Alma de Madera, la Historia de un Amigo

in Cervantes4 years ago

Alma de Madera, La Historia de un Amigo

Créame lo que le digo, es cosa mala eso de vivir en la añoranza. Uno va sumando recuerdos y enlazando retazos de pensamientos para darles la forma de un lugar que nunca ha existido, y acomodarse dentro de él como un perro que da vueltas para echarse a dormir. Es algo que me impulsa a cerrar los ojos para ver dentro de mí lo que tengo al frente. Después, sin saberlo sigo soñando en madera o en bosque, con aquellos lugares donde se habla mi lenguaje, hasta que me doy cuenta que es sólo mi fantasía la que habla, y un remordimiento profundo me obliga a seguir buscando, convencido de que en alguna parte mi alma encontraré materializada esa imagen, y podré por fin reposar para siempre de esta condición de peregrino.

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Photo by okan akdeniz from Burst

Lo complicado de esta intensidad que me aprisiona, es que no sé de qué se trata, si de un sueño o de un recuerdo persistente que sobrevive en mi memoria de anciano, aquella que heredamos de nuestros padres remotos, y que uno termina por creerla una experiencia propia. No lo sé.

Mientras tanto sigo buscando ese lugar, a veces sin ningún convencimiento de encontrarlo en alguno de mis viajes, o de toparme con él mientras exploro en los libros, en el cine, o por cualquiera razón que no imagino, pero sólo por cuenta propia, porque no confío en que otros vayan a comprender mi afán, sin darle otra interpretación, o pensar que estoy loco.

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Photo by Max Siegel from Burst

La reminiscencia de aquel lugar me llega siempre a través de los olores de la leña, o la tierra mojada. Siempre cerca de un lago, con muchos árboles melancólicos como los cipreses y sauces llorones alrededor de una cabaña de madera cruda, con vigas gruesas sosteniendo los techos, las paredes de piedra llenas de tizne por el humo de la chimenea que sirve de estufa, mientras me veo sentado, al lado de un perro que me acompaña a todas partes, como una sombra.

Estoy seguro de haber encontrado mi plenitud alguna vez en un sitio como ese, porque al sentirme en sus dominios cualquier malestar desaparece, y por unos días prefiero la soledad a cualquier compañía, y más si estoy entre piedras y bosques. La madera me habla. Debe creerme. Siento su olor y su textura, honro sus grietas y maltratos como si las sufriera yo mismo. Las maderas jóvenes apenas retienen mi atención; en cambio, las que han padecido la inclemencia del agua y el sol, como los viejos barcos o las posadas de caminos andados, son como insignias misteriosas que contienen en ellas mismas todos los lenguajes.

Si, por supuesto. La conocí un día de sol abrasante. La recuerdo bien. Pulía una tabla de nazareno, con una delicadeza angélica. Estaba sentada en el taller de su padre, el ebanista Doménico, y ni siquiera notó mi presencia cuando entré a la carpintería a buscar como una condena, y las palabras van regresando como se fueron,
en su dolorosa insuficiencia, para decirme que ninguna es capaz de resumir ni el más leve estado de lo que he vivido cuando no contaba con ellas para expresarme. Pero no desisto. Al recobrar la fuerza emprendo otra vez la búsqueda de aquella cabaña junto al lago, repasando con cuidado los indicios que me permitirían su ubicación, aunque pasen semanas, y a veces meses sin ninguna seña.

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Photo by Dave Salter from Burst

Créame que le digo la verdad. Alguna vez estuve en un lugar remoto de los Alpes, y me topé con una fonda hortelana semejante a la casa que aparece en mis sueños. Era otoño. Los viejos que atendían el mesón no tenían por costumbre hablar mucho, y no les importaba que yo tampoco lo hiciera. Me sentaba cerca del fuego desde la mañana y muchas veces me paraba de la butaca cuando ya la noche se anunciaba. Desde mi asiento podía imaginar a los leñadores mientras cortaban las vigas del techo, que medían hasta dos veces la estatura de un hombre y un peso incalculable para subirla a la cumbre y ajustarla para siempre de una sola vez, pero de tanto imaginar cómo sería su construcción, ya no acierto a distinguir lo que los viejos me contaron, de lo que yo me figuraba.

Lo que ocurre es que los árboles son padre y madre a la vez. Protegen con su fuerza y resistencia, pero también son nutricios y sanan con su sabia. En otros tiempos los profetas esperaban la visita de los ángeles en lo alto de las montañas, o bajo la sombra de los olivos, pero hoy nadie conoce aquel poder, excepto los nobles artesanos, sobre todo los que también elaboran instrumentos musicales con maderas sagradas.

Pero es otra cosa lo que buscaba expresarle. Le hablaba de mi angustia al no saber si se trata de un recuerdo de otras vidas, la posesión insana de algún espíritu, un desequilibrio nervioso sin remedio, o si esa es la condición verdadera de algunos hombres que estamos cambiando desde el fondo de nuestro espíritu, lo que me tiene navegando en círculo, o lo que pudiera ser más grave, un demonio que se alimenta de mi vitalidad, como la planta del rizoma. No puedo saberlo, y lo que es peor, soy mi único testigo.

Lo digo porque después de muchos días caigo en cuenta de que al internarme en esos bosques espesos en los que apenas llega la luz, descubro que he pasado días sin ninguna otra presencia humana, sin alimentos ni bebidas, y descansando entre ratos, sentado al pie de los árboles milenarios, como si renovara mis fuerzas con apenas abrazarme a ellos. Eso lo viví en el Amazonas sin saber lo que era el cansancio. Ningún animal se me acercó amenazante, ninguna herida ni rasguño, solamente un olvido supremo, un estado de gracia sin nombre, en nada semejante a la condición habitual de cualquier humano.

Por eso estoy confiando en usted, al contarte todo esto que me ocurre. No sé cómo pude llegar hasta este punto. Me cuesta demasiado acercarme a las personas para hacerles confidencias, pero hay una razón de que lo haga con usted: ya estoy viejo y cansado. Últimamente he pensado que alguno de mi raza pudiera andar en la misma búsqueda, y me gustaría dejarle este testimonio.

Quiero que lo escriba, pero por partes. Darle una pista solamente al que anda buscando, para que camine sobre sus propios pasos y construya su camino. Y por favor, ya no pregunte más. Recuérdeme solamente como aquel hombre que tenía alma de madera.

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hola Alejandro, gracias por comentar el post, tengo mas historias que contar, son unos cuantos años de camino, de días bueno y días malos, pero al final todo es aprendizaje, adelante tienes mucho potencial.