El color del alma...

in Cervantes4 years ago


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La señora del bolso grande se detuvo en la parada del autobús y lo vio desde la cabeza a los pies: era un chico moreno, alto, con el cabello descuidado y las ropas sucias. La señora lo miró con desprecio, como si todo el mal olor se le hubiese metido por las fosas nasales. El muchacho la miró sin hacer mayor reparo en aquel rostro, ya estaba acostumbrado a las caras de desdén de los transeúntes. Por lo que siguió recostado de la pared, comiendo con mucha fruición un pan duro que le habían regalado en la panadería de la esquina. La muchacha que atendía el mostrador, se había compadecido de él y le había dado a escondida un pan del día anterior. Él le había sonreído, tratando de ser amable; ella solo había volteado la cara con rapidez, como con miedo. No se había sentido bien haciendo aquel gesto de caridad.

La cola para tomar el autobús cada vez se ponía más larga. Los autobuses estaban retrasados. Todos hablaban de un accidente a la altura de la autopista central. Los autobuses de la ciudad habían quedado en aquella tranca de hierros rotos y asfalto agujereado. Las personas comenzaban a sudar y a inquietarse. La señora del bolso grande miraba de reojo al moreno pegado a la pared y se estremecía como si el muchacho con solo mirarla la contaminara. Un muchacho bien vestido, con corbata y traje, que estaba al lado de ella, miraba el bolso abierto y veía que la mujer de manera insistente veía al moreno de la esquina. De repente alguien gritó que venía un autobús. El conglomerado de personas sudadas comenzó a forcejear, empujar, compactarse. Se hizo el desorden y la confusión.


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Fue falsa alarma: no había rastro de autobús por ningún lado. Las personas volvían a separarse y buscar la sombra para guarecerse del sol inclemente. De repente se escuchó un grito en mitad de la multitud. Todos voltearon a ver con curiosidad a la mujer del bolso grande que le gritaba al moreno recostado de la pared. Querían saber qué pasaba. Por qué le pegaba y seguía gritando. Unos preguntaban a otros. Nadie sabía. Todos se encogían de hombros. El joven moreno seguía negándose. Se reía nervioso. Movía la cabeza. Decía que no, ante los gritos de la mujer. Luego vio que la gente se reunía. Miró a la mujer furiosa y en el fondo vio a todas las personas del mundo, a todos los que pasaban cada día y lo veían con menosprecio.


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Los curiosos aumentaban, ya nadie estaba pendiente del autobús. Se había formado un gran círculo alrededor del hombre oscuro y la mujer del gran bolso. En la acera del frente, algunas personas se habían detenido y miraban a los que formaban el gran círculo. Se preguntaban qué sucedía: ¿Qué pasó allí? ¿Quién es ese joven? ¿Por qué la señora grita? Varios conductores detenían sus autobuses en la orilla de la acera y nadie se montaba, por lo que los conductores se bajaron de los autobuses y preguntaban también para saber. ¿Qué pasó? ¿Quién es ese? ¿Por qué la señora está gritando? Uno que recién llegaba, dijo que tal vez habían agarrado a un carterista. El otro al lado dijo que no era un carterista, que parecía un matón o sicario de esos que estaban proliferando en la ciudad con la llegada de extranjeros. Uno de los conductores desestimó la información y dijo que solo era uno de esos malandros que se la pasaban en las paradas de los buses para robar a los descuidados. Las personas empezaban a escuchar los rumores y a gritar también. El muchacho negro comenzó a sentir temor. Trató de escaparse. La gente no lo dejó.


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Desde la aglomeración, salió un muchacho sudado y los que no se decidían a meterse en el tumulto, le preguntaron qué pasaba. El joven les dijo que era un muchacho que siempre robaba a las personas en las paradas de los buses y que gracias a Dios lo habían atrapado con las manos en la masa. Temprano había robado un pan a una ancianita y luego venía siguiendo a otra mujer a la que le abrió la cartera. Las personas se dieron cuenta y lo iban a linchar. La muchacha de la panadería, que se había acercado con los gritos, escuchó con pena la historia. Menos mal que nadie la había visto darle el pan a aquel muchacho. Ella había pensado que el chico era bueno, pero por lo visto se había equivocado. Su madre siempre le había dicho que el problema de ella era que era muy ingenua con la gente: se fiaba de todo el mundo. Le dio el pan a un delincuente, menos mal que nadie la había visto, pensó y volvió a su trabajo.


Cuando vemos este tipo de historias, solo puedo pensar que estamos ávidos de juzgar, aunque no nos demos cuenta cuánto daño hacemos al hacerlo. Todos sabemos que los seres miserables y corrompidos no tienen que ver con tamaño, profesión o color. Pienso, como dicen por ahí, que la peor limosna es anhelar la caridad de la ignorancia.

Espero que les haya gustado este post. Hasta una próxima oportunidad, amigos

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Este post ha sido propuesto para ser votado por el equipo de curación de Cervantes.

El simple hecho de ser tomada en consideración, ya es un honor. Gracias!

a todos nos gusta señalar a los demás pero a no nos gusta que nos señalen, no puedes medir solo a una persona por lo que ves, el alma ese ser interior también es importante y muchas veces es lo que nos define de forma mas clara.

Así es, querida! En estos tiempos, mirar más allá de la piel, de lo externo, se nos hace urgente. Juzgar un libro solamente por su portada, sin leerlo, no solo es muy fácil, sino poco inteligente. Gracias por comentar.