Antonio de 7 años, le gustaba obtener lo que quería en el momento preciso en el que se le antojaba. Esto era razonable, a su modo de ver. El hecho de que otro niño poseyera ya lo que a él le gustaba, era razón más contundente: en su opinión, que todas las razones, por buenas que fuesen, que le pudieran dar sus padres. Los padres de Antonio les disgustaba mucho la actitud y comportamiento de su hijo. Siempre trataban de convencerle con sermones interminables, prodigando las suyas. Antonio era enfrentado por sus padres se ponían frente a frente y cada uno juzga poco razonable al otro.
Los padres de Antonio sin lugar a equivocarse sentían que estaban actuando de una forma adecuada, causando en el niño que su actitud sólo servía para avivar el conflicto en él. Le exigían que se portara como un adulto, todos estos preceptos arraigados sobre como se debía comportar Antonio, las constantes reprimendas, las amenazas y violencias, hacían que empeorara las cosas, originó en él un niño nervioso, se comía las uñas, se retorcía un mechón de pelo y lloraba sin motivo, ni los castigos ni la promesa de una recompensa pondrían fin a estos movimientos de inquietud de Antonio. Ellos no entendían, no se daban cuenta que el niño no sabía socializar. Que algo andaba mal.
Después de tanto los padres batallar con Antonio, fueron orientados y remitidos a un neurólogo y a un equipo multidisciplinario, teniendo como diagnóstico TDAH (Trastornos de Déficit de Atención e Hiperactividad). Los padres de Antonio reconocieron lo severo que habían sido con su hijo y no haber buscado orientación. Antonio fue sometido a terapia con psicopedagogos para mejorar su concentración y rendimiento académico, neurólogos indicando fármacos para bajar los niveles de ansiedad, nutricionistas, porque debía tener una dieta adecuada, libre de gluten. La mejoría de Antonio fue sorprendente dejo de ser berrinches, se fue incorporando a los juegos con sus amigos sin ningún problema.