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Este post no pretende ser una crítica a la política de la sana distancia en tiempos de pandemia, una política que dicho sea de paso ha probado su utilidad, sino más bien una reflexión sobre sus implicaciones en lo social y en otros ámbitos, en que sus efectos considero es importante evaluar, o por lo menos identificar.
Vivimos en una sociedad cada vez más desconectada/conectada desde antes de la pandemia. Desconectada de los otros de manera presencial, y conectada, o mejor dicho, hiperconectada, a los otros de manera virtual a través de la tecnología.
Países como Japón enfrentan ya una crisis poblacional debido a la incapacidad de sus habitantes de establecer relacionas afectivas entre ellos, y en otros países, sobre todo europeos, las aspiraciones de su población han dejado desde hace mucho de limitarse al modelo tradicional de familia, lo que en ambos casos ha provocado que haya cada vez menos habitantes jóvenes y el promedio de edad de la población sea cada vez más alto.
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El mundo se está volviendo un mundo de viejos, al menos en buena parte de los países que consideramos más desarrollados. Pero en general en todo el mundo, las relaciones afectivas se han estado modificando, y no precisamente de la mejor manera, desde que inició el auge de las redes sociales y nuestro romance cultural con las tecnologías de la información.
En este contexto, en el que preferimos enviar mensajes de texto que hablar directamente con los otros, y en que son más importantes para nosostros los "likes" a una foto nuestra que muestra una versión prefebricada y editada de quienes somos, que los afectos reales, de repente nos topamos con un virus que nos obliga a distanciarnos aún más, y que irónicamente encuentra en la propia tecnología una válvula de escape que a la vez fortalece nuestra dependencia social y emocional a ella.
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La distancia virtual que antes nos separaba ahora es real. Estar cerca del otro, interactuar con él, se ha vuelto ya no solo indeseable, sino peligroso. Y como consecuencia nuestras relaciones ahora quedan mediadas irremediablemente por la tecnología. Hoy día abrazar a alguien es casi un acto de rebeldía, y darle la mano a un extraña un desafío al orden establecido.
El contacto humano ha sido puesto en cuarentena, y con él se han puesto también en cuarentena para muchas culturas, como la latina, por ejemplo, los andamiajes de construcción, mantenimiento y fortalecimiento de afectos, cariños y vínculos sociales. Nos estamos distanciando cada vez más los unos de los otros.
Las sonrisas han sido guardadas en el cajón, y en su lugar tenemos tapabocas que limitan nuestras interacción social. Solo quedan nuestros ojos para poder tener cierta interacción con los otros, y eso ni no estamos usando lentes de sol. Además de todo esto, ahora nos evadimos, nos evitamos, porque de ello en casos extremos puede depender nuestra vida.
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Los grupos vulnerables son instados al confinamiento voluntario por su propia seguridad y la de los otros. Y el miedo a infectarnos se ha vuelto nuestro compañero en el espacio público. Ese en el que nos reconocíamos como sociedad. En el que nos encontrábamos y construíamos como entes perteneciente a un tiempo y un lugar, a un grupo humano determinado por una cultura y tradiciones.
Los principales portadores y transmisores de todo ello, nuestros adultos mayores, han sido exiliados de la convivencia social más de lo que ya lo estaban. Antes no salían porque las sociedad generaba pocos destinos para ellos, pocos lugares a cuales poder dirigir sus pasos. Ahora prácticamente les prohíbe hacerlo para no ponerlos en riesgo.
Y los principales receptores de todo ese conocimiento, los niños, no pueden convivir con sus abuelos, ni con sus amigos, ni con nadie, porque si bien en la mayoría de los casos tienen poco riesgo de desarrollar síntomas de la enfermedad, puede ser portadores y propagadores involuntarios del virus.
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La sana distancia es importante, y una de las más importantes medidas de prevención de la propagación de la pandemia que tenemos, pero creo que va siendo tiempo de reconocer que de la mano de esta viene también una insana distancia que tendrá consecuencias difíciles de predecir en el largo plazo, pero que en corto plazo no está alejando, posiblemente sin que nos demos cuenta, de lo más importante que tenemos: nuestra propia humanidad.
©bonzopoe, 2020.
Nota: La imagen de portada fue creada con Microsoft Powerpoint.
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Hola @bonzopoe. Muy buena reflexión, tienes toda la razón está pandemia ha puesto más al descubierto que entre los seres humanos hemos ido perdiendo lo lindo del privilegio de comunicarnos e interactuar, tener contacto, ser personas. Esperemos que pase muy pronto todo esto para ver si cambia en algo la situación. Saludos desde Colombia.
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