Samuel Bellamy fue un marinero inglés que buscó fortuna en las costas de América. En un giro de su vida, se convirtió en pirata, capturando muchas naves y amasando una gran fortuna. Es considerado el pirata más rico de la historia, su tesoro se estima en unos 120 millones de dólares. El siguiente relato se basa en la historia de Black Sam; apodo con el que se dio a conocer. Aunque varios de los nombres narrados aquí representan a personajes reales, algunos hechos no son necesariamente cronológicos y se han incluidos otros con fines artísticos y literarios.
Por G. J. Villegas
Honrando sus acuerdos, Samuel y Paul usaron las ganancias obtenidas para pagar a los marineros. La tripulación del Desidia no era tan grande, sin embargo, los gastos para reparaciones y surtir de nuevo las bodegas, los dejaron prácticamente en la quiebra. Los hombres tomaron su parte del oro y se marcharon a disfrutarlo en las tabernas locales, un gusto que no podían darse ni el capitán, ni el primer oficial.
Ambos mantenían la compostura como era de esperarse dada su naturaleza reservada, pero eran conscientes de los aprietos económicos que esto les supondría. Habían invertido todo lo que tenían en la reciente expedición, y ahora estaban obligados a zarpar de nuevo y encontrar otro naufragio si no querían terminar viviendo en la calle.
Samuel aún tenía algo de confianza en que podría recuperarse del golpe asestado por el capitán Sickad, además, poseía una motivación adicional en su promesa hecha a la señorita Hallet, su amada María, de que conseguiría las riquezas necesarias para darle un hogar digno a su lado.
Paul, por su parte, tenía sus propias inquietudes, pues advertía lo difícil que era tener éxito en la empresa que eligieron, dados los muchos factores en contra que tendrían que afrontar. Si bien no había ninguna dama esperando por él en el Cabo Cod, tenía el objetivo de alcanzar la prosperidad económica propia de su apellido.
Aún era temprano cuando los dos amigos bajaron al puerto para atender asuntos pendientes. El día estaba soleado, y la gente parecía agitada esa mañana, aunque Samuel y Paul no percibieron en ese momento la razón.
—Pensé que nos quedaría algo más de ganancia en nuestro primer viaje de exploración —se quejó Paul.
—Al menos no tendremos un motín por no pagarle a los hombres. No es correcto tratarlos como esclavos, ya es bastante difícil la vida en el mar como para abusar quitándoles su paga —reflexionó Samuel.
—Yo iré a convencer a Sir Robinson para que nos dé otro permiso, debo ir temprano si quiero que lo firme hoy mismo —indicó Paul.
—¿Con qué vas a pagarle esta vez?
—Voy a hacerle un ofrecimiento al que no podrá resistirse.
—¿Vas a rogarle por un crédito?
—Exactamente eso —dijo Paul agachando la cabeza—. Es una maniobra arriesgada, pero no tenemos otra opción. ¿Tú a donde irás?
—A la taberna La Sirena.
—¿Tienes dinero para gastar?
—No, solo un par de chelines. Pero no voy allí buscando diversión.
—¿Para qué vas allá entonces?
—Para tener noticias de María.
—¿Cómo? No te comprendo.
—El tabernero tiene un muchacho que le lleva mis cartas en secreto, y me guarda las que ella me escribe.
—Que astuto. ¿No temes que tu futuro suegro se entere?
—¿Te parece que nos encontremos aquí al atardecer? —preguntó evadiendo la pregunta de Paul—. Si todo sale según lo esperado, podremos partir mañana mismo.
Paul sonrió y asintió con la cabeza.
Los amigos se despidieron. Samuel tomó el camino que lo conduciría a la famosa taberna, y Paul se dirigió a las oficinas del puerto.
La taberna La Sirena era el lugar preferido de pillos y maleantes, conocida por proveer entretenimiento a los hombres locales y a los marineros que estaban de paso por el Cabo Cod. Los corsarios de la corona solían encontrar allí buena bebida y comida, y también la compañía de hermosas mujeres, dispuestas a ofrecer sus encantos por una notable cantidad de oro.
Samuel se acercó a la barra. El tabernero lo reconoció y en seguida le hizo una señal a un joven que trapeaba el piso. El muchacho buscó en unos cajones bajo la barra, y le entregó un sobre a Samuel.
—¿Qué te sirvo marinero? —preguntó el tabernero.
Bellamy lo miró sin hacer ningún gesto y respondió:
—Nada, por ahora.
El tabernero puso mala cara, colocó un tarro sobre la barra y le dijo secamente:
—No seas tacaño —le llenó el tarro de vino antes de que Samuel pudiera detenerlo—, solo son tres chelines.
Un hombre cayó de golpe en la barra al lado de Bellamy, abrazado a dos mujeres alegres, una delgada con cabellos dorados, y la otra más robusta con cabello negro. El sujeto era un hombre algo mayor que Samuel, casi de su misma altura, vestido con ropas un tanto harapientas, y portando un par de pistolas en su cinturón. Tenía una barba característica, con largas trenzas desaliñadas que le llegaban al pecho. Al principio, Samuel se preguntó como dos mujeres bellas podrían aceptar dejarse abrazar por alguien con ese aspecto, entonces el hombre sacó de su bolsillo un par de monedas de oro y las plantó sobre la barra de un manotazo.
