El profeta de la hermandad | relato corto |

in Cervantes4 years ago

El profeta de la hermandad

   

    —¡Hermanos, es hora! ¡El Señor me ha hablado y me ha dicho que ya es hora! —el pastor Jon lucía más emocionado que nunca, además, hasta donde alcancé a ver, toda la congregación estaba reunida — ¡Hoy el paraíso nos abre sus puertas! ¡Y mañana, el apocalipsis arrasará con los impuros!

    Nos había hablado muchas veces antes sobre el día del juicio, al que también llamaba apocalipsis, y acerca de los impuros. Decía que estos eran todas las personas del planeta que no formaban parte de la hermandad; y nosotros, los que escuchábamos su palabra, éramos los puros, a quienes Dios recibiría con los brazos abiertos cuando el día del juicio llegara.

    Apenas terminó de predicar, mi madre y todos los presentes comenzaron a aplaudir como locos. Unos se abrazaron y se estrecharon las manos, otros tantos lloraron de alegría. Todos parecían muy felices, hasta yo me contagié con esa felicidad que percibía en el ambiente. Abracé a mi hermana y ella me repitió, eufórica: «¡Iremos al paraíso, iremos al paraíso! ¡Al fin, al fin!». No me sentía seguro de qué tan bueno sería ese 'paraíso', pero supuse que habría algo grandioso, al menos lo suficiente como para hacer que tantos niños y adultos estuviesen tan felices.

    A pesar de que nos mudaríamos al paraíso, y este no estaba en la Tierra según lo que nos contó el pastor Jon, mi madre me dijo que de todas formas tendría que cumplir con las tareas diarias. Ese día me tocaba arreglar las camas de una de las habitaciones comunales. Lo hice, pero en todo momento solo pensaba en cómo se vería el paraíso.

    Terminé mi labor y recé tres veces frente a la tablilla del mandamiento de la hermandad, en cada salón del complejo había una, esta tenía inscrito: «Honrar, amar y creer». Salí con rumbo a la cocina, pues faltaban alrededor de treinta minutos para la hora del almuerzo, y en el camino me topé con dos niñas cuchicheando, Sally o Molly, hijas de la señora Adelaida.

    —¿De qué hablan? —pregunté.

    —De nada que te importe —respondió Sally, una bruja desde los pies hasta el horrible lunar bajo su ojo.

    —No seas así —le replicó Molly, ella acostumbraba a ser más amable conmigo —. Escuchamos que Anthony no irá al paraíso.

    —¿Qué? ¿Por qué? —pobre Anthony, hacía poco que sus padres lo habían abandonado.

    Ellos formaban parte de la hermandad desde muchos años atrás, sin embargo cuestionaron continuamente las decisiones del pastor Jon y cómo nos guiaba; mi madre aseguró que aquello era un pecado, pues el pastor era un profeta del mismísimo Dios, que lo usaba para comunicarse a través de él. Un día después de que la mamá de Anthony llamara «mentiroso» al pastor en público, desaparecieron. Él nos contó que Dios estaba molesto, pues los vio atravesar la cerca de la frontera. Esa noche Anthony durmió a la intemperie.

    —Porque sus padres cometieron un pecado muy grave, entonces toda su descendencia tendrá que pagar con sangre y...

    —Eso es muy cierto, pequeña Molly —el pastor Jon apareció de pronto, ninguno de nosotros lo vio llegar. Hicimos la reverencia que correspondía —. Tranquilos, levántense. Hoy es un día especial, pronto todos conoceremos el paraíso y seremos, por fin, eternos.

    —Pastor, lo que dice Molly... ¿Eso quiere decir que Anthony sufrirá con los impuros?

    —No, pequeño Michael. Déjame explicarte —los cuatro nos sentamos en el suelo, y las chicas y yo oímos atentos al pastor: —El Señor aborrece el pecado, más no al pecador y, aunque el pecado del padre se traspasa al hijo, este puede quedar libre si está sinceramente arrepentido.

    —¡¿Y Anthony se arrepintió?! —preguntó Sally, su grito casi me dejó sordo.

    —Así es, me contó que está profundamente arrepentido por los pecados de sus progenitores y, con la gracia del Señor, vi a través de su alma y comprobé que decía la verdad.

    Un woooow salió de las bocas de Sally y Molly, casi al unísono. A mí algo no terminaba de convencerme, pero no sabía expresar qué.

    —Ahora, niños —continuó el pastor —, vayamos hasta el comedor. Como hoy es un día especial, la comida también será especial —afirmó, con la serenidad que hablaba siempre —. Después de eso, nos mudaremos al paraíso.

    «Especial» no es el término que yo habría usado para referirme a la comida, algo en su sabor se me hacía extraño y se lo comenté a mi madre; ella me regañó, espetó que solo eran ideas mías. Pocos minutos después cayó de la mesa, dándose un duro golpe contra el piso. Volteé a ver a mi hermana, sentada, cabizbaja, con un charco de vómito en el regazo de su vestido. Traté de levantarme pero tropecé con mis pies y caí de rodillas. Vi a las personas vomitando, comenzó a dolerme el estómago con mucha fuerza, mis brazos dejaron de funcionar y quedé boca arriba en el suelo, sin poder moverme. «¿Dónde está el pastor Jon? —me pregunté —. De seguro él podrá salvarnos».


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Imagen original de Pixabay | fietzfotos

XXX

   

¡Gracias por leerme!

   

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