Fuente
Cuando los trajeron hace cuarenta años eran la envidia de todo el vecindario, tanto es así que a veces las vecinas con la excusa de traer un trozo de pastel o unas frutas para la abuela, se detenían extasiadas a contemplar aquel portento de belleza.
Antes de ellos nos sentábamos en cajas de Manzanas.
Mi padre se los había ganado a los dados al Árabe Jusef el de la mueblería, sus telas exquisitas y sus maderas acabadas en laca hacían de ellos los mejores muebles que vieron jamás los ojos de la gente de este pueblo.
Mientras estuvo viva la abuela los cuidaba con celo y los cubría con unos manteles de plástico que les daban un aspecto terrible de bestias en reposo.
La abuela en su senilidad les hablaba y hasta les puso nombres.
El sofá se llamaba Horacio y las poltronas Lucrecia y Josefina.
Al morir la abuela las cosas cambiaron ya nadie los cuidaba, se convirtieron en lo que eran, solo muebles, pasábamos largas veladas sentados en ellos.
Mi padre solía dormir por las tardes en Horacio el sofá.
En todas las fotos familiares están también nuestros viejos muebles solo les falta la sonrisa.
Fueron testigos de funerales, bodas y bautizos.
Horacio se fue hace unos diez años al basurero, Josefina se quemó con unas velas en el velorio de mi padre, antes de que fuera yo el borracho solitario que soy hoy.
Solo queda Lucrecia, con sus tripas de paja afuera y sus resortes partidos por el peso ancestral de cuarenta años de buen servicio, por momentos pienso que fueron mis únicos amigos, después que el hombre de la basura se la lleve hoy, podré morir en paz.
Mientras tanto me tomaré una botella de aguardiente sentado en una caja de Manzanas."Sic transic gloria mundi"
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Interesante relato, recuerdo que mi abuela le ponía nombre a las gallinas que criaba en el patio y le ponian huevos.