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Con las gradas vacías

Tal vez Moisés no era el mejor en matemáticas, tal como lo era Fernando, a quien la maestra siempre elogiaba en las reuniones de padres y representantes, y siempre mandaba a la pizarra para que resolviera los problemas que ninguno de los otros podía resolver. Tal vez por eso el padre de Fernando le compraba helado, reloj, camisas y hasta unos zapatos nuevos.

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Moisés tampoco era bueno en literatura, le costaba leer y escribir. A veces confundía las letras y la maestra siempre lo regañaba, diciéndole que fuera como Patricia, quien leía rápidamente y escribía de corrido. Una vez, Patricia recitó un poema largo y todos los que estaban sentados, se levantaron y la aplaudieron. Su mamá la abrazó y le llenó la cara de besos.

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En pintura, menos aún. No era bueno, siempre combinaba muy mal los colores. Era torpe con los trazos, no manejaba la técnica. Moisés se reía de sus propios garabatos, tal vez para adelantarse a la burla de todos, quienes dibujaban muy bien y a quienes la maestra buscaba para que hicieran las carteleras oficiales.

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¡Oh, pero en el fútbol, Moisés era el mejor! Cada vez que salían al patio, Moisés era el que más corría, el que siempre tenía el balón y el que más metía goles. No había un jugador más veloz, ágil, astuto y con destreza. Lástima que nadie estaba allí para verlo, ni un padre ni una madre, ni una maestra, que le diera pantalones nuevos, abrazos o simplemente le dijera: "Moisés, en fútbol eres muy bueno".