quality content on art and culture. Support us with your vote here to maintain and improve our work. Our community is #hive-111516

CELFmagazine

Hola señor @josemalavem, gracias por el apoyo. 💜