Fuente
Todos los días la viejecita caminaba desde su casa, ubicada a orillas de la laguna del pueblo en el sector de barrio hondo, hasta el malecón del caminante; donde su mirada se perdía en el horizonte como siguiendo el curso de las aguas del gran Orinoco.
En época de sequía como podía bajaba y llegaba a la orilla, de manera tal que acariciaba aquella agua y ésta se escapaba entre sus manos como se le querían escapar los recuerdos que aun vivían en su mente cansada; producto de los años vividos y la soledad reinante de su alma.
Los vecinos simplemente la veían cuando salía en la mañanita, al despertar del Sol, y a su regreso con el inicio de la tarde. Era su rutina diaria. Los muchachos le decían la loca y así lo gritaban “ahí viene la loca, la loca está llorando, la loca tal cosa…”, pero ella no escuchaba eso, no les hacía caso, solo pasaba al lado de ellos con pasos más rápidos, para evitar ser agredida con piedras u otras cosas.
Caminaba y caminaba desde su casa hasta el malecón del caminante a encontrarse con el Orinoco, para mirar sus aguas, acariciarlas y enjugar sus lágrimas, las cuales surcaba su ajado rostro y hablaban de sus penurias.
Un día cualquiera, ya no en época de sequía sino en la estación lluviosa, mojada llegaba a su cita. No tenía paragua solo trozos de cartón trataban de impedir que el agua de lluvia la mojara.
Se sentaba en su banquito preferido y establecía conversación con los Jarizales, que adornaban el río con la frondosidad de sus verdes ramas; cuyo movimiento de vaivén era señal de alegría, por la caricia del inmenso Orinoco. También miraba las falcas y curiaras y llegaba hasta ellas, las tocaba y lloraba.
La gente decía: “vean a la loca agarrando las curiaras, las falcas”, “está llorando”, “ya viene”. La viejecita regresaba al banquito, a llorar, suspirar y mirar al horizonte como esperando a alguien”.
Nicasia no sabía ni escribir ni leer, a ella nadie se le acercaba y esto le preocupaba; porque en su soledad, bajo las luces de las estrellas que se reflejaban en la laguna, se preguntaba ¿Cómo hago para decir lo que siento, todos dicen que estoy loca?
Necesito hablar, gritar y decir tantas cosas que con el pasar del tiempo se me quieren escapar, ya casi no puedo tenerlas conmigo y no me las quiero llevar.
Normalmente hacía esto con un pocillo de café, sentada en el patio de su casa, la tristeza se apoderaba de su sentir, la nostalgia venía a ella y solamente lloraba.
En muchos de sus soliloquios nombraba un Andrés y decía. “perdóname Andrés donde quieras que estés, no pude ver lo bello, sublime y bonito que me ofrecías, pensaba en otras cosas”
Un sábado en la mañana, no importando la lluvia que visitaba el pueblo, Nicasia emprendió camino hacia el malecón del caminante, llegó empapada de agua; pero en su banquito se sentó y volvía a establecer conexión empática con los Jarizales, el curso del agua y el horizonte.
La brisa acariciaba su cuerpo y éste respondía con temblor porque el frío, además de taladrar sus huesos, también taladraba su alma y entre temblar, llorar y recordar, visualizó a un joven pescador que navegaba en su curiara, muchacho de 20 a 25 años y le llamó mucho la atención, no lo creía; pero algo del pasado la visitaba, el corazón se lo decía.
Sintió alegría algo que había olvidado y miraba fijamente al joven pescador; mientras la lluvia continuaba mojando su ropa, su cuerpo pero no a su recuerdo que le llevaba a viajar al pasado. Un pasado que le ofreció poco y era bastante mas no pudo apreciar eso y ahora el tiempo se lo recuerda.
Interesante historia.
Muy bien conducido este relato.
Que talento, me fascinó este relato. Felicidades y saludos👏
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Un relato al modo de crónica que nos reencuentra con un personaje lleno de nostalgia o melancolía, que bien podría formar parte de nuestro entorno. Gracias y saludos, @delvallepinate.
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