Bucle | Relato corto |

in Cervantes4 years ago (edited)

Bucle

   

    El ruido intermitente seguía: pip... pip... pip..., una y otra vez. «Qué cosa tan molesta» dijo Malcom. ¿O lo pensó? No lo supo. Sintió que llevaba toda la vida hablando consigo mismo y, en ese tiempo, lo único que escuchó fue el pip... pip... pip. Ya había dormido lo suficiente, pronto habría de llegar a «¿A dónde iba?», sabía que dejó a la Cortesana de las Estrellas en piloto automático, rumbo a algún lugar, un lugar lejano y, aunque estaba ansioso por llegar, por alguna razón no lograba recordar a dónde. «Sophie... iba a ver a Sophie». Abrió los ojos de golpe.

    Estaba acostado en una cama, no en la cámara criogenizadora de su nave. Se incorporó, su primer instinto fue quitarse el respirador. El pip, pip, pip, pip, pip del monitor que controlaba sus signos vitales iba ahora mucho más rápido. «Ayuda» quiso decir, pero le ardió la garganta solo con tratar de pronunciar la palabra; dominado por la desesperación intentó otra vez, un ronco «ayuda» se proyectó en su voz, ese simple acto bastó para dejarlo sin energías, y se desplomó contra el colchón. Un enfermero llegó casi en seguida.

    —Oh, Dios mío —fue lo primero que dijo al verlo —. Tranquilo, tranquilo, señor Schneider, esto lo calmará. Llamaré al doctor Weber —lo que fuere que inyectó en el suero, funcionó. Cayó desmayado otra vez.

    Cuando despertó, la luz del día se colaba por su ventana. Una mujer con bata de médico revisaba unas notas.

    —Tú — aún tenía la voz ronca y le costaba hablar —. ¿Doctor Weber?

    —Sí, soy yo —respondió la chica de forma directa. Parecía muy joven para ser médico —. Beba esto, señor Schneider. Le ayudará a humedecer su garganta y podrá hablar mejor —así lo hizo, sintió el efecto casi al instante.

    —Esto sí que es bueno —aseguró, al acabar con todo el contenido del vaso, y se golpeó un poco el pecho para contener la tos —. ¿Qué es?

    Ella, con una risita infantil, respondió que solo era agua. También le causó gracia a él; la observó detalladamente, el cabello rojizo y pecas le recordaron a Sophie. Su sentido del humor se esfumó al pensar en ella.

    —Disculpe, ¿mi familia sabe que estoy aquí? Imagino que esto es un hospital pero, ¿de dónde?

    —Entiendo que debe de tener muchas preguntas, Malcom. A ver —respiró hondo y explicó: —Usted está en la estación Vortifex. Su familia —titubeó antes de continuar —, su esposa e hija están en camino. Vinieron desde la Tierra hasta acá, ya deberían estar por llegar.

    Eso último le tranquilizó un poco, pero su mente le repetía que algo ahí no cuadraba.

    —Doctora... ¿Qué pasó? ¿Por cuánto tiempo me mantuve criogenizado? ¿Qué año es este?

    De nuevo tardó unos segundos en responder.

    —Es el dos mil ciento cincuenta y dos, estuvo dos años en la cápsula de criogenización. Su nave tuvo una falla en el núcleo desliespacial, eso ocasionó un quiebre en el agujero de gusano... vagó a la deriva, en un bucle espacio-temporal, hasta que apareció en el otro extremo del agujero.

    —¿Una falla en el núcleo? A la deriva por... ¿Dos años? —se sintió a punto de perder el conocimiento otra vez al escuchar aquello

    —Sí, lo lamento, sé que debe ser duro asimilarlo todo y...

    —No, no es eso —interrumpió, y quedó en silencio por un momento antes de seguir —. Verá, doctora, trabajé como jefe constructor por veinte años, y el último día que subí a mi nave, en marzo quince del dos mil ciento cincuenta, la estación Vortfifex no existía más allá de planos.

    No hubo respuesta esta vez.

    «¿Se supone que quiere que crea que aprobaron el presupuesto y construyeron una estación capaz de albergar a treinta millones de personas en dos años?» pensó. Había descubierto la mentira fácilmente, probablemente la mujer tampoco fuera quién decía ser. «No tiene gafete» notó entonces. Intentó ponerse de pie para salir de la habitación.

    —No, Malcom, espera; aún no puedes caminar —apenas bajó de la cama cayó de bruces contra el suelo. Ella le ayudó a levantarse otra vez.

    —No me llames por mi nombre de pila, no te conozco.

    —Me conoces, Malcom —evitaba mirarle a los ojos al hablar —. Tienes razón, te mentí. Quería hacer esto más fácil de digerir para ti.

    —¿Qué es este lugar? ¡No eres una doctora!

    —Lo soy, lo soy —ante el alboroto, dos enfermeros entraron por la puerta —. Calma, yo me encargo —les dijo y se dirigió a Malcom otra vez: —Le pedí al doctor Weber que me dejara estar contigo cuando despertaras, porque sería mejor que yo te explicara todo.

    —¡¿Quién eres?! —el misterio estaba sacándole de quicio — ¡¿QUIÉN ERES?! —comenzó a toser sin control.

    —Yo soy... Schneider —dijo, cabizbaja. ¿Acaso pretendía extender el mismo juego? —. Sé lo que debes estar pensando pero, antes de continuar, ¿puedes decirme si recuerdas a qué ibas cuando subiste a tu nave?

    Escarbó en sus memorias «Sophie, Sophie, Sophie — recordó —. Era su cumpleaños».

    —Yo iba a... Mi hija cumplía ocho años. Le llevaba un regalo de cumpleaños —respondió, en voz baja. Pensar en ello le entristeció —. Un libro que ella quería, trataba sobre... —La doctora le apretó la mano con las suyas. Entonces, al verla, entendió- «No puede ser».

    —Una niña exploradora que descubría nuevos mundos —tenía los ojos llenos de lágrimas —. Las Aventuras de Doreah, lo leí veinte veces.

    —¿En verdad eres tú, Sophie?

    —Sí, papá.


Bucle.png
Imagen original de Pixabay | Parker_West

XXX

   

¡Gracias por leerme!

   

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Me encantó @pavonj, muy lindo y dinámico relato.

Me alegra, @mllg. Qué bueno que te encantara, gracias por comentar.

Oye buen escrito, estuvo muy interesante la lectura. Buen trabajo. Saludos!

Gracias, amigo. Me alegra que te haya gustado. ¡Saludos!

Que buen post muchas gracias por compartir

Hola, gracias a ti por comentar. Me alegro de que te haya gustado.

Vaya, el final me tomo por sorpresa, no me esperaba eso, fue un muy buen relato, de verdad lo disfrute, buen trabajo.

Saludos.

La idea era crear sorpresa, qué bueno es saber que lo logré, jaja. Gracias por comentar, saludos.