Una conversación sobre los asesinatos (fragmento de novela)

in Cervantes2 years ago

Gente de Hive: Aquí dejo para su lectura un fragmento de una novela inédita que tiene por título provisional El médico militar. No es el primer fragmento que publico y seguro que no será el último.
Espero que les interese,
Saludos.


Fuente

En la noche me visitó el doctor García. Hacía varios años que no nos frecuentábamos, a pesar de que nunca dejábamos de saludarnos en la calle. No había rivalidad ni animosidad entre nosotros; simplemente la vida cotidiana nos apartó. Con los sucesos recientes, habíamos retomado nuestra amistad.

Mandé colocar unos sillones y una pequeña mesa redonda en el patio, entre los árboles escuálidos. Sobre nosotros, las estrellas tenían una fijeza aparente; una mentirosa promesa de eternidad, pensé.

García había traído una botella de brandy y sirvió dos porciones en los vasos de vidrio tosco y grueso que la sirvienta puso a su alcance.

–Es una lástima –dijo– que algunos refinamientos del pasado hayan desaparecido con el antiguo régimen. Carajo, cómo me gustaría contar con unas copas adecuadas.

–Sabe igual, ¿no?

–Jamás –dijo con énfasis–, claro que no sabe igual. Pero no importa. Una cosa por otra. Los placeres de la vida por la libertad.

Bebimos.

Durante un rato conversamos sobre los viejos tiempos, cuando éramos estudiantes de medicina y el orden de las cosas lucía inmutable. Recordamos condiscípulos y profesores. Luego de un tiempo nos quedamos callados; contemplamos la luna que había aparecido sobre las tejas.

García estiró las piernas y cruzó un tobillo sobre otro. Colocó el vaso con un resto de licor sobre su abdomen. Habló mirando hacia lo alto, como si las palabras que esperaba de mí no le importaran o le diera lo mismo cuáles fueran.

–Dime, Javier, ¿de qué se trata todo esto? Las muertes y el secreto y… todo lo demás.

–No estoy seguro de poder decírtelo.

García echó la cabeza hacia atrás y lanzó una breve carcajada, como una solitaria nota musical.

–Hablo mucho, pero sabes que sé guardar un secreto. Por nada del mundo divulgaría algo que me contaras.

Me incliné hacia delante, con el vaso en la mano derecha, y miré a mi viejo amigo a los ojos.

–Lo sé. Está bien que me lo recuerdes. Pero no hay mucho que contar. O tal vez haya demasiado pero no sabemos verlo y yo no sepa contarlo.

–Inténtalo.

–Sabes de las muertes de Carlos Espinoza, Elías Dávila y el padre Ibarretxe. Como tú mismo pudiste comprobar en los dos primeros casos, las causas de muerte fueron prácticamente idénticas. No examinaste el cadáver de la tercera víctima; yo sí, y aunque fue un examen superficial puedo afirmar que también coincide con los otros. Tres muertes idénticas, una detrás de la otra. El primer caso fue considerado un robo y asesinato. La víctima era un personaje importante, aunque tal vez no tanto como él mismo quisiera, y las autoridades decidieron darle un tratamiento discreto al considerar que el cuerpo apareció en un barrio de mala muerte. En acuerdo con la familia se quiso evitar un escándalo.

–Qué absurdo. Algo por completo superfluo. Ya toda la ciudad sabe que don Carlos murió en el barrio de las putas. Y hasta se dice que entre las piernas de una negra grande como una torre.

–Sí, no fue muy feliz la idea. En fin…, funcionó durante un tiempo. El segundo asesinato ya nos enfrentó a un hecho inusual: la similitud entre las muertes. El mismo barrio, el mismo tipo de heridas, la misma condición de las víctimas. Aunque también aparecieron diferencias importantes.

»Espinoza era un funcionario importante de la Intendencia. Antiguo soldado, peleó bajo las órdenes del marqués del Toro durante los dos primeros años de la guerra. Luego su expediente militar es bastante vago, en todo caso, no hay nada destacado, nada que valga la pena señalar. Pidió la baja después de Carabobo y se casó con una mujer mayor que él, viuda de un comerciante que logró salvar una parte considerable de su riqueza. A Dávila le iba bien en sus negocios. Tal vez demasiado bien. Suficiente como para mantener una casa acomodada a dos cuadras de la catedral y a una negra en el barrio, y para gastarse cada mes una pequeña fortuna en putas.

–¡Un hombre bendito! –exclamó García levantando ambas manos a la altura de los hombros–. Creo que me hubiera caído bien.

–Seguro Elías Dávila te hubiera gustado menos. Un verdadero asceta. No puedo definirlo mejor. No parrandeaba, no bebía, no tenía familia secreta. Fue masón y los abandonó por considerarlos poco espirituales.

–Lo conocí sobre la mesa de disección, ¿recuerdas? Tienes razón, no era un muerto ameno.

–Vivía para su imprenta y para la patria. Ese es el único vínculo que hemos podido establecer entre los dos hombres. Ambos pertenecían a un pequeño movimiento político muy poco conocido aún; el Partido Monárquico Bolivariano.

–Qué cosa tan extraordinaria que dos hombres tan distintos, en los que de forma natural, considerando sus temperamentos, debería haber nacido la antipatía, coincidieran en una idea tan extravagante. Todo el mundo sabe que a Bolívar le repugna el pensamiento de coronarse.

–Déjame seguir; si no, no terminaremos nunca.

García sirvió más brandy y me hizo una seña con la mano, animándome a continuar mi relato.

–La noche en que Espinoza fue asesinado recibió la visita de Dávila. Al menos, eso es lo que pensamos por la descripción que nos hizo la amancebada de Espinoza. Entre ellos no existían relaciones de mayor intimidad. Se conocían, como nos conocemos todos. El tercer asesinato presenta una relación más indirecta. El padre Ibarretxe era confesor de Dávila. Que sepamos, no tenía ningún vínculo con el movimiento bolivariano. Tanto Dávila como Ibarretxe fueron masones y ambos abandonaron la Orden, aunque en épocas diferentes. Esta es otra relación, pero no parece conducir a ninguna parte. Exploramos varias posibilidades, pero ninguna ha conducido a un escenario más claro.

–¿Por qué la gente mata? ¿Cuáles son las causas más comunes? Codicia, celos, venganza, poder, locura… Una combinación de todas. Imagino que es algo que ya han considerado.

–Podemos descartar los celos, y me atrevo a decir que también la locura. Todo lo demás es posible. Si supiéramos quién se beneficia de estas muertes… Hay algo que no te he dicho. Dávila traficaba con esclavos.

–¿Estás seguro de eso?

–No, no lo estoy. Es algo que me contaron sin que me ofrecieran ninguna prueba. Por otra parte, ¿qué prueba podría haber? No es algo de lo que se lleve registro en los libros de la Intendencia. No sé quiénes más estén involucrados y muchos menos las rencillas, venganzas y rencores que pueda provocar esta actividad. Socios, competidores o agraviados pudieran estar detrás de su muerte, aunque es difícil ver cómo encaja esta situación con los otros asesinatos.

–Entiendo lo que me dices, pero estoy seguro de que tú y el teniente Villareal deben haberse decantado por una de las posibilidades, así sea como hipótesis provisional.

–Nos inclinamos por la motivación política. Es lo que parece más consistente. Las tres víctimas tuvieron que ver, de una u otra manera, con la guerra y las acciones políticas alrededor de esta.

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GRACIAS POR LA VISITA. VUELVAN CUANDO QUIERAN

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Intrigante y maravillosa propuesta, con una narrativa que te atrapa en sucesos interesantes para el lector. Espero que pueda llegar a la siguiente entrega y echarle un ojo.

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