Fecha de vencimiento
_Luego te conocí y fui agua derramada, humedad refrescante, pocito de agua limpia. Tu nombre hacía sonreír mis mañanas y crecer mi corazón; tus manos, tu boca, tu cuerpo, me llevaron a los espacios sagrados del alma. En ese tiempo hacíamos de cada vivencia una metáfora y perdíamos el tiempo confundiendo los pájaros con las nubes. ¿Te acuerdas, Andrés?
_Con el tiempo vino la ausencia del roce, el polvo que deja la cotidianidad, el olor del musgo sobre las rocas, las ruinas de los muros que en algún momento fueron brazos, los días que no retornan. Ausentes de carne o conscientes de la ausencia de brújula, perdimos el norte. Verte la cara y encontrar que ya no conjugábamos los verbos, ni éramos plurales, ni tú un sustantivo, solo un pronombre, fue el comienzo de la hecatombe.
_ Y aquí estamos, hechos silencio, y tú solo te diriges a mí en esta tarde de lluvia para hablarme de la lista del mercado. ¿Cómo metaforizamos la falta de mantequilla, el valor del queso; cómo convertimos el pollo en algunos versos, cómo hacemos del arroz o la harina musas de algunas estrofas? Allí, en la nevera, hay una leche vencida, porque todas las cosas, tristemente, tienen caducidad, fecha de vencimiento. Aceptemos, entonces, de una vez por todas, la triste verdad: hasta los grandes amores se agotan.