Dueña de las estrellas Lunaris

in GEMS3 years ago

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Lunaris

Las tinieblas rodeaban Lunaris. La profecía del desequilibrio finalmente se estaba cumpliendo. Los “Dueños de las estrellas” presionaban al rey y a la reina para que dieran una solución. Así que lo primero que debían hacer era averiguar cuál era el signo zodiacal causante. Se llevó a cabo un censo. Y se llegó a la conclusión de que “Cáncer”, era el signo zodiacal del que existían menos portadores. Los pocos que lo portaban eran lunariegos de edad muy avanzada. Las probabilidades de restablecer un equilibrio eran muy pocas. El rey y la reina estaban muy desesperados. Los “Dueños de las estrellas” buscaban entre los escritos antiguos alguna pista de cómo enfrentar tal caos. Fueron muy largas las noches de desesperación en aquel planeta. Los hombres y mujeres que no se habían casado, fueron obligados a establecer una unión con un compañero que tuviese un elemento que se vinculara al suyo con la esperanza de que engendrasen hijos portadores del signo Cáncer. Los lunariegos no olvidarían tal violación hacia sus derechos. Hubo muchos desacuerdos y pequeñas guerrillas pero los reyes no desistieron de su plan. Y más de mil mujeres entraron en cinta, incluida la reina.
Varios meses más tarde, cientos de mujeres dieron a luz. Pero no hubo resultados positivos. Ningún bebé portaba aquel signo especial.
Un mes después, sucedió un milagro. La reina dio a luz a un varón portador del signo Cáncer. Todos los lunariegos se alegraron pero los “Dueños de las estrellas” les advirtieron que necesitaban que naciese una niña. Si dos portadores de un mismo signo se unían en matrimonio, la pareja engendraría portadores del signo del cangrejo.
Paso el tiempo y el pequeño príncipe cumplió tres años. No había rastro de alguna niña que portara el signo. ¿Acaso este sería el final de Lunaris?
Una tarde de lluvia, en la que los relámpagos iluminaban las tinieblas. Una mujer dio a luz a una bebé. Pero no era cualquier bebé. En la espalda de la recién nacida, claramente se podía observar la constelación de Cáncer. Se les aviso de inmediato a los reyes, quienes dieron abrigo en el palacio a la madre, a su esposo y por supuesto, a la que portaría en un futuro la corona de Lunaris. Y la llamaron Damia.
Damia creció rodeada de lujos con los que no hubiese podido soñar si no fuera por el signo que portaba. La chiquilla era conocida como “la joya de la corona”. El planeta tenía puestas sus esperanzas en ella y en el príncipe. Por su puesto, las expectativas hacia ella como reina eran muy altas. Sin duda, la responsabilidad que Damia tenía con su mundo, era muy grande. Tan grande, que los magos más poderosos tenían sus dudas.
Cualquiera pensaría que los padres de Damia se sentían muy alegres por el prometedor futuro de su hija pero no era así. Al menos no para Dariana, su madre. Ella sabía perfectamente que a pesar de que Damia era la solución para salvar su planeta, no era justo que todos ya hubieran decidido y planeado su futuro. Muchas mujeres lunariegas pensaban lo mismo que Dariana. A veces el reino de Lunaris era muy injusto. ¿Pero acaso existía otra solución? ¿Había otro camino que no condenara a Damia a un solo camino?
La pequeña princesa fue creciendo hasta que cumplió los doce años. Edad a partir de la cual comenzó a recibir clases de parte de algunos magos “Dueños de las estrellas”.
-Tienes que estar en contacto con todos los elementos naturales hasta que encuentres aquel con el que tienes conexión – le explico el mago Orionus. Un hombre de barba larga pero muy joven. Siempre parecía estar de mal humor.
-Pero no quiero pasar la noche aquí en el campo – se quejó Damia. Cualquiera que la viera diría que era igual de ordinaria como todas las niñas lunariegas. Con el cabello largo y de un color de fantasía, rosa, rostro de corazón y mejillas salpicadas de pecas.
-Entonces apresúrate a encontrar tu poder – dijo secamente Orionus.
Por buena o mala suerte, Damia tuvo que pasar más de veinte días y noches en el campo puesto que el no querer dejar de lado sus comodidades, le impedía encontrar su elemento. Hasta que una tarde, el cielo se oscureció. Las nubes grises invadieron el firmamento y los relámpagos y truenos se hicieron presentes. Primero apareció una tenue llovizna que sorprendió a Damia mientras recolectaba chinchirrinas de los pinos. La niña se echó a correr camino a la cabaña del mago para refugiarse de la lluvia pero la naturaleza hizo de las suyas y la llovizna se transformó en una tormenta. Mientras Damia corría, las gotas de lluvia que comenzaron a empaparle la piel y el cabello, de pronto dejaron de hacerlo. Las gotas quedaron suspendidas alrededor de ella. Buscó al mago por todos lados pues creía que era obra de él, pero no estaba ahí. Entonces estiro una mano para tocar una de las gotas y está de inmediato se volvió manipulable entre sus dedos, no modifico su forma al contacto como se suponía debía suceder. El elemento de Damia era el agua. La niña lanzó un grito de júbilo y por un momento incluso llegó a preguntarse: “¿Podre manipular las aguas de los mares y ordenarles que se muevan a mi voluntad algún día?”
Aquella tarde que descubrió su elemento y corrió felizmente a contarle a su maestro, por un instante, creyó haber visto un gesto muy parecido a una sonrisa en los labios de Orionus.
-Bien hecho, princesa – dijo el mago.
-¿Podré ser algún día igual de poderosa que tú? – preguntó Damia.
-Tal vez. Sí te esfuerzas mucho, serás la más poderosa de tu signo – le dijo el mago con seriedad. Sin embargo, existía un atisbo de duda en su corazón cuando pronuncio aquellas palabras.
-Me gustaría formar parte de los “Dueños de las estrellas” – dijo de forma soñadora la niña. El mago no sabía cómo explicarle que eso no sería posible. El grupo de magos, no aceptaba mujeres entre ellos. Existía una larga historia de por qué no las admitían.
-Serás una gran reina – dijo dudosamente Orionus. No sabía qué más decirle. Siempre había sido un hombre de pocas palabras. Detestaba las conversaciones y explicaciones largas.
Aquella noche, Damia pudo regresar al palacio de nuevo y disfrutar de los grandiosos lujos. Pero ahora había algo nuevo en ella. No era su poder. Era un deseo. Un sueño. Convertirse en “Dueña de las estrellas”, pensó mientras se acostaba en su cama para dormir. Y soñó con manipular un día las olas del mar.

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