Samuel miró las monedas sorprendido, aquello representaba cien veces más de lo que él llevaba en sus bolsillos. Otros sujetos con un aspecto similar bebían en una mesa cercana, y Samuel alcanzó a oír que estaban por zarpar a la isla de Nueva Providencia; por lo que sin lugar a dudas entendió entonces que aquel hombre era un pirata.
—¡Hey! Tabernero, deme una botella de whisky, y para las damas… todo el vino que quieran —dijo el pirata.
El hombre besaba a las mujeres, moviéndose torpemente e incomodando a Samuel. Este se fijó brevemente en Bellamy y le dijo:
—¡Oye marinero! Perdón por el alboroto, es que estoy celebrando con… con estas damas.
—Descuide, no hay problema —dijo Samuel tratando de no llamar su atención.
El hombre estaba algo borracho, lo suficientemente lúcido para conversar, pero muy alegre por efecto del licor. Le llamó la atención el aspecto de Samuel, muy diferente al resto de los clientes de la taberna, pues Sam vestía bien arreglado y no tenía el típico olor a ron.
—¿Cómo te llamas marinero? —preguntó el pirata.
—Samuel Bellamy —dijo inclinando la cabeza ligeramente y agregó—: a sus órdenes.
—¡Vaya, qué elegante saludo! ¡Ja! —replicó el hombre riendo, y las mujeres rieron con él—. Yo soy Edwuard Teach, y ellas son Laura y Sofía… o ¿Elena y Carolina? Ya no recuerdo. ¡Ja!
Samuel sonrió cortésmente.
—¡Hey, tabernero! Yo pagaré lo que beba este caballero inglés —dijo el pirata.
—Ah… muchas gracias, yo no… —titubeó Samuel.
—Me has caído bien —le aseguró—, los ingleses me caen bien. Vamos preciosas, terminemos nuestra fiesta en la posada.
El trio se levantó y se marcharon por un pasillo que llevaba a unas habitaciones. Samuel aprovechó la relativa tranquilidad del momento para leer la nota que María le había enviado. Era un mensaje breve. Samuel quedó perturbado al leerlo. Se guardó la nota en el bolsillo de su casaca y salió de la taberna a toda prisa.
En las oficinas del puerto, Paul aguardaba pacientemente a ser recibido por Sir Leonard Robinson.
—Paulsgrave Williams, por favor, entre usted —dijo Sir Leonard—. Debo asumir que su misión ha sido exitosa. Deme todos los detalles.
—Le agradezco Sir Robinson que me recibiera tan pronto. Debo decir que no nos equivocamos al seleccionar el lugar de exploración —señaló Paul tomando asiento.
—Espléndida noticia, usted y el señor Bellamy deben estar muy satisfechos entonces.
—Fue un trabajo arduo que exigió mucho de nosotros. Logramos sacar del fondo del mar algunos artefactos sin valor, pero que demuestran que es el lugar adecuado para seguir explorando.
—Me complace oir eso. Buscaré el libro de actas para tomar su declaración —señaló Sir Robinson, abriendo un cajón en su lujoso escritorio.
—¿Puedo preguntar Sir Leonard, acerca de ese nombramiento que veo colgado en su pared?
—Por supuesto Williams, con mucho orgullo le comento que es mi asignación al cargo de prefecto del puerto de Cabo Cod. Está firmado y sellado por el rey.
—Es un honor extraordinario, digno de usted naturalmente.
—Oh, gracias Paul, no todo el mundo valora lo que eso significa.
—Usted es un hombre admirable, Sir Leonard, debo decirlo.
—Gracias de nuevo, me presenta usted muchos halagos —dijo abriendo el libro y tomando el tintero para escribir.
—Antes de que registre el resultado de la expedición señor, debo comunicarle, extraoficialmente, que logramos encontrar unas setecientas onzas de oro en forma de lingotes con un escudo de la nobleza al parecer.
—¡Oh! Eso es mucho oro. ¿Y por qué quiere usted mencionarlo extraoficialmente? Señor Williams.
—Porque luego lo perdimos en un incidente con otro navío.
—¿Se refiere a piratas? —preguntó preocupado.
—No precisamente, señor, esta vez fue un barco de la Marina Real.
—Por favor, explíquese —dijo Sir Leonard cruzándose de brazos.
—Es penoso para mí, no quisiera hacer acusaciones de las que luego deba arrepentirme. El punto es que, el capitán de dicho barco, se llevó nuestro oro.
—¿Cuál razón alegó para confiscarles el oro?
Williams aclaró la garganta.
—No sabría explicarle, señor.
—Pues ciertamente es penoso este evento desafortunado. He sabido de algunos capitanes que confiscan la carga de barcos que navegan con irregularidades en sus documentos, pero sé que ese no es el caso de ustedes. ¿Acaso llevaban alguna carga no reglamentada?
Paul comenzó a ponerse nervioso.
—El punto es Sir Leonard, que preferiría que registrara usted en el acta que no encontramos nada de valor en esta primera expedición. Pero le confío la vergonzosa razón a fin de que pueda entender por qué le solicitaré la próxima documentación sin tener el suficiente dinero para pagar el impuesto.
—¡Qué contrariedad! ¿No tiene usted dinero para su solicitud?
—No señor, pero lo tendremos si volvemos al mismo lugar, o algún otro y se nos permite explorarlo. Desde luego que agradeceríamos su concesión siendo bastantes generosos al compartir con usted un porcentaje de las ganancias.
Sir Leonard puso las manos en arco bajo su barbilla. Se quedó callado un momento, y luego prendió fuego a su pipa.
—Es un ofrecimiento interesante señor Williams —dijo cambiando el tono—, pero temo que no podré complacerlo.
—¿Por qué? ¿No cree en mi palabra? —preguntó Paul afectado.
—Su palabra vale mucho Williams, usted es un hombre honorable. Admito que le he dejado hablar porque sentía curiosidad por cómo le fue en su intento de salvamento, pero lo cierto es que otra embarcación ya ha solicitado permisos para explorar las costas cercanas a Cabo Cod, y no puedo tener a dos equipos haciendo ese mismo trabajo; la ley no me lo permite.
—Pero nosotros solicitamos la concesión en primer lugar, usted sabía que intentaríamos renovarla.
—Y la renovación tendría sentido si declarara usted haber hallado algo de valor, lo cual no es el caso —alegó secamente Sir Robinson.
—Me siento agraviado —dijo Paul con enojo—. ¿Acaso esa otra embarcación le ha prometido un mejor soborno?
—¡Tenga cuidado con cómo expresa su malestar, señor Williams! No tolerare atrevimientos de su parte —exclamó Sir Robinson.
Paul respiró hondo para calmarse.
—Acepte usted mis sinceras disculpas Sir Leonard, fue inapropiado mi tono. Creo que lo correcto es que me marche ahora —dijo levantándose para salir.
Paul se fue de allí con el ánimo destrozado. No se esperaba este desenlace en su conversación con el prefecto. Para él era claro que todo el sistema era corrupto e injusto. Caminó de regreso al lugar donde se encontraría con Samuel, pensando en cómo le daría la mala noticia. Apenas notó que el puerto estaba lleno de gente, como si un suceso importante estuviera por ocurrir.
Bellamy tardaba en llegar, la gente se aglomeraba frente a una tarima cercana. Por los adornos, parecía que algún funcionario importante estaba a punto de hacer alguna declaración pública.
Finalmente, Samuel llegó, cabizbajo y pensativo.
—Es mucho tiempo para estar en la taberna sin dinero. —dijo Paul.
—No vengo de la taberna.
—¿De dónde entonces? Llevo cerca de una hora esperándote.
—No fue intencional, te lo aseguro amigo. La hacienda Hallet está muy lejos de aquí.
—¿Fuiste a ver a María?... El amor te ha hecho perder la cabeza.
—No fue algo planeado. Recibí de ella un mensaje que me inquietó mucho. No tuve más remedio que conseguir un caballo y correr a verla.
—¿Su padre no se opuso?
—No se encontraba en casa.
—¿Y de que trataba el mensaje?
Samuel guardó silencio un momento y encendió su pipa.
—Es… es algo privado —respondió mirando hacia otra parte.
—Vamos, no te pongas misterioso conmigo Sam.
Bellamy se dio vuelta para mirarlo.
—Ella tenía cierto temor que compartió conmigo. Lo cual me causó cierto temor también a mí.
—No me estás diciendo nada. Pero está bien, si es un asunto muy personal, no me inmiscuiré en tu relación de esa forma.
Bellamy arrojó unas bocanadas de humo sonriendo.
—Tuve un encuentro con alguien en la taberna. Una breve conversación con un marinero de apellido Teach. Por alguna razón no logro sacarlo de mi cabeza.
—No me suena conocido. ¿Militar?
—No, pirata. Un corsario creo.
—¿Hablaste con un pirata en la taberna? —se sorprendió Paul.
—Me invitó un trago.
—¡Por la corona! ¿Bebiste con un pirata?
—No exactamente, pero mi encuentro con él fue… bastante peculiar.
Samuel hizo una pausa pensativo.
—Pues yo he tenido también un encuentro peculiar con Sir Robinson —dijo Paul con decepción.
—¿En serio? ¿Qué ocurrió?
Paul estaba a punto de responder, cuando las personas del lugar comenzaron a aplaudir y gritar de alegría. Sonaron unos toques de trompeta, y algunos soldados se apostaron frente a la gente. Un hombre muy elegante se subió a la tarima y comenzó a agitar las manos para calmar a los presentes.
—¿Quién es ese sujeto? —preguntó Paul—. Parece muy importante.
—Estamos a punto de averiguarlo.