El hospital del pánico - El monje enterrador
Al lado del Monasterio estaba un pequeño huerto que era atendido por los mismos monjes. En la parte de atrás fue habilitado un pequeño terreno como cementerio, para ofrecerle cristiana sepultura a quienes iban falleciendo.
Año tras año, el más joven, de aquellos hombres religiosos, hacía las fosas para enterrar a sus hermanos de la orden que morían con avanzada edad.
A finales del siglo XIX sólo quedaba vivo el enterrador del Monasterio San Jacinto, como era llamado por los pobladores cercanos a ese lugar.
Muchos años más tarde, el antiguo Monasterio fue convertido en un Hospital Psiquiátrico. Toda la edificación fue restaurada y la belleza clásica de otrora volvió al lugar. El huerto fue convertido en un jardín de entrada y las lápidas del cementerio, junto a los ataúdes, fueron movidos al cementerio general.
Aun cuando, el lugar estaba bien acondicionado, con moderno mobiliario para sus nuevas funciones, ni médicos ni enfermeras querían trabajar allí, porque decían que el monje enterrador vagaba por aquel lugar.
Los pacientes del hospital, que eran internados allí para su sanación, presentaban en poco tiempo síntomas de angustia, esquizofrenia o paranoia.
Una mañana, la enfermera de guardia notó que todo estaba demasiado tranquilo. Los pacientes caminaban por los claustros murmurando algo que ella no podía escuchar. Se dirigió a la oficina del director, para hacerle la extraña observación, pero él no se encontraba.
Trató de no alterarse pero los nervios se estaban apoderando de su ánimo. De pronto, una mano tocó su hombro y al voltearse vio que era de uno de los pacientes del hospital. Un pequeño y agudo grito salió de su garganta.
¿Cómo había llegado ese hombre hasta allí? Fue la pregunta que estaba en su cabeza mientras el pánico le salía por los ojos.
El hombre empezó a caminar alejándose de la enfermera. Luego, giro hacia ella y le hizo una señal para que lo siguiera. Con el miedo a cuestas la enfermera caminó detrás del enfermo.
Pasaron por el claustro principal y continuaron hacia el antiguo cementerio. De repente, surgió un aire frío que le llegó hasta los huesos. Se detuvieron frente a un vetusto árbol y allí ella vio, entre las raíces brotadas, un crucifijo entre los huesos de una mano.
Las sirenas de los carros de policías y ambulancias se oyeron llegar. La enfermera corrió hacia ellos. El director con varias personas del personal médico venían en esos carros. Ellos habían salido del hospital y cerraron todas las puertas; pero no se percataron que ella seguía allí adentro. Extraños ruidos sobrenaturales habían causado la huida.
La enfermera no le contó nada a nadie porque temió que no le creyeran.
El hospital fue cerrado en esa misma semana y los enfermos fueron traslados a un nuevo recinto hospitalario.
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@tipu curate
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Gracias por ese gran voto @elgranpoeta. Saludos infinitos!
¡¡¡Felicidades!!!
Enhorabuena! este maravilloso apoyo. Saludos inmensos! @mayvileros
Saludos para ti también guapa 🤗☕