Les traigo otra cápsula de amor propio, dedicada a los más fuertes de nuestro aparato locomotor, los que nos llevan a donde quiera que deseemos y soportan nuestro peso, aunque olvidemos agradecerles su labor, ¡nuestros pies!
¿Cuántas veces te has detenido a pensar en la semana lo valiosos que son tus pies? ¿Les agradeciste por llevarte a tu trabajo, por llevarte a visitar a tus amigos, por las veces que te llevaron de caminata por la naturaleza o por ayudarte a mantener el equilibrio mientras te ejercitas?
Hay muchas cosas en la vida que damos por hecho, nos concentramos en lo que no tenemos y perdemos de vista aquello que si tenemos y que podemos agradecer. Podrás pensar “¿pies? ¿qué tienen de extraordinarios?” Pero observa todo lo que te facilitan hacer, sé consciente y presta atención a sus movimientos. Existen personas que por diversas razones nacen sin ellos y aprenden a vivir así, adoptando nuevas formas de moverse, así como personas que el transcurso de su vida los pierden y es ahí cuando entienden lo valiosos que eran.
Desde hace un par de años, cuando mi estilo de vida ha estado bastante movido, pasaba horas parada en los servicios del Hospital, caminaba muchísimo al realizar mis diligencias y me ejercitaba 5 veces por semana, ya sea bailando o trotando, la piel de mis pies empezó a verse afectada, yo no le prestaba atención a su cuidado hasta ese momento en que se vieron perjudicados.
Comencé una rutina de autocuidado hacia ellos, con masajes, calzados cómodos, aceptación de sus características y les agradecí por todos los destinos que me han ayudado a recorrer. Lamenté haberlos descuidado y haberme quejado de ellos, ahora los consiento y mantengo saludables para seguir de pata caliente (término venezolano).
