El arrodillado

in Cervantes4 years ago


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El arrodillado

El camarada estaba sentado frente al televisor, aunque un poco cansado y mareado, expectante porque la líder de calle le había dicho que el presidente hablaría en cadena. Desde temprano se sentó a esperar la alocución, en la cual hablaría para reactivar la economía, así le había dicho la líder que había pasado casa por casa anunciando las buenas nuevas: “Nuestro gran líder supremo hablará hoy. Anunciará los nuevos planes que tiene para nosotros, sus hijos”. Así que estaba allí, frente al televisor sin haber comido.

Desde hace rato El camarada espera. Su esperanza en este proceso es infinita, pensaba él para sus adentros mientras veían los comerciales en la televisión. Él recordó que era empleado de una fábrica donde trabajaba como un esclavo, donde los jefes querían mandarlo siempre y querían pagarle lo que ellos quisieran. Los jefes iban para Curazao, Acapulco, Jamaica; en cambio él se tenía que conformar con pasar sus vacaciones en Margarita, Mérida, Los Roques. No, señor. Él quería tener los mismos privilegios que ellos. Por eso cuando el presidente dijo para expropiar aquella fábrica, El camarada se alegró, vociferó la justicia que se estaba haciendo y fue el primero en ponerse a la cabeza. Pero todo se vino abajo: la fábrica quebró y desde hacía meses aquel recinto era una ratonera y El camarada más nunca había cruzado ninguna otra frontera.

Con los ahorros que había acumulado en todos los años de trabajo, El camarada pensó que una buena forma de ganar dinero era montar en su casa una bodega. Así lo hizo. Su bodega llena de productos fue una satisfacción para él, quien se sentía al fin dueño de algo.

_Mira cómo después de ser un empleado en una fábrica, ahora soy el dueño de mi negocio, jefe en mi trabajo, y ¿gracias a quién?, le preguntaba a cualquiera. Y él mismo se respondía solo: A mi gobierno. Pero un día llegó la líder de calle y le habló de los precios, que debían ser más “solidarios” o se vería en la necesidad de llamar a la patrulla del pueblo. El camarada le explicó que los productos aumentaban todos los días, que él los pagaba en dólar, pero sus explicaciones fueron saliva perdida. Cada mes estuvo menos surtido su negocio, hasta el día que solo hubo bolsitas de azúcar, arroz y harina. El camarada entonces maldijo el dólar y al imperio que habían destrozado su negocio y querían acabar con su vida.

Hacía un año se habían ido del país, su mujer y sus dos hijas. Le habían pedido que se fuera con ellas, pero él se había negado rotundamente: "A mi país nunca lo voy a dejar. Tengo que estar aquí para cuando nos invadan y pelear, como Bolívar lo hizo, contra el imperio y cualquier país que nos quiera esclavizar". También con su familia se había peleado porque no aceptaba que esos escuálidos no reconocieran las bondades del proceso: vendidos, oligarcas, malagradecidos. Él no, porque hasta la foto del máximo líder había puesto en su casa, iba a cualquier marcha a favor del proceso y a cualquier elección que le dijeran. Y cada vez que le depositaban el bono en su cuenta, le daba a gracias al presidente, ya que según él, si no fuera por aquel dinerito, se moriría de hambre.

Y ahí está, sin haber almorzado, escuchando al máximo líder que tiene dos horas hablando: que ahora sí la economía se reactivará con lo que están planificando, que la intervención del imperio y el bloqueo económico nos tienen parado. Y las tripas de El camarada gruñen y él se siente mareado: "si no fuera por el imperio que nos tiene amenazado, tal vez hubiese comido un pescaíto frito o tal vez asado, pero aunque pase hambre, jamás me verán arrodillado".

HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS

